Nosotros nos sentimos decepcionados. Vemos los libros que se han vendido, las páginas que se han leído y... la escasez de comentarios. Nos gusta ese feedback con los lectores, saber qué les ha parecido nuestra novela, si hemos logrado transmitir lo que queríamos, si la han disfrutado, si nos valoran como escritores. Y aunque lo pueda parecer, no es una cuestión de EGO, es más bien todo lo contrario: el arte, la creación, son muy subjetivos, y el escritor siempre se siente inseguro, necesita esa palmadita en la espalda de vez en cuando.
Eso, sin olvidar que los comentarios ayudan a vender libros. Los lectores se fían más de la opinión de otro lector que de la publicidad o el marketing. A veces, ni siquiera importa que esos comentarios sean buenos o malos, de hecho, a menudo la discrepancia en las valoraciones aumenta la curiosidad y produce más ventas.
Pero hay autores que no soportan una mala crítica y se sienten ofendidos, maltratados, incomprendidos, lloriquean en las redes sociales, buscan el apoyo de sus incondicionales y vilipendian entre todos al osado comentarista que siempre será tachado de autor frustrado, envidioso o un malvado sin más.
En ocasiones todo eso es cierto: hay gente mala, envidiosa, frustrada, etc. Pero también debemos aceptar que no podemos gustar a todo el mundo, y a veces, incluso que quien nos critica tenga razón, y debemos respetar su opinión igual que aceptamos las que nos ensalzan y adulan.
Ahora no me vayáis a poner todos a parir porque os creéis que me gusta. No me gusta, como no le gusta a nadie, me encanta que os gusten mis libros y que me lo digáis, pero cuando recibo una crítica negativa la acepto humildemente y tomo nota para mejorar, porque se aprende más de los errores que de los aciertos.
Ahí dejo esta pequeña reflexión dominguera. ¡Feliz semana!