Tras la muerte de Clodoveo, el antiguo reino franco fue dividido entre sus cuatro hijos: Teodorico heredó Reims con el nordeste de la Galia; Clodomiro el valle del Loira y Aquitania; Childeberto el valle del Sena y Normandía; Clotario se quedó el norte de la Galia y Bélgica.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio
Tras la muerte de Clodomiro, Childeberto y Clotario se dividieron sus territorios. Teudorico, por su parte, apostó por la conquista de Germania. Los monarcas francos consideraban una cuestión de prestigio el agrandar el reino que recibieron como herencia.
Tras la muerte de Teodorico, le sucedió en el trono de Reims su hijo Teodoberto, quien se alió con Childeberto para enfrentarse contra Clotario. No sin dificultades, muertes y una larga cadena de sucesos violentos, Clotario logró reunificar el extenso reino de su padre. La unidad no duró mucho, puesto que a su muerte sus territorios fueron divididos de nuevo entre sus cuatro hijos: Sigiberto, Chilperico, Chariberto y Guntram.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio
Las esposas de los dos primeros mantuvieron una dura pugna que marcó la vida política de la Galia a finales del siglo VI. Bruniquilde y Fredegunda conspiraron la una contra la otra. La segunda ha pasado a la historia como una experta en el uso de los venenos, con los que asesinó a su cuñado Sigiberto. La contienda familiar no fue resuelta hasta que Clotario II, hijo de Fredegunda, apresó a su tía Bruniquilde y la sometió a un cruel tormento en el que fue arrastrada por un caballo de carga.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio, Clotario II
A comienzos del siglo VII el reino franco merovingio se reunió íntegro por última vez hasta la llegada al trono de los carolingios. Clotario II obtuvo todo el poder y consiguió traspasárselo a su hijo Dagoberto I. Por esta fecha se comenzaron a perfilar los dos principales reinos erigidos sobre la antigua Galia: Neustria, al oeste, y Austrasia, al noreste; cada uno con su respectivo rey y administración.
El siglo VII asistió a un progresivo debilitamiento del poder real y a una degeneración de las costumbres del clero. Fue una centuria violenta e inestable en el que el poder pasó a los Mayordomos de palacio, que ostentaban el poder relegando al monarca a un papel meramente nominal.
En esta época tenemos las primeras noticias sobre el patriarca de la futura dinastía Carolingia: Pipino de Landen, quien fue un destacado consejero del rey Dagoberto I. A su muerte le sustituyó su hijo Grimoaldo, quien fue asesinado cuando intentó traspasar la corona merovingia a su propia descendencia.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio, Dagoberto I
Diez años después, el poder recayó en Pipino de Herstal, sobrino de Pipino de Landen, quien fue elevado al cargo de Mayordomo de Palacio en Austrasia. Tras su triunfo en 687 en la batalla de Terty logró el cargo de Mayordomo de la corte de Neustria. Pipino gobernaba, por tanto, sobre la práctica totalidad de la Galia.
Los hijos legítimos de Pipino murieron antes que él. Por ello, a su muerte se corrió el riesgo de que cundiera un vacío de poder que los débiles monarcas merovingios, llamados los “Reyes zánganos”, eran incapaces de cubrir. Comenzó entonces una guerra civil entre la viuda de Pipino y su hijo bastardo, Carlos Martel, para hacerse con el poder fáctico.
El resonante triunfo de Carlos marcó el inicio del fin de la etapa merovingia. Su hecho más conocido fue su victoria en la Batalla de Tours o Primera Batalla de Poitiers de 732, en la cual detuvo el avance de los musulmanes por Europa. El esfuerzo bélico pudo ser soportado gracias a su ingente labor de confiscación del patrimonio eclesiástico, que le aportó suculentos ingresos.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio, Primera Batalla de Poitiers
Carlos Martel, auténtico rey de la Galia aunque la corona aún no ciñese su cabeza, legó el reino franco a sus tres hijos: Carlomán, Pipino el Breve y Grifo. Grifo fue recluido en un monasterio por sus hermanos que se dividieron el poder. Carlomán recibió años después la llamada de Dios y se marchó al monasterio de Monte Cassino, en Italia, donde parece que trabó amistad con el papa Zacarías.
Los francos, de Clodoveo al último merovingio, Carlos Martel
Pipino quería acabar con la farsa merovingia y envió una carta al Papa preguntándole quién debía ostentar la corona: si el que tenía poder o quien no lo tenía. Zacarías, en un gesto político, pues necesitaba la ayuda franca para preservar la independencia del Patrimonio de San Pedro ante el avance lombardo, le respondió que la corona pertenecía legítimamente a aquel que efectivamente ostentase el poder.
Tras aquella misiva, Pipino convocó una asamblea a la antigua usanza en la cual fue elegido rey de los francos y ungido con los santos óleos a la manera de los reyes del Antiguo Testamento. El último merovingio, , fue tonsurado, perdiendo su mágica melena símbolo de la realeza, y encerrado en un monasterio. Así acabó la primera etapa de la historia de Francia, una época convulsa, sangrienta y complicada.
Autor: Jorge Hijosa Nieto para revistadehistoria.es
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