Yo, que soy muy generosa, prefiero compartir los primeros, y en este caso, decidí yo el menú: ensalada de la casa y FOIE con mermelada de frutos rojos y frutos secos. Y pongo FOIE en mayúsculas, por que cuando lo vi, se me hizo la boca agua, una sonrisa en los labios, y unas ganas enormes de que llegara el segundo entrante. Ni miré el precio, que debí hacerlo, no por tacañería, sino para darme cuenta de qué tipo de foie podía esperar. Empezamos por la ensalada, que si el día anterior maldecía a Florette, esta vez me gustó ver la naturalidad de la lechuga y del tomate, por que el resto de ingredientes, estaba claro, era de bote. Con ganas de disfrutar el foie, aparece el camarero, (todos ellos con ese estilo rancio de camisa manga corta blanca deslavada y translúcida del uso, con pantalón negro) con un plato y tres rodajas, de algo, que a primera vista, parece paté. A ver, lo de "foie" me di cuenta de que era un término demasiado genérico: lo que yo llamo foie, a secas, es el foie fresco, el hígado del pato pasado por la plancha. Foie mi-cuit (que era lo que nos trajeron), que es ese mismo hígado, pero cocido en tarrina de vidrio (normalmente). Y claro, luego están los sucedáneos de foie-grass que ni quiero mirar los ingredientes. Vamos que yo me esperaba una cosa, y allí apareció otra. Y que si me van a servir mi-cuit, me parece perfecto, exquisito, pero leches, ¡¡¡AVISA!!!
Tras la pequeña decepción con el hígado del pato, el comedor, empezó a llenarse: una mesa de 8 personas, otra con dos parejas, tres mesas mas con cuatro personas, y una con dieciséis. Y en esto, que mi fobia que os conté ayer empezó a aflorar. Sentía que el zumbido de la máquina que hacia de bodega, y que teníamos al lado de nuestra mesa, se metía en mi cabeza, que la gente cada vez hablaba más alto, el móvil que echaba humo con mails de trabajo, y esa sensación de claustrofobia hicieron mella en mí. EL segundo plato llegó, solomillo al queso para mi: muy buen pinta, buen sabor, en su punto. Pero yo, con un brote de ansiedad, que no me calmó el camarero preguntando cada diez minutos si no me estaba gustando.
Decidí pagar, ni postres, ni nada, solo quería salir de ahí. Los camareros chorreaban sudor, de lo mucho que trabajaban y del calor agobiante que se respiraba en ese comedor. Sin duda, hasta ahora, mi experiencia más desagradable en un restaurante. Puede que en algunos te sirvan mal, o que la comida no sea de tu agrado, pero todo puede reclamarse. Sin embargo, a los restaurantes, no sólo hay que premiarlos por su cocina, sino también por la experiencia que te hacen vivir, y por las sensaciones que después perduran en tu recuerdo. Y desde luego, este recuerdo, no es nada agradable.
LOS GALLOShttp://www.posadalosgallos.esC/Ramón y Cajal, 3. Escalante. Cantabria.
Platos sencillos, caseros, y con entusiasmo en la presentación. La amabilidad de los camareros, fue vital para no irme antes del restaurante, por la ansiedad que me entró. Quizás un local sin buenas salidas de aire, con un frito-bodega en el centro, que emitia un zumbido de lo más desagradable, con tan poca ventilación, que según se llenó, los camareros no paraban de sudar, y mi ansiedad de crecer.Las cantidades eran hermosas, y se veia la calidad en los productos. Una pena, que mi experiencia haya sido tan mala, por factores ajenos al restaurante, aunque sí aumentados por el mismo.
Cena para dos, con dos entrantes, dos segundos, media de vino, y una de agua de 1,5l, 72,50€
MORALEJA: Si ya hasta tu cuerpo te dice ¡BASTA!. Para. Es lo mejor que puedes hacer.