Con el gato Boy
Edward Albee, dramaturgo conocido sobre todo por ser el autor de “¿Quién teme a Virginia Wolf?”, y gran
1961, foto de Carl Van Vechten
coleccionista de pintura contemporánea y arte africano, amaba a los animales, pero sobre todo a los gatos. Casi nos atreveríamos a afirmar que no estuvo sin la compañía de un gato desde que se mudó al Village de Nueva York a principios de los años cincuenta.
Varios periodistas que le visitaron en su hogar mencionan a los gatos. Empezaremos citando a Lillian Ross, del New Yorker, que le entrevistó el 25 de marzo de 1961: “Encontramos al Sr. Albee en un piso de seis habitaciones en la calle Doce lleno de arte moderno, un tocadiscos estéreo, libros, un compañero de piso llamado William Flanagan, autor de la música de las obras “The Death of Bessie Smith” (La muerte de Bessie Smith) y “The Sandbox” (El cajón de arena), y tres gatos huérfanos rescatados por el escritor: Cunegonde, tres años y medio; Vanessa, dos años y medio, y un gatito siamés de trece semanas que aún no tiene nombre. Al irme a sentar en un sofá de aspecto muy moderno, pero que aparentemente tiene tendencia a cerrarse sin avisar, me indica un sillón menos peligroso del que aparta a los tres gatos con palabras firmes y tono cariñoso. “Me los da la gente de la Greenwich Village Humane League (Liga Humana del Greenwich Village)”, explica.
Con un gato en movimiento
Los miembros de la Liga recorren las calles de Nueva York para rescatar y salvar de los horrores que les acechan a los gatos sin hogar; por ejemplo, que unos chicos crueles les tiren a una hoguera. Son cosas que pasan en el Village, por mucho que me duela decirlo”.
1961, foto de Philippe Halsman
Años después, Charles McNulty, crítico de teatro del Los Angeles Times, también habla de los gatos del autor: “Cuando entrevisté a Albee en su loft de Tribeca en 2009, lo hice con cierta inquietud. Era famoso por su
mordacidad y yo había realizado una crítica algo dura unos años antes de “The Goat or, Who Is Sylvia?” (La cabra o ¿quién es Sylvia?). Convencido de que se acordaría y me regañaría, me dediqué a alabar a un adorable gato mezcla de abisinio. Y antes de darme cuenta, me encontraba a cuatro patas flirteando con el amable felino. Albee estaba encantado. No podía haber hallado una forma mejor de romper el hielo. Albee amaba profundamente a los animales y su mirada se llenó de tristeza cuando me contó, al irme, que un gato suyo se había matado al caer por el hueco del ascensor”.
Sus obras están llenas de animales domésticos y animales de granja, sin olvidar, claro está, a los dos lagartos de “Seascape” (Paisaje marítimo).
En septiembre de 2016, en la necrológica que dedicó el New Yorker a Edward Albee, el dramaturgo Will Eno escribió: “Hubo una época en que hacía de canguro para su gata. Se llamaba “Snow” (Nieve). Siempre me pareció encantador, e incluso conmovedor, que un maestro de la lengua inglesa llamara a su gata blanca con el mismo nombre que hubiera podido escoger un niño de ocho años. Snow se sentaba en su regazo y Edward le rascaba detrás de la oreja, como hacen millones de dueños de otras Snow”.
Con la gata Snow
La crítica de teatro Linda Winer, de Newsday, acabó siendo amiga del autor después de ver “La cabra” por segunda vez, cambiar de opinión y reconocer en un artículo que se había equivocado en su primera crítica porque era una obra genial. Edward Albee estaba acostumbrado a ser vapuleado por la crítica y apreció su honradez. La invitó a su casa de Montauk, al final de Long Island, el día que debía enterrar a uno de sus amados gatos. La periodista escribió: “El gato estaba en el congelador, el enterrador estaba en el jardín y la crítica estaba en la cocina. Era una obra de Edward Albee”.
Edward Franklin Albee III nació el 12 de marzo de 1928 y fue dado en adopción dos semanas después. Su padre adoptivo era Reed A. Albee, hijo del magnate del vodevil Edward Franklin Albee II, y su madre, Frances Cotter Reed, pertenecía a la alta sociedad neoyorquina.
Abandonó el hogar paterno en 1949 para vivir en el Village de Nueva York, donde se ganaba la vida como podía e iba a las salas off Broadway (que acababan de nacer y costaban un dólar) a ver obras de Pirandello, Samuel Beckett, Ionesco y Brecht. Escribía relatos y poemas, incluso publicó algunos. Cuando estaba a punto de cumplir 30 años y trabajaba de mensajero en Western Union, pidió prestada una máquina de escribir y en tres semanas acabó su primera obra de teatro, “The Zoo Story” (Historia de zoológico). Estrenada en Berlín con mucho éxito, tuvo más dificultades en Nueva York hasta que el Actors’ Studio aceptó montarla en una pequeña sala. Norman Mailer estaba entre el público el día del estreno y dijo: “Es la mejor obra en un solo acto que he visto jamás”. Las tres siguientes obras, también en un solo acto, fueron éxitos en Broadway. Y entonces llegó “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, que tuvo una recepción mixta.
Según el Daily Mirror era “Una obra enfermiza para enfermos”. El jurado del Pulitzer le otorgó el premio, el consejo del Pulitzer aconsejó no dárselo, el premio quedó desierto y el jurado dimitió en bloque en señal de protesta. Luego se convirtió en una de las obras con más reposiciones en Broadway y fue llevada al cine.
También participó en uno de los mayores fracasos de la historia de Broadway, la adaptación musical de la novela de Truman Capote “Desayuno en Tiffany’s” o “Desayuno con diamantes”, protagonizada por Mary Tyler Moore y Richard Chamberlain, que fue retirada de la cartelera antes de su estreno.
Las obras “The Lady from Dubuque” (La señora de Dubuque), estrenada en 1980, solo tuvo doce representaciones, y “The Man Who Had Three Arms” (El hombre de los tres brazos), de 1983, tampoco duró mucho. Ambas recibieron ataques salvajes por parte de la crítica.
Volvió a tener éxito a principios de los noventa con “Three Tall Women” (Tres mujeres altas). Durante los siguientes veinte años escribió nuevas obras e incluso dirigió alguna reposición de sus primeros estrenos.
Residió durante varias décadas en un loft del barrio de Tribeca con sus gatos, el escultor Jonathan Thomas, fallecido en 2005 y con el que convivió durante 35 años, obras de Vuillard, Kandinsky y Milton Avery, entre otros, y una maravillosa colección de esculturas africanas. Murió en su casa de Montauk el 16 de septiembre de 2016 a los 88 años.
Entre sus numerosos galardones destacaremos el Premio Pulitzer por “A Delicate Balance” (Un delicado equilibrio), escrita en 1966, “Seascape” (Paisaje marítimo), de 1975, y “Three Tall Women” (Tres mujeres altas), de 1991.