Lo lógico era pensar que, el refrán ese de “gordito feliz” venía dado porque las personas obesas, disfrutan a tope de la comida y viven en un continuado festín de sabores dando placer al paladar en cada bocado. Visto así, si somos de los que nos gusta comer, tenemos excusa para justificar nuestra debilidad y delirio por la comida. Sin embargo, hoy estudios científicos desmienten esta teoría, y es que según parece, las obesidad puede alterar el sentido del gusto. A ver, entonces, yo ya me he perdido, entonces, ¿los gordos saborean peor? ¿Por eso comen más? Contradictorio.
En la Universidad de Buffalo, Estados Unidos, la profesora de ciencias biológicas Kathryn Medler descubrió -junto a su equipo de investigadores- que las células de la lengua que se encargan de detectar el sabor dulce pueden cambiar con la obesidad.
En la investigación hecha en ratones y publicada en la revista PLoS One, los biólogos descubrieron que el sobrepeso severo deteriora la capacidad de detectar lo dulce y lo amargo.
Comparado con roedores delgados, los ratones gordos tenían menos células del gusto que respondían al estímulo de lo dulce. Algo que no sucedió con los otros sabores básicos: salado, ácido y umami (del japonés “sabroso”).
El gusto juega un papel importante en la regulación del apetito, en lo que comemos y cuánto comemos.
Si las células que detectan el sabor no funcionan correctamente, puede haber una tendencia a ingerir más dulces, pues la sensación de saciedad puede tardar en llegar.
Fuente: BBC
Leyendo la teoría del experto, ahora entiendo por qué razón aconsejan los dietistas aprender el deleite de la comida. Y es que muchas veces te dicen que comas poca cantidad, masticando hasta 25 veces y que, saborees y te embriagues de sabor en cada bocado que te lleves a la boca, porque así te provoca mayor sensación de saciedad. La verdad es que así explicado cobran sentido consejos como la aroma terapia, la cromo terapia y, por supuesto, la que seguro surgirá a partir de ahora, la sabor terapia, o aprender a comer acariciando tu lengua con cada alimento y su sabor que introduces en la boca.
Siempre pensé que tiene que ser una pena perder el sentido del olfato, y no quiero imaginar el del gusto. Aunque mucha gente asegura que los alimentos ya no saben como antes, y echan la culpa a la contaminación, a los engendros que nos venden como cultivos, y a sustancias poco claras que utilizan para abonar y elaborar lo que comemos. Seguro que tú también has oído eso de “la leche ya no sabe a leche, los tomates ya no saben a tomate”, salvo que lo compres en tiendas de productos ecológicos.
Casi lloré cuando en El perfume, Jean Baptiste, explicaba de la extraña enfermedad que sufría la mujer que lo cuidó y que le aniquiló el sentido del olfato. Y ahora, doy gracias por, al menos, conservar en parte, que reconozco que no del todo, el sentido del gusto. Definitivamente, hay que comenzar a comer con cabeza si no queremos estar gordos, y además enfermos.