Grecia es un país en quiebra técnica que se resiste a ser considerado por el mundo como un paria y que está utilizando el chantaje para evitar su catástrofe. La actual tragedia griega carece de grandeza y no es, como las clásicas, un conflicto entre los dioses y los hombres o entre el destino y la Humanidad, sino la vulgar defensa de un manirroto frente a sus prestamistas.
Ellos apelan ante los alemanes, franceses y norteamericanos a la democracia que fundaron y piden respeto a sus demandas, pero ignoran que ellos ya no son demócratas porque la democracia clásica era un sistema basado en todo lo contrario de lo que ellos son ahora: transparencia, verdad, equilibrio entre derechos y deberes, esfuerzo, cumplimiento, justicia....
Los griegos del presente son, junto con los españoles, los grandes campeones europeos de la corrupción, un vicio deplorable, reñido con la democracia. Viven en sociedades corrompidas, donde los políticos abusan del poder, han dejado de ser ejemplares y mantienen el gobierno a cambio de repartir dinero ajeno y privilegios que dan votos pero que conducen a la ruina, la degradación y el descrédito. Si eso es democracia, que venga Dios y lo vea.
La democracia es justo lo contrario de lo que es visible en la Grecia de hoy: en lugar de ser el reino de la trampa y el imperio de la corrupción y la mentira, es un sistema basado en la decencia, la verdad y el triunfo de la justicia, no en las ventajas de los poderosos y el predominio de los trucos oscuros, donde los ciudadanos deben repeler la corrupción y cumplen las leyes comunes, mientras los gobernantes son ejemplares y respetan a los ciudadanos sin manipulaciones y engaños. Pagar impuestos en una democracia real es un orgullo responsable, no cosa de imbéciles, como piensan muchos griegos hoy, que, incentivados por la ruindad de su clase política, se niegan a aplicar el IVA y a emitir facturas.
Si Aristóteles, Platón o el mismo Pericles resucitaran hoy y contemplaran lo que es la Grecia del siglo XXI, obra de políticos sin vergüenza y de un pueblo que se ha adaptado al caldo corrupto, se zambullirían de nuevo en sus tumbas, aterrorizados y avergonzados.
Cualquier europeo o ciudadano decente del mundo prestaría dinero con gusto y conciencia solidaria al atribulado pueblo griego, pero no a cambio de chantajes y desde la conciencia de que ese dinero no debe devolverse.