Los habitantes de Bangui siguen en el infierno

Por En Clave De África

(JCR)
Conocí a René el año pasado en una parroquia de Bangui. Este centroafricano simpático de 60 años cursó, en los años de su juventud, los estudios completos de Teología en un seminario y cuando le quedaba poco para ordenarse decidió no hacerlo y casarse. Hoy tiene dos mujeres, le encanta hablar del Derecho Canónico y comunica simpatía por los cuatro costados a pesar de que hace tres años perdió cuatro dedos de su mano derecha en un accidente laboral de la imprenta donde trabajó más de 30 años. Desde entonces se pasa todas las semanas por la oficina correspondiente para informarse de cuándo le van a pagar una indemnización que no llega nunca. Siempre le han respondido que “hay que tener paciencia”. Me sorprende cuando le oido decir que tiene esperanza en cobrar un día u otro.

Paciencia y esperanza son precisamente las cosas que que ya se les han acabado a la mayor parte de los habitantes de Bangui. Desde que el pasado 24 de marzo los rebeldes de la coalición Seleka tomaran violentamente la capital de la República Centroafricana, en la ciudad se cortó el suministro de luz y de agua, los comercios y oficinas están cerrados, no hay transporte público y no han cesado los saqueos por parte de civiles y rebeldes, muchos de los cuales son niños o adolescentes.

El recién autoproclamado presidente, Michel Djotodia, supuestamente líder supremo de la Seleka, ha prometido restaurar el orden pero los hechos muestran con creces que es incapaz de ello. Este caos era previsible, sobre todo si se tiene en cuenta que desde enero del año pasado, cuando Djotodia fue ministro de Defensa en el gobierno de unidad nacional, nunca pudo controlar a sus combatientes, que en las ciudades que controlaron realizaron asesinatos, violaciones y pillajes sistemáticos.

Algunos de sus combatientes, junto con soldados de la fuerza de paz de la FOMAC (formada por países del África Central) patrullan las calles de la capital, pero Bangui –a pesar de contar con apenas 700.000 habitantes- es una urbe muy extendida y con comunicaciones en muy mal estado. A pesar de que el nuevo líder ha ordenado que sus soldados estén confinados en los cuarteles, nadie le hace caso. En casi todos los barrios de Bangui, las bandas de saqueadores llegan a donde quieren, aporrean la puerta, entran, cogen lo que les viene en gana y la pobre familia que presencia el pillaje de sus pertenencias permanece atemorizada, dando gracias a Dios que no les golpeen, violen o maten. Un aspecto muy preocupante es el cariz anti-cristiano que la Seleka (con bastantes musulmanes radicales entre sus filas) parece mostrar. El día de la toma de Bangui, el domingo 24, uno de los primeros lugares donde acudieron a disparar y saquear fue la catedral, y algunas instituciones religiosas –sobre todo los Salesianos del barrio de Damala- han sufrido asaltos y saqueos. Por lo demás, la policía no ha retomado sus responsabilidades, los funcionarios no se atreven a retomar su trabajo y las escuelas permanecen cerradas. Francia ha reforzado su contingente en el país, pero sólo para proteger a sus ciudadanos y otros europeos, a muchos de los cuales se les ha evacuado bajo escolta militar.

Viví en la casa de René desde mediados de enero de este año hasta la semana pasada. “¿Para qué te vas a gastar el dinero en un hotel si puedes estar con mi familia?”, me insistió. Acordamos una cantidad que nos pareció justa que le pagué cada semana y a cambio disfruté de una habitación limpia, agua para lavarme y tres comidas al día, más una compañía excelente. Sus nietos se afanaron en enseñarme el Sango y en las conversaciones vespertinas aprendí mucho del país donde he vivido desde mayo del año pasado y de cómo viven y piensan sus sufridos habitantes. El primer fin de semana que estuve con él me llevó a la parroquia, donde encargó una misa de funeral por mi madre –fallecida el año pasado- porque, según él, “dice el Derecho Canónico que hay que celebrar misas por las almas de los fieles difuntos, para que lleguen antes el cielo”.

Esta mañana he conseguido por fin hablar con René. Me ha contado que cuando se les acabó la comida daba a sus nietos agua con sal “para engañar el hambre”, y ayer consiguió encontrar algo de harina de mandioca y verduras para comer, aunque él dice que él puede pasar sin comer porque “como estamos en Cuaresma hay que ayunar, porque así lo dice el Derecho Canónico”. En Bangui, como en el resto del país, los que comen una vez al día son unos afortunados. René da gracias a Dios que en su casa no han entrado a robar… de momento.

Una nube de incógnitas sobre su futuro envuelve al que es ahora mismo el país más pobre del mundo (a pesar de tener enormes reservas de oro, diamantes y uranio). La Unión Africana y la ONU condenaron la toma del poder por parte de los rebeldes de Seleka. A sus líderes se les ha impuesto sanciones, que incluyen prohibición de viajar al extranjero y congelación de sus bienes en cuentas bancarias. Lo más preocupante es el nuevo conflicto que parece surgir entre los cinco grupos guerrilleros que forman esta caótica formación que no tiene ninguna agenda política, y que amenaza con hacer surgir más oleadas de violencia.

Una de las cosas que más llama la atención es que a finales del año pasado, en El Cairo, la Unión Africana celebró su retiro anual de enviados especiales y mediadores para realizar previsiones sobre posibles crisis en África durante el año 2013. Malí, el Este de la R D Congo, Somalia y Kenia fueron los países que figuraron en la lista. La República Centroafricana no figuró en ese documento de trabajo. El país siempre ha tenido una estabilidad política muy frágil, y la actual crisis con la toma del poder por parte de la Seleka era algo que podía prever hasta uno de los muchos chicos de la capital que no han pasado de tercero de primaria y que se ganan la vida empujando carretillas. Sin embargo, ninguna organización internacional ni ningún país con los medios para influir en la situación han mostrado nunca la voluntad política para poder evitar la recaída en otra oleada de violencia y caos. A lo mejor, si sus expertos o consultores se pasaran más tiempo escuchando por la tarde a personas como la familia de René o hablando con la gente en el mercado, en lugar de alojarse (o de aislarse) en el hotel Ledger de Bangui (de cinco estrellas), acertarían más en sus diagnósticos y sobre todo en proponer soluciones vigorosas.

En las charlas que tuve con René me contó todo lo que ha vivido desde su juventud: los años de la dictadura del “emperador” Bokassa, el golpe de Estado de Kolingba, los violentos motines de 1996 y 1997, las atrocidades de los milicianos del señor congoleño de la guerra Jean Pierre Bemba en 2002, el golpe de Estado de Bozizé al año siguiente… Hace pocas semanas llegó a casa una de sus sobrinas, que se escapó de su pueblo en Bambari, lugar ocupado por la Seleka desde diciembre del año pasado. La mujer estaba traumatizada por la violencia que sufrió durante ese tiempo y pensó que en Bangui tendría más suerte. El sábado pasado intentó cruzar el río Oubangui para escapar al vecino Congo pero no lo consiguió. Por lo menos 30.000 habitantes de Bangui eligieron esa opción. Nadie sabe cuántos de ellos perecieron ahogados.