Ignacio Echevarría, en su último artículo para El Cultural, habla de la creencia de que en verano hay más tiempo para leer, pero, no obstante, la lectura compite con muchas actividades, desde las responsabilidades familiares a las salidas de ocio. Añade, además, que existe una aparente contradicción entre esta creencia y la actitud del sector del libro, que cierra por vacaciones y sufre un relajamiento de las exigencias en sus propuestas (por ejemplo, en forma de contenidos más superficiales en los suplementos literarios). Echevarría invita a que, si de verdad en estos meses se leen más libros, se reconsidere el tratamiento dado por parte de la industria para facilitar que el «lector veraniego», el que solo lee en verano, acceda a información de calidad sobre publicaciones notables.El análisis de Echevarría entronca con algunas ideas que me he planteado en los últimos días. El verano, incluso entre lectores asiduos, se asocia con las lecturas «ligeras», como si, en realidad, no se dispusiera de más tiempo para leer (algo comprensible en personas con cargas familiares o que trabajan durante esta temporada); o como si, aunque se tengan las horas, no se quiera profundizar y se opte por aflojar las exigencias (sin ir más lejos, en mis recientes reseñas de Mouawad y Bakkerhubo lectores que comentaron que les parecían interesantes, pero «para el otoño», no para ahora). Esta relación de un tipo de libro con una determinada época del año no es ninguna tontería: el cambio de hábitos (lectores y de todo en general) existe, y se ve potenciado por el marketing de las grandes editoriales, que trabaja con el concepto de «novela veraniega» para influir en los deseos del lector (¿a alguien le sorprende que muchas novelas de bolsillo y colecciones a bajo coste se editen en junio?).Con todo, leer en verano, para algunos, no es sinónimo de «leer ligero». En las últimas semanas he leído a Jane Austen, Clarice Lispector, JunichirōTanizakiy Virginia Woolf, y en breve espero empezar La Regenta, de Clarín. En veranos pasados leí, entre otros, a Marcel Proust, Lev N. Tolstói, Jonathan Franzen, David Grossman y Alice Munro. Sé que no soy la única que aprovecha estos meses para reducir las lagunas lectoras: el clásico o el autor importante es otro reclamo para este periodo, porque el tiempo libre permite una concentración que puede ser difícil de lograr con el horario ocupado. Y, sin embargo, estos libros lo tienen difícil para figurar en los suplementos y en los boletines editoriales. La reconsideración sugerida por Echevarría, a la que me sumo, podría ampliar la oferta, dar cabida a la diversidad de costumbres lectoras y, en definitiva, sentar las bases para que no solo se venda como «veraniego» lo liviano, ni para al lector ocasional ni, insisto, para el asiduo, que también es el objetivo del mensaje.Nota: si alguien sabe quién es el autor de la ilustración, le agradecería que me lo comunicara para añadir el dato.