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[Artículo original escrito para el número #4 de la revista iHstoria, @iHstoriaMDZ, de Mediazines, dirigida por Javier Sanz, disponible para Android y para iOS].
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La entrada del caballo en Troya. Domenico Tiepolo.
National Gallery de Londres.
(temo a los griegos aunque traigan regalos).
La historia del Caballo de Troya es de sobra conocida incluso por quienes no han leído ni a Homero ni a Virgilio. Y de ese pasaje histórico-mitológico-literario surge uno de los errores más curiosos de la informática.
Veamos en qué consiste. Pero ya les advierto que las sagas de empresarios americanos sin escrúpulos, los culebrones venezolanos, los mundos imaginados de Tierras Medias y anillos y las guerras estelares intergalácticas son un ejercicio de primaria comparados con el relato homérico.
Los acontecimientos pudieron acaecer en torno a los siglos XIII o XII a.C. aunque no está claro. Si les interesa el tema, les emplazo a investigar sobre la figura del visionario arqueólogo alemán Heinrich Schliemann, que fue quien descubrió el emplazamiento de la ciudad homérica de Troya en la colina de Hisarlik, en las cosas turcas del mar Egeo. Y hasta aquí puedo leer.
Helena de Troya.
por Evelyn de Morgan
Dicho lo cual, volvamos a la epopeya que nos ocupa.
Helena era la mujer más bella del mundo. Hija de la mujer de Tíndaro, a la sazón rey de Esparta, tuvo muchos pretendientes, como podéis imaginar. Y es que ya entonces existían los enlaces geo-político-estratégicos.
La mujer de Tíndaro era Leda, que tuvo un conocido affaire con un cisne, que no era otro que Zeus disfrazado. De esa relación nacieron Helena y su hermana Clitemnestra, por un lado, y los famosos gemelos Cástor y Pólux por otro, sin que las diversas fuentes se pongan de acuerdo sobre la verdadera paternidad de estos vástagos. Ríanse ustedes de los culebrones modernos.
Leda y el cisne
De entre todos los pretendientes, Helena escogió a un tal Menelao (el más rico de los aspirantes), que vivía exiliado en Esparta desde que fuera desterrado de Micenas junto a su hermano Agamenón. Su padre, Atreo, fue asesinado y el trono de Micenas usurpado por el hermano de éste.Cruentas trifulcas familiares que, como veis, vienen de antiguo.
No nos extenderemos en las conspiraciones y disputas de aquellos tiempos, pero lo cierto es que pasado un tiempo, nos encontramos con que Menelao heredó el trono de Esparta de Tíndaro, Helena se convirtió en la reina de Esparta y Agamenón, hermano de Menelao, se casó con la hermana de Helena, Clitemnestra, y recuperó el trono usurpado de Micenas.
Un pequeño jaleo muy del gusto de los relatos tradicionales y folclóricos de prácticamente todas las tradiciones literarias. Lo de Menelao con Helena y Agamanón con Clitemnestra es seguramente la primera muestra histórico-literaria de dos hermanos casados con dos hermanas; suponemos que, como a veces sucede en la actualidad, una boda fue consecuencia de la otra.
Afrodita como La Venus de Milo
Ahora entra en juego un tal Paris, príncipe troyano. Él fue el elegido por el mismísimo Zeus para dirimir quién era la merecedora de la famosa “Manzana de la Discordia”, así conocida porque debía ser “kallisti” (‘para la más hermosa’). Se trata de otro de esos saraos divino-mitológicos tan del agrado de los griegos. Lo cierto es que reivindican la manzana para sí nada menos que Hera, Atenea y Afrodita.Para inclinar la balanza a su favor, las tres diosas deciden sobornar a Paris: Atenea le ofrece sabiduría y destreza en la guerra; Hera, omnímodo poder político; Afrodita, el amor de la mujer más bella del mundo. Vaya usted a saber por qué, Paris concedió la “manzana de la discordia” a Afrodita.
Pasa el tiempo y héteme aquí que Paris se desplaza a Esparta en misión diplomática. Allí conoce a Helena (recordemos que era la mujer más bella), se enamora de ella, la rapta, no sin la inestimable ayuda de una Afrodita agradecida, y se la lleva a Troya como su esposa, convencido de que está haciendo realidad su destino. Como ven, Helena parecía no tener ni voz ni voto.
En su momento, otro de los pretendientes de Helena, un tal Odiseo (el Ulises romano), hizo prometer a todos que respetarían y defenderían el matrimonio de Helena con quien ella eligiese. Así que una vez consumado el rapto de Helena a manos de Paris toda la élite griega se aprestó a cumplir su juramento y se declaró la inevitable guerra.
Numerosas peripecias mediante, muchas de ellas inspiradoras de alguna de las más aclamadas tragedias clásicas, los griegos mantuvieron sitiada la ciudad de Troya durante diez años. A estas alturas, el bueno de Aquiles, pese a la protección materna, ya ha muerto en combate a manos del propio Paris, al parecer por una flecha envenenada certeramente dirigida por Apolo a su talón.
Los griegos, hartos de infructuosos intentos de conquistar la ciudad y de lavar la deshonra del rapto de la bella Helena, urden una estrategia infalible. Fingen su retirada y dejan a las puertas de la ciudad de Troya un enorme caballo de madera hueco en cuyo interior se han escondido algunos de sus mejores guerreros, comandados por el mencionado Odiseo. Entre esos guerreros se encuentra Menelao en persona.
El desdichado de Laocoonte, sacerdote local, no se fía, y así se lo hace saber a sus conciudadanos, como narra Virgilio (el mismo que acompañó a Dante en su periplo por el Infierno en La Divina Comedia), en el Libro II de la Eneida:
“¡Qué locura tan grande, pobres ciudadanos! ¿Del enemigo pensáis que se ha ido? ¿O creéis que los dánaos (griegos) pueden hacer regalos sin trampa? ¿Así conocemos a Ulises (Odiseo)? O encerrados en esta madera ocultos están los aqueos, o contra nuestras murallas se ha levantado esta máquina para espiar nuestras casas y caer sobre la ciudad desde lo alto, o algún otro engaño se esconde: teucros, no os fieis del caballo…”.Confío en que la última frase de su discurso les evoque algo:
“…Timeo danaos et dona ferentes”: “temo a los griegos aunque traigan regalos”.Y es que los designios del aprendizaje de la historia son inescrutables. Si han leído Astérix Legionario sabrán de qué les hablo.
A pesar de las advertencias de Laocoonte, que tan penoso final padeció devorado por serpientes junto con sus hijos, los troyanos introducen el caballo en la ciudad y se abandonan a una gran celebración de victoria.
El final ya lo conocen. En un momento dado, con los troyanos despreocupados y seguramente ebrios, Sinón abre las tripas del caballo y de sus entrañas salen los guerreros griegos que abren las puertas de la ciudad permitiendo al resto de las tropas entrar y saquear Troya sin piedad.
Menelao regresó a Esparta con Helena y Odiseo comenzó su retorno a Ítaca, que será relatada en la segunda obra de Homero, la Odisea, y que narra su “odisea” para regresar a casa. Como habrán deducido, este es el origen del término que describe un viaje largo, plagado de peripecias, en el que el viajero ha de padecer todo tipo de aventuras adversas y favorables.
Estos “troyanos” deberían denominarse “griegos” pues los nobles troyanos no metieron de tapadillo nada a nadie; muy al contrario, fueron los que sufrieron la felonía.
Y, de postre, lo que en informática se llama “troyano” normalmente no tiene intenciones destructivas para su anfitrión sino únicamente de control sobre el sistema que infecta, intentando pasar desapercibido. Todo lo contrario de lo que pretendía, y consiguió, el leñoso equino, cuyo propósito se parece más al de los virus informáticos más letales.
Así que ya ven: los hackers no leen a Homero. De haberlo hecho, otro nombre más apropiado le darían a su “artefacto”.
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Más info:
• Homero: la Iliada. Se llama así porque en griego la ciudad de troya se llama Ilión.
• Virgilio: la Eneida. Se llama así por el nombre de su protagonista, Eneas, un héroe de la guerra de Troya.
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Mi agradecimiento a Fico Ruiz, de Aragonautas, por su asesoría histórica.