Los héroes de Fukushima

Publicado el 23 octubre 2011 por Rbesonias



La primera persona, el yo cartesiano, eje de nuestra cultura occidental, no existe en japonés. Lo que en España sería «no te preocupes, que yo te ayudaré», en Japón se traduce: «no te preocupes, tu amigo Ramón te ayudará». El yo japonés es un circunstancial. En la cultura japonesa, importa más la relación social que cada individuo mantiene con otros en un contexto determinado, que el subrayado de la identidad personal dentro de la locución. Ese yo que para un europeo es un sustrato determinado y determinante, se licúa en el imaginario lingüístico oriental, se desvanece, pasa a un segundo plano. El otro, en su rol relacional con el sujeto, debe ser siempre puesto como protagonista de la acción. De hecho, parece como si para un japonés el ser personal no fuera sino una mero complemento circunstancial del ecosistema social que le envuelve. 
Esta forma de entender su identidad tiene un eco explícito en la manera en que perciben su propia historia colectiva. Para el europeo ilustrado, son los individuos los hacedores de su propio futuro; cada cual es responsable de sus actos intransferibles y los actos colectivos se escriben con nombres y apellidos. Recuerde si no, amable lector, cómo el Dios judío, del que proviene parte de nuestra tradición cultural, se expresa siempre en términos de voluntad. «Yo soy el que soy», le confesó a Moisés frente a la zarza. No olvidemos que el Dios cristiano es creador, artesano, artífice. Toda religión conforma la identidad de sus dioses a partir de los rasgos que caracterizan a la cultura en la que se inserta. No es de extrañar que para el japonés sea difícil imaginar la existencia metafísica de una divinidad autocomplaciente. En su lugar, prefieren pensar en una fuerza cósmica (Ki) que lo envuelve todo. Los hechos no son provocados por agentes responsables, sino por fuerzas espontáneas que operan sobre la naturaleza. El emperador japonés no actúa movido por su voluntad interna, sino por la fuerza de las circunstancias, la necesidad. Sin embargo, el soberano absoluto europeo es causa suprema de sus propias órdenes; el poder emana de su persona, la sabiduría es suya (o transferida, vía directa, de Dios).
En la cultura japonesa, las cosas son, se manifiestan, toman presencia (nunc stans). Para un europeo del siglo XXI, nada sucede sin intuir que detrás de cualquier hecho se esconde la mano humana, una intencionalidad, un autor. La filosofía oriental subraya la fuerza subyacente que provoca y sostiene tiempo y espacio, actos y omisiones; todo forma parte de una unidad causal, nada ni nadie actúa por cuenta propia, pese a creer hacerlo. La voluntad, la fuerza individual es una ilusión. Nuestras acciones contribuyen no a nuestra propia salvación o condena, sino a la armonía o el desequilibrio del propio universo físico y social. El japonés es responsable de su comunidad antes que de sí mismo. 
Desde esta perspectiva cultural, quizá entendamos mejor la acción valerosa de los llamados Héroes de Fukushima. La mayoría de ciudadanos occidentales alabamos la entrega de estos hombres, más allá del sentido común, sacrificando su propia integridad física por sus compatriotas. De hecho, el premio se le concede a un grupo, a una colectividad, no a un solo hombre. Su acto altruista es una hazaña de la voluntad colectiva frente al egoísmo, un gesto de unidad, de cohesión social, de solidaridad. Con este premio, no solo estamos dando a unos hombres lo que por mérito merecen; también tenemos una idónea oportunidad para reflexionar acerca de las causas por las que en Occidente -pese a haber construido un proyecto común de derechos y libertades- hemos acabado divinizando el interés individual frente a la búsqueda de objetivos comunitarios con los que construir el futuro. Merece la pena pensarlo un poco.
Ramón Besonías Román