Los hipopótamos de Burroughs y Kerouac

Por Igork


Menudo para de tipos Burroughs y Kerouac. La generación beat sigue, lamentablemente, siendo actual. Leyendo, disfrutando de Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Un libro que no cuenta nada del otro jueves. Total, un grupo de borrachines de distintas edades que se juntan para ir a beber o estar juntos sin hacer nada en el piso de aquel o de aquel otro en Nueva York, en pleno agosto. No hacen nada, los americanos han desembarcado en Normandía y nadie sabe si lograrán llegar a París, hace calor y beben. 
Qué asco de libro, ¿no? Entonces, ¿por qué me gusta tanto? Es, además, literatura recortada, como la llamo yo. Semejante a la de Dashiell Hammett, Bukowski, Raymond Carver o más recientemente Bernhard Schlink en la novela El lector.Lo publica Anagrama. Así me gustan, Sr. o Sra. Anagrama, que sigan publicando. Sin libros mi vida resultaría todavía más tediosa.
Fragmento de Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Un fragmento que sirve como metáfora de nuestra querida crisis, hoy, setenta años más tarde. ¿No habréis tenido una sensación parecida alguna vez? Como aquel que alarga las noches de fiesta y desmanes dándose cuenta de que algo no encaja. Como aquella cuya manera de vivir —trabajo, valores, amigos— está desapareciendo y sigue igual, sin mutar. Ahí va:
«Se tomó un tercer martini. Me miró intensamente y me cogió del brazo. —Mira —dijo—, eres un pez en un estanque. Y se está secando. Tienes que mutar en un anfibio, pero hay alguien que se te aferra y te dice que tienes que quedarte en el estanque y que todo se arreglará. Le pregunté por qué en ese caso no hacía yoga, y me dijo que lo del mar venía más a cuento. El camarero tenía puesta la radio. Un locutor estaba dando la noticia de que había un incendio en un circo y oí que decía: «Y los hipopótamos se cocieron y murieron en sus tanques.» Daba aquellos detalles con esa fruición empalagosa característica de los comentaristas de radio. Phillip se volvió hacia Barbara y le dijo: —¿Te apetecería un poco de hipopótamo cocido, Babsy? —No me pareces gracioso —dijo Barbara. —Bueno, pero vamos a comer de todas formas —dijo Phillip. Salimos del bar y nos fuimos hasta el Automat de la calle Cincuenta y siete y cada uno se cogió una ración pequeña de alubias con tomate y una tira de beicon encima. Mientras comíamos Phillip no le prestaba ninguna atención a Barbara y Cathcart tenía que hacerle compañía a la chica.»