Los hombres huecos

Publicado el 04 abril 2011 por Jimalegrias

"Nosotros somos los hombres huecos
nosotros somos los hombre rellenos
inclinándonos juntos,
la cabeza llena de paja. ¡Ay!
Nuestras voces resecas, cuando
susurramos juntos son apagadas y sin sentido
como viento en pasto seco
o patas de ratas sobre el vidrio roto
en nuestra bodega seca"( T. S. Elliot)
Tras el impacto apagué el coche y me quedé completamente inmóvil en el asiento. Tuve la lúgubre certeza de que ella había muerto. De pronto me costaba respirar, sentía que no había aire suficiente, las sienes me latían y golpeaban como un amplificado y doloroso repiqueteo de tambor en la cabeza. Había atropellado a una persona. A una mujer mayor y lenta que había intentado cruzar en rojo. Mientras la multitud se arremolinaba en torno a la mujer tendida en mitad de la calzada algo en mí se negaba a admitir que estuviera realmente muerta.
Estaba sucediendo todo como en una película, como si yo fuese el espectador ajeno a la trama perpetrada por un guionista mediocre, con la única diferencia de que aquí, hoy, ahora, me sudaban demasiado las manos como para que todo aquello fuese solamente ficción.
Llegaron tres coches de policía, dos ambulancias... me bajé como en trance, exhausto, todavía sin aire, del automóvil. Alguien me habló en voz baja, un policía se acercó a mí, me cogió las llaves y aparcó el coche de forma que no interrumpiera la circulación. Revisaron mis papeles. Todo en regla. No habría problema, me dijo el policía, pues varios testigos ya habían declarado que la mujer cruzaba de forma inapropiada y que la velocidad a la que yo circulaba era la adecuada. De todas formas, no me sentía mejor.
El hombre de la ambulancia hizo un mohín alicaído y cubrió el cuerpo con una sábana. Mi oscuro presagio se había cumplido. La mujer había muerto.
De repente tuve frío. Algo me impedía ver y pensar con claridad. Algo oscuro, como un vapor helado que me envolvía por dentro. En ese preciso instante, me di perfecta cuenta de que , por fuerza, tenía que haber un antes y un después en la vida después de matar(aunque de forma no intencionada, fortuita) a un semejante, a una persona viva, aunque no la hubieses tratado nunca ni sintieses por ella el más mínimo afecto.
El ser humano es un animal ético, moral, imbricado por un millón de ramificaciones y afluentes diversos en lo colectivo.
Fue precisamente entonces cuando se me pasó por la cabeza que este antes y después nuevo no sería ni remotamente parecido a ningún antes y después que yo hubiera conocido o intuido antes. No era como ese antes y después que te invade y acciona un raro mecanismo interno tras ,por ejemplo, haber sido infiel a tu mujer, después de traicionar a un amigo o cuando pasas de la pobreza a la riqueza tras un buen golpe de suerte. No, parecía algo mucho peor. Era ésta otra sensación totalmente distinta. No era solamente un molesto desasosiego; no era ningún tipo de íntima disonancia cognitiva pasajera y ajustable entre principios y realismo. Era algo mucho más profundo lo que ahora estaba en juego.
Esto era algo que perduraría, pensé.
Metieron el cuerpo en la ambulancia y se lo llevaron. La multitud comenzó a dispersarse. Muy amablemente, dos policías me dijeron que cogiese de mi automóvil lo que necesitase y que, por favor, los acompañase a la comisaría para realizar los trámites pertinentes del atestado. Entré en el coche, abrí la guantera y cogí las dos entradas. Solamente las dos entradas.
Estuve en comisaría declarando y cumplimentado informes menos de tres horas, pero tenía que volver al día siguiente para la reconstrucción in situ del accidente. Un psicólogo me recetó unas pastillas para dormir y me trasladó unos breves consejos durante una media hora. Me dieron una infusión y salí a la calle, solo.
Pensaba: ¿y qué es lo se hace y se piensa una mañana de sol de primavera tras atropellar y matar a alguien... cuando uno se queda solo? No lo sabía y no creo que hubiese ningún protocolo estipulado al respecto para estos casos.Así que me puse a caminar sin dirección, aleatoriamente, intentando recomponer y encajar lo que me había sucedido aquella mañana. Tenía el sonido del golpe de un cuerpo humano sobre mi coche, parecido a algo cartilaginoso que se aplasta con un mazo de hierro. Tenía también la sensación de frío y la falta de aire. Tenía la desorientación del antes y el después. Tenía la imagen del cuerpo cubierto con una sábana blanca. Tenía... dos entradas. Las dos entradas que había cogido de la guantera. No había cogido nada más. Me había salido automáticamente, de forma inconsciente e instintiva, mientras el cadáver todavía caliente estaba siendo subido a la ambulancia.
Soy una persona de variadas aficiones y pasiones, pero la banda de Michael Stipe, Buck y Mills figuraba entre las primeras. Casi una obsesión. Habían sacado 14 álbumes de estudio y yo tenía más de 45, entre piratas, rarezas y demás, aunque nunca- por una u otra razón- había podido verlos en directo.
Aquélla iba a ser la primera vez. Antes del accidente, claro. Las había comprado por internet hacía más de un mes; 170 euros cada entrada para la mejor ubicación del estadio- justo enfrente de la banda, a unos escasos veinte metros- bien merecían la pena. Llamé al trabajo. Me disponía a llamar a mi mujer cuando algo me detuvo.
Trataba de pensar. No sabía qué hacer. "Accelerate" era un buen disco, un disco de madurez, ya no eran unos críos, aunque les había quedado un poco corto. Contenía canciones muy potentes y con personalidad como "Supernatural Superserious" .Pero seguramente que esa noche tocarían la mayor parte del "Automatic for the people" y del "New adventures in Hi-fi", mis dos álbumes favoritos. Clásicos como "Low Desert", "Man on the Moon" y "Electrolite" caerían fijo.
El "Out of Time" lo había escuchado casi un millón de veces. Tenía hasta una rara edición limitada japonesa con dos bonus-track que había comprado en ebay por una cantidad muy respetable. Me dije que no podía faltar.
Sólo tres conciertos en todo el país. Y los tíos estaban en plena forma, ¿quién iba a saber si aquélla sería su última gira? Las tensiones entre los tres iban en aumento. Podían separarse, romper el grupo, cada uno por su lado. O morirse. Ya había pasado antes. REM Kaput. Y yo habría perdido mi gran y única oportunidad de poder contemplar a mi superbanda favorita de todos los tiempos en directo. No podía faltar a ese concierto. ¿Por qué iba a hacerlo? Yo no conocía a aquella anciana, ella había cruzado en rojo, la muy loca se había abalanzado cruzando en rojo contra mi coche... me había fastidiado la mañana y ahora, si la dejaba, incluso iba a amargarme el tan ansiado concierto de los de Georgia.... además, ¿qué se supone que se hace después de atropellar y matar a alguien? "Obra siempre de modo que tu conducta pudiera de servir de Principio a una Ley Universal", frase que había leído el día anterior en un suplemento dominical y había memorizado sin querer, como un estribillo de esos de alguna canción del verano que odias. Era de Kant. Pero, ¿qué significaba realmente aquello? ¿A qué principio universal se refería el filósofo? ¿Alguna vieja loca se había tirado alguna vez contra su coche para morirse después y amargarle el día? Colaboro con una ONG, voto a un partido progresista, creo en la redistribución de la riqueza, no soy partidario de la violencia, estoy a favor de las energías renovables, estoy en contra del maltrato a los animales, me preocupa el cambio climático... ¿no son esos suficiente "principios"? ¿ No encajaría dentro de esa supuesta Ley Universal suprahumana fundamental aunque fuese a aquel concierto( al "CONCIERTO") después de lo sucedido? Así que no llamé a mi mujer.
Entré en el parque. Puse en el mp3 Apple granate que llevo en el bolsillo interior de mi chaqueta el "Around the Sun"- un disco vapuleado y menospreciado por la crítica pero al que yo había aprendido a valorar y a apreciar muy positivamente a base de muchas escuchas- y me dirigí hacia la luz que se colaba entre los árboles. Sonaban aquellas primeras guitarras afiladas del "Electron Blue" y me dije que eran demasiados buenos aquellos chicos de Georgia para dejarlos escapar por culpa de una anciana y lenta desconocida. La contorsión del dolor y la desorientación que había sentido hasta ahora comenzaba a declinar; corría como el agua en un fregadero, vaciándose fuera de mí. Mi cuerpo y mi mente giraban alrededor de la música, envuelto en acordes. Ya no sentía tanto frío. Cerré los ojos, sonaba "Wanderlust"... estaba perdiendo de vista poco a poco lo que me había pasado hacía solamente unas horas, todo ese asombro doloroso, el aturdimiento, el frío... llegó un momento en que ni mi propia indiferencia me asombraba.
Después del concierto le diría a mi mujer lo que me había sucedido por la mañana. Se lo contaría todo, sin omitir nada. Le diría que hasta el trámite emocional y engorroso de lo que me había sucedido podía ser aplazado, postergado, por determinadas y vitales circunstancias como las de aquel concierto. El doloroso antes y el después bien podía aguardar unas cuantas horas. Un dolor portátil, olvidado en un cajón durante unas horas por una buena causa. La vida es así, es una entidad cuántica, 2+2 a veces son 5 o 7, una deriva entre recovecos, contradicciones y anfractuosidades íntimas. Ella lo entendería. No le daría demasiada importancia. Seguro que no. Me reconfortaba pensar en su comprensión. Ella diría que lo que había hecho era perfectamente normal, razonable, que yo no era un loco ni un insensible ni un tipo hueco y amoral.
La mañana volvía a ser luminosa. Una desconocida había intentado arruinarla. Pero ahora ya no pensaba en principios morales y leyes universales. Sólo intentaba imaginarme cómo sonaría en directo el "Man on the moon" a tan solo veinte metros de distancia.
Un gran concierto me esperaba.
Saludos de Jim. Todo el mundo lleva un joven Raskólnikov dentro.