Revista Cine

Los hombres huecos: George A. Romero refunda el terror USA en “La noche de los muertos vivientes”

Publicado el 24 marzo 2013 por Esbilla

Una reseña tripartita en Ultramundo  sobre La noche de los muertos vivientes don de el texto sobre la obra de Romero a mi cuenta se ve ampliado con la lectura que Ivan Suárez realiza de la estrafalaria versión 30 Aniversario perpetrado por John A. Russo. Todo ello según ocurrencia y maquetación de Miguel Paperman:

http://cineultramundo.blogspot.com.es/2013/03/critica-de-la-noche-de-los-muertos.html

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“This is the way the world ends” 

En un artículo sobre la mugrienta “I spit on your grave” (Meir Zarchi, 1978) trataba de explicar el proceso por el cual el pesimismo se apropió de la cultura popular norteamericana a finales de los 60 para atravesar, voraz, la siguiente década en estos término: “Tras el asesinato de Kennedy en 1963, América y por extensión el mundo civilizado, tuvo su memento mori. Esa sensación de finitud, de falibilidad y caída que, contrariamente a lo machaconamente propagado, no devino en el fin de la inocencia sino en el inicio de la fiesta. Pero cuando se acabaron las burbujas y se destiñeron los colores solo quedó una resaca que en sus mejores formas se tiñó de desencanto y en las peores de moralismo. El cine no fue ajeno a esta circunstancia histórica y al delirio pop y el desbarre de los plateados 60 siguió la herrumbre de unos 70 que eran todo negrura y verismo descascarillado. El thriller, que había comenzado ya a amargarse a finales de la década anterior con títulos clarividentes (y

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todos del legendario 1968, por cierto) como Brigada Homicida de Don Siegel, El Detective de Gordon Douglas o la aterradora El estrangulador de Boston de Richard Fleischer, comenzaría un periodo extraordinariamente fructífero y mutante que alumbró obras mayores del cine policiaco”.

A lo largo de ese 1968 ocurren de modo sincrónico una serie de hechos, de alguna tortuosa manera interrelacionados, que convierten a ese año en el punto cero del pesimismo. Ya habían aparecido antes las señales. En 1966 Charles Joseph Withman se subía al tejado del edifico principal de la Universidad de Texas en Austin y con su fusil de mira telescópica abatía a 14 personas y hería a una treintena. En 1968 el entonces teórico Peter Bogdanovich ficcionalizaba estos sucesos en la magistral “El héroe anda suelto”, enfrentando, de manera simbólica, al nuevo horror real nacido de las secuelas psicológicas de las guerras de Corea y Vietnam, en curso esta última, contra el horror de cine corporeizado en la figura venerable, totémica, de Boris Karloff. Unos meses antes del estreno de esta película, El 4 de abril de 1968, Martin Luther King era asesinado en el Motel Lorraine de Memphis.

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Dos meses y un día después, el 5 de junio, Edward F. Kennedy era tiroteado en el Hotel Ambassador de Los Angeles. Moría al día siguiente. Ese mismo mes Polanski convocaba al maligno en el edificio Chelsea de Nueva York en su magistral fantasía paranoica “La semilla del diablo” . El Asesino del Zodiaco cerraba un año funesto comenzando a operar en la bahía de San Francisco en aquel diciembre. En febrero Charlton Heston había descubierto un mundo nuevo que era el mismo pero todavía más pavoroso en “El Planeta de los Simios” , lugar de nacimiento de la ciencia ficción moderna en el cine USA.

1968 era el año propicio para que los muertos saliesen de sus tumbas. George A. Romero los levantó con una producción minúscula e inconsciente, que en su estilo desabrido, intempestivo y urgente, capturaba más terror del que ninguna cinta antes había capturado. Aquel era el Apocalipsis de verdad, un film bíblico en sentido estricto. Era la resurrección de la carne documentada al minuto. 1968 era el año del mal, era el año del pesimismo, el año del horror.

Este cuarteto de películas capitales (A los cuales habría que sumar la también intergenérica “El estrangulador de Boston”, cara a cara entre el mal encarnado, la psicosis civil y los abismos de la mente humana) recogía, estilizados, cristalizados de manera purísima, todos los terrores más íntimos de una sociedad y un país perdidos. Miedo a la guerra, nuclear o no, miedo a tus vecinos, miedo a las calles, miedo a la muerte, miedo al futuro… adiós al verano del amor, hola al otoño del horror.

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“Not with a bang…” 

Rodada en los alrededores de Pittsburgh, lugar en el cual Romero vivía y operaba entonces junto a otra serie de cineastas “Amateur”, a lo largo de la segunda mitad de 1967 y nacida, paradójicamente, con la idea de crear una comedia satírica sobre una colonización extraterrestre, supuso en origen poco más que un intento por realizar, con medios misérrimos, un presentable film de horror de programa doble siguiendo la relativa pujanza del cine “Underground” de casquería, inaugurado poco antes por el entrañable Herschell Gordon Lewis en “Blood Feast” (1963) o “2000 Maníacos” (1964) sin mayor fin que el de renovar el agotado filón de los “Nudies”. Producida por la Hardman Associates y con la mayoría del contado equipo multiplicando misiones -desde empleados haciendo de muertos hasta el matrimonio Karl Hardman y Marilyn Eastman

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 ocupándose del sonido y el maquillaje/vestuario respectivamente amén de interpretar al desafortunado matrimonio Cooper en la ficción- la película termina beneficiándose de todas las penurias y escaseces a golpe de intuición y/o suerte.

La imposibilidad de contar con sangre de color natural y la inexperiencia en cuanto a efectos recomienda la fotografía en blanco y negro, muy contrastado para disimular cualquier imperfección, mientras que la necesidad económica de filmar en 16 mm resulta una ventaja rompedora cuando al hincharlo a los preceptivos 35 mm para su estreno la imagen luzca una textura de grano duro, rugosa, casi de celuloide encontrado o de filmación reporteril.
Igualmente la exigencia de completar un metraje estándar impone el peculiar ritmo interno del film: oscilante entre el montaje frenético (de nuevo con la misión de ocultar con ingenio cinematográfico lo que el presupuesto no cubre) y la calma exasperante de las acciones recogidas en su literalidad (Ben tapando metódicamente todas las puertas y ventanas en una secuencia larguísima, prácticamente en tiempo real). Así mismo resultan óptimas las prestaciones de los intérpretes, todos no profesionales a excepción del protagonista, el actor teatral Duane Jones.

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“La noche de los muertos vivientes” fue estrenada como si tal cosa en las sesiones de matinée con el consiguiente pasmo de los jóvenes espectadores que dispuestos a una sesión de diversión inocente se encontraban a si mismos enfrentados a un marasmo de horror pútrido. A la experiencia sensorial que sin duda supondría haber visto aquella película, insólita, en su momento se sumaba la extrema severidad, la acre ironía y el rotundo pesimismo con el cual Romero contemplaba a la especie humana atrapada en una pesadilla volcada en unos rollos baratos que, desde luego, contenía cualquier cosa menos inocencia. Retirada raudamente y vuelta a estrena poco después en condiciones más apropiadas aquellas imágenes testimoniales de los últimos días del hombre se convertirían en un éxito capaz de terminar por recaudar cerca de 30 millones de dólares en todo el mundo y de cambiar el cine de terror.

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“…but a whimper”.

Desechada la ya mencionada idea de la comedia (Aunque la sátira social perdure y se extienda a través de las posteriores entregas del universo zombie romeriano) el autor retomó su fascinación por el “Soy Leyenda” (1954) de Richard Matheson, del cual aprovecha no solo un buen puñado de elementos concretos sino, y especialmente, esa sensación física de fin de los tiempos ya aludida, mezclado con otros cuantos prestados de “El día de los trífidos” (1951), otro clásico de la ciencia-ficción moderna a cargo del británico John Wyndham y todo ello bajo la inspiración estética de la muy minoritaria adaptación italo/británica del susodicho libro de Matheson realizada en 1964 con el genial Vincent Price a modo de protagonista, “The Last Man on Earth”.

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Este film, que al parecer causó una gran impresión en Romero, le permite dotar a su propia película de los referentes en los cuales apoyar la refundación integral del zombie, una imaginería nueva que se apartaba del vudú, de los mad doctors, de las posesiones extraterrestres o de cualquier otra cosa previa y que dependía, en parte de los tambaleantes vampiros posapocalípticos mathesonianos y en parte de las pútridas criaturas en descomposición que proponían los cómics de la Warren, la deliciosa revista “Creepy” a la cabeza, sin despreciar la notable influencia ambiental ejercida por títulos de la edad del terror atómico como el “Five” (1951) de Arch Oboler o el “Day the World ended” (1955) de Roger Corman con al cual comparte el esquema de variopinto grupo de supervivientes aislados y sus preceptivas tensiones.

Uno de los aciertos mayores y una de las razones principales de su perduración en el tiempo (Es este un film poco o nada envejecido) radica en la intuición y capacidad por parte de George A. Romero de abrir la película a mil y una sugerencias y caminos interpretativos, sin que estos ni recarguen el conjunto ni se anulen o entorpezcan los unos a los otros. No solo es/fue toda una refundación integral de un género partiendo de elementos bastardos en si mismos como el floreciente “Gore”, las atmosféricas producciones de Val Lewton de la década de los 40, “Los Pájaros” (1963) de Alfred Hitchcock o la pujanza contemporánea de los noticiarios televisivos y su inmediatez (Punta de lanza de la afilada sátira que contiene y que cristaliza en lo desoladora secuencia final rematada con el empleo de la foto fija) para hibridar una síntesis de “Sci-Fi” paranoica, horror visceral (Literal y metafóricamente), “Cinema verité” o hasta resabios del “Western”(¿No están los protagonistas cercados y en menos número por un enemigo exterior y extraño mientras esperan al llegada de un hipotético 7º de Caballería?) y gotas de “American Gothic” (lugares aislados, ambientación rural, noche ominosa,

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rednecks armados,…).

En esta vía “Gotizante” y en palabras de José María Latorre para el formidable “American Gothic: El cine de terror USA 1968-1980” (vv.aa. Coordinado por Antonio José Navarro, Donostia Kultura, Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastían, 2007), “La Noche de los Muertos Vivientes” “Busca el horror en tres vértebras sociales de eso que se ha convenido en llamar vida cotidiana: la familia, la casa y al ley”. Además Latorre, en una interpretación particularmente penetrante, adjudica a la narración la lógica y el valor de los cuentos (o de las fábulas, ya que el trabajo de Romero tiene un componente moral, irónico si se quiere muy dependiente de eses giro final tan cruel y retorcido de los cómics de la “EC”.

Aquí el supuesto héroe, después de negarse durante todo el metraje a refugiarse en el sótano tiene que recurrir a él con el resultado de que, efectivamente se salva, aunque solo sea para ser víctima de una suerte de oscuro sentido de la justicia poética), tanto en cuanto a localizaciones (El cementerio, lugar de mal agüero, la casa solitaria/encantada, el bosque irreal/misterios del cual emergen las criaturas. A lo cual podría añadirse que el elemento fantástico es crudamente barrido por la llegada del solo y del hombre armado. ¿Representación quizás del cazador o leñador de tantas fábulas) como a soluciones dramáticas. Desde la hija que mata/devora a su padres hasta el ya famoso juego inaugura el cementerio y ese “Vienen por ti” como chanza que se vuelve aterradora realidad, más aun cuando sea precisamente el hermano de la protagonista quien aparezca

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para reclamarla a su lugar entre los muertos.

La riqueza interpretativa de sus múltiples caminos alegóricos permite, como bien explicaban allá por 1996 Manuel Valencia y Eduardo Guillot (Sangre, sudor y vísceras: Historia del cine Gore, Editorial La Máscara, Colección De Cine), enunciar una cosa y su contraria de modo simultáneo: “Los nuevos zombies planteados como metáfora de de una sociedad despersonalizada, en la que el hombre es el peor enemigo de si mismo, capaz has de devorara (literalmente) a sus semejantes, han quedado para siempre como una de las cumbres del terror, aunque al lectura reaccionaria del filme sea igualmente interesante: frente al caos sólo queda la ley y el orden, única manera de restablecer la alterada normalidad”.

Las metáforas están abiertas en canal: los muertos son el futuro de todos y de todo, avanzan lentos pero inexorable y siempre te atrapan aunque tú puedas pensar que lograras escapar. Las lecturas sociopolíticas (Vietnam inclusive) también: la muerte iguala las clases, no hay diferencias de edad o situación (entre las filas vemos jóvenes y viejos, desnudos y trajeados), son una masa instintiva, una ola popular sin control no líderes movida por un hambre atroz. Tiene además un algo impúdico, como de haber sido sorprendidos por la muerte en mitad de la cotidianeidad. Son una reminiscencia un reflejo patético, una parodia de la existencia. Mientras los vivos ven como sus barreras morales se derrumban, arrasarán con todo y con todos por sobrevivir -Ben ejecuta de manera gélida al señor Cooper después de que este se niegue a volver a abrirle la puerta- o por puro pavor -las brigadas que tirotean a los muertos que pululan a pleno día y que terminaran por matar al protagonista (además el único personaje negro de la cinta, otra capa crítica más)- refugiándose en las armas y en la impunidad de la violencia como defensa/necesidad/excusa.*

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