Y un día de repente, sin apenas creerlo, me dí cuenta de que llevaba casi cinco meses sin escribir en mi blog. Sinceramente no pocas cosas habían ocurrido, pero el bullir de los acontecimientos me habían tenido inmersa en el más absoluto ostracismo, y nunca mejor dicho, decidí salir de mi concha y reaparecer en público.
Ahora venía lo peor... ¿Por dónde empezar? Me encuentro algo desentrenada y haber estado sumida en la abstracción política tampoco me ayuda en estos momentos. Hay días que tienes tanto de que hablar que las míseras líneas de un blog resultan birriosas. Otros como hoy no sabes por dónde empezar o incluso peor, no encuentras la musa que te inspire para poder escribir. A esto último lo llaman, como todos sabréis, "el pánico a la hoja en blanco".
Precisamente al pensar en eso, he pensado en Stieg Larsson. Este verano he sucumbido ante el implacable encanto de la trilogía Millenium y el primer tocho de seiscientas y pico páginas ya no tiene secretos para mí. Sinceramente me pasó cómo con El Código DaVinci. Estos libros simples y adictivos, con cierto toque de intriga y super pesados (en gramos me refiero) que hacen de tus horas de playa un suspiro pero que a la vez, sabes que son de baja estofa y que nunca recibirán un premio de literatura más allá de la denominación de Best Seller.
El caso es que, aún sabiendo de antemano cómo se van a desarrollar los hechos (la intriga en verdad es mínima porque la trama se ve venir) y quién es el asesino (que por una vez no es un mayordomo), crea esa sensación de "a ver si me acabo el libro y me demuestro a mi misma lo lista que soy que ya sé quién es el malo".
Pues fue justo al leer este libro cuando volví a pensar en ese pánico a la hoja en blanco y en cómo Larsson podría haber maquinado con una mente sana tal cantidad de barbaridades. También me asaltó la duda de si a todos los escritores les pasará como a mi, que pienso en las posibles repercusiones de aquello que imagino y que deseo escribir, pero que el miedo a que piensen que estoy mal de la cabeza me coarta. Luego recordé a unos cuantos escritores importantes y a algún escritor amigo, y pensé que quizás la única que posee ese filtro absurdo y aterrador soy yo. Sino, Stephen King jamás hubiese escrito una línea.
Conclusión: Los escritores son una panda de enfermos mentales con perversiones psicópatas y con demasiado miedo a la ley para llevarlas a cabo. Yo soy una enferma mental con filtro. Lo mio es mucho peor.
PROXIMO CAPÍTULO: Los directores de cine pervertidos (Yokin espero asesoramiento al respecto). Por cierto, espero ver esta misma semana la versión cinematográfica de Los hombres que no amaban a las mujeres (curiosa traducción cuando el original dice directamente "que odian a las mujeres")