Mijaíl Bulgákov pertenece a ese aleatorio grupo de escritores que tengo ahí, en la estantería, desde hace años o incluso décadas, sin animarme a leerlo. No se trata de una decisión consciente, sino de una postergación azarosa, que en muchos casos se quiebra y que en otros se prolongará, ay, de forma indefinida a causa de mi muerte. El maestro y Margarita, por ejemplo, me muestra su lomo rojo desde hace un cuarto de siglo. Con todo, he preferido iniciar la aproximación con una novela menos voluminosa, que la verdad es que me ha gustado. Me refiero a Los huevos fatídicos, una pieza de título horrendo (para qué lo vamos a negar) pero que plantea un tema interesante: el modo en que el uso incontrolado de la ciencia puede convertirse en una pesadilla.El gran protagonista es el zoólogo ruso Persikov, experto mundial en anfibios, que en el año 1928 descubre por accidente en su microscopio una multiplicación anómala de amebas bajo la presencia de una luz roja. Tras varios días de observación, se propone escribir un trabajo sobre esta curiosa multiplicación. Con un rayo similar pero de mayor tamaño consigue que los huevos de rana se desarrollen a una velocidad inaudita: nacen los renacuajos y se convierten en adultos con rapidez. Su ayudante está convencido de que el profesor ha encontrado el rayo de la vida. Cuando la noticia trasciende a la prensa y a los responsables políticos, el asunto se comienza a complicar, hasta el punto de que le requisan sus aparatos y los aplican sin control científico sobre huevos de cocodrilo y avestruz, provocando una situación de pánico entre la población desde el momento en que miles y miles de estos animales comienzan a cercar las ciudades.
Escrita con una prosa cuidada y directa, esta historia de Bulgákov nos habla de un mundo en el que los responsables políticos se abalanzan sobre un avance técnico, aún en período de prueba y estudio, y lo transforman en un desastre con tintes de Apocalipsis. Los amantes del género disfrutarán mucho con esta novela de ciencia-ficción.