Esta semana hemos tenido que volver a asumir que el mundo es un lugar, por decirlo de un modo suave, imperfecto. La naturaleza no distingue entre lugares, pero tiene por costumbre ensañarse con los pobres, ya que estos no están preparados para soportar sus embestidas.
En estas circunstancias, como es también costumbre, algunos demagogos con tribuna permanente e injustificada en los medios de comunicación aprovechan para expresar sus pareceres y explorar los límites de la indignación humana. El nuevo obispo de San Sebastián, un tal Munilla, nos sermonea sin que se lo pidamos y sostiene que nuestra tragedia espiritual es mucho peor que lo que ha sucedido en Haití. Como cada vez se les hace menos caso, nuestros prelados necesitan llamar la atención de algún modo, de acaparar titulares y de hacer buena la máxima de que es bueno que hablen de uno, aunque sea mal. Poco después, y como era de esperar, en vez de rectificar y perdir perdón, se ha proclamado mártir y ha declarado que se ha tergiversado el sentido de sus palabras. Lo cierto es que personalmente no entiendo en qué consiste dicha tergiversación. Él explica que hablaba como teólogo. Dejémoslo ahí.
Otro pájaro que ha aprovechado para hablar es Pat Robertson, un conocido y millonario predicador estadounidense. Este habla con más claridad que su colega español, aunque también desde un punto de vista teológico. Nos ilumina revelándonos que la tragedia de Haití ha sido debida a un pacto de sus habitantes con el diablo. Al margen de la necedad de tales palabras, cabría preguntarse qué le han ofrecido los haitianos al maligno a cambio de tamaño terremoto. Es tan demencial que habría que encerrar a este señor en una institución psiquiátrica. Lo malo es que habrían de seguirle unos cuantos millones de seguidores.
En otro orden de cosas, los españoles podemos sentirnos reconfortados. No todo se hunde en el mundo. Un empresario forradísimo ha dejado su herencia a la familia real, en concreto, la mitad a los sobrinos del Rey (son tantos ya que les va a venir como agua de mayo) y la otra mitad a los príncipes de Asturias para que creen una "institución benéfica". Realmente, como diría Cándido, nos encontramos en el mejor de los mundos posibles y todo sucede como debe suceder.
Desde aquí mi solidaridad con Haití. Sé que las palabras no sirven para nada, pero quien pueda ayudar, que ayude en la medida de sus posibilidades. Esto va también por los príncipes. Por si leen este blog.