Los Verdes Europeos, partido y a veces secta de la izquierda supuestamente ecologista que quiere que volvamos a las cavernas y comamos hierba, porque detestan la carne que cazaban nuestros antepasados, acusan a Inditex de usar sus filiales europeas para ahorrar 585 millones en impuestos españoles.
Como si la empresa que da trabajo directo a 152.000 personas en todo el mundo cometiera algún crimen por ahorrar legalmente esa cantidad –aun así desmentida por la empresa-- aprovechando su implantación en Irlanda, Holanda y Suiza.
Observe usted a Los Verdes y a grupos similares: prácticamente ninguno creó un solo puesto de trabajo, viven de salarios públicos, es decir, extractivos, pagados por los sectores productivos como Inditex y por el efecto multiplicador de sus trabajadores. Ni un céntimo debería dársele a los parásitos.
Y además como si en sus declaraciones de la renta esos supuestos ecologistas no dedujeran todo a lo que tienen derecho.
Luego, se erigen jueces de los demás acusándolos, por ejemplo, de producir demasiado CO2, cuando ellos en sus viajes, aquelarres, fiestas, manifiestos y movimientos por el mundo generan más gases que millones de vacas australianas y los proletarios del mundo unidos.
Basta de perseguir a quienes crean trabajo que genera una riqueza que beneficia a todos, directa o indirectamente.
“Es que yo le pagaría impuestos a Amancio Ortega en lugar de cobrárselos para que tras emplear directamente a 152.000 personas consiga darle trabajo a 250.000”, dice una de sus múltiples diseñadoras, que se niega a que se divulgue su nombre para no parecer servil con la empresa.
Una propuesta poco novedosa, pero en la que nos fijamos poco: numerosas compañías como las automovilísticas ya tienen ayudas, exenciones y subvenciones porque dan trabajo; y crearían más si les cobraran menos impuestos, y más si no los tuvieran.
Como ocurre ahora con los trabajadores autónomos en numerosos lugares del mundo que no contribuyen directamente porque se sabe que cada uno de ellos paga indirectamente impuestos con todo bien que adquiere para poder trabajar y producir, y con lo que generan su propio consumo, el de sus trabajadores, y sus productos en la larguísima cadena de gasto multiplicadora de riqueza.
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SALAS, en una de las Ciudades del Cambio