Alberto Fernández los usó como respaldo y, subido a ese prestigio, creció en popularidad. Hoy no callan sus críticas. Y desde el Gobierno los desmienten.
El descalabrado plan de vacunación del Gobierno puede advertirse de diferentes maneras. La más a mano es estrictamente numérica: en ese plano la novedad es que hoy llegarían 650 mil dosis de la vacuna Sputnik. Apenas 250 mil corresponden a las ansiadas segundas dosis. A todas luces insuficientes cuando hasta este lunes 3 de cada 10 mayores de 60 años aún no había completado el esquema de vacunación, y quienes recibieron la primera dosis de Sputnik aceptan con más resignación que entusiasmo las alternativas. Vale recordarlo, generadas por la carencia y no por su eficacia, aunque la tengan.
Lo cierto es que a esta altura llegan más vacunas donadas -España aportó 400 mil dosis de AstraZeneca-, que de segundas dosis compradas al amigo Putin en Rusia, a pesar de que, tal como contó Cecilia Nicolini en su inolvidable carta, la Argentina defendió y peleó por el proyecto ruso. Resulta indiscutible que tanta adhesión fue un eslabón central del fracaso. Es más, en el avión que transporta las vacunas desde Moscú viaja la ministra Carla Vizzotti, lo que habilita a pensar que el envío se parece más a un salvavidas tirado a la funcionaria, para que no llegara otra vez con las manos vacías, que a cumplir con un cronograma de entregas que nunca existió y se convirtió en un ejemplo gigante de informalidad.
En fin, más de lo mismo. Pero hay otro síntoma del fracaso, acaso más interesante, que también ocurre de modo visible por estos días: el desmarque de los infectólogos que hace más de un año aparecían como el respaldo científico y académico de las decisiones de Alberto Fernández.
Dos de ellos, quizás los más representativos por su exposición pública, mostraron que aquellos días de romance quedaron definitivamente atrás. Acorralado por el papelón del cumpleaños en Olivos, Pedro Cahn, el mismo que acompañaba desde un lugar de privilegio las exposiciones del Presidente, no tuvo más remedio que correr el cuerpo para evitar seguir siendo arrastrado por la avalancha de desprestigio. "Está mal no cumplir con el protocolo, sea quien sea", dijo hace unos días. "Han fallecido amigos míos y no he podido despedirlos. El que no ha hecho las cosas como corresponde debe reflexionar", se preocupó en dejar constancia de su buena conducta y reprochar a Alberto Fernández.
Este lunes sumó su crítica Eduardo López, otro de los mejores difusores de las consecuencias y tratamientos de la pandemia. "Tener 5 millones de vacunas en heladeras es una barbaridad, un fracaso del sistema", sentenció. Y agregó: "La mejor vacuna es la que está colocada en un brazo, y la peor es la que no se coloca. Es una materia aplazada, no con 1, sino con cero. Los vacunatorios los sábados y domingos atienden poco o están cerrados. Argentina tiene la necesidad y la obligación de aumentar el ritmo de vacunación. No podemos discutir la tercera dosis cuando no tenemos la segunda". Ayer desde el ministerio de Salud le respondieron acusándolo de "desconocer las complejidades...". Omar Sued, otro integrante del Comité, el 30 de julio anunció en su Twitter que viajaba a Washington para trabajar como asesor de la Organización Panamericana de la Salud.
Si hay una muestra evidente del desgajamiento de adhesiones que originaron los errores del Gobierno es el cruce de vereda de los infectólogos. Aquellos aliados (con más o menos intereses propios) de ayer son los críticos de hoy. Para encontrar la explicación a esa novedad el Gobierno debe mirarse a sí mismo.
Origen: CLARIN