Los inmortales no existen

Por Siempreenmedio @Siempreblog

El inesperado fallecimiento de Emilio Botín es de esos acontecimientos que parece haber dejado a España algo huérfana. Demasiado, desde mi punto de vista. Al menos, eso parece, a juzgar por el contenido y cantidad de páginas y espacios radiofónicos, televisivos y los miles de comentarios en las redes sociales dedicadas a la figura del insigne banquero cántabro.

Pros y contras a su figura y su gestión. De todo ha habido.

Lo cierto, es que está muerto y que el banco del que parecía dueño, pero no lo era, afronta ahora una nueva etapa, llena de incertidumbres, como todo lo nuevo.

Hay personas públicas que parecen inmortales, perennes en el devenir económico y social. Botín era de ésos.

Me sentí igual de contrariada cuando escuché la noticia del fallecimiento de Jesús de Polanco, y peor aún cuando murió Joaquín Luqui, que tuvo un accidente doméstico de lo más inesperado y resultó que no era inmortal.

¡Vaya sorpresa! De la noche a la mañana, adiós a su susurrante “tres, dos, uno. Tú y yo lo sabíamos” a través de las ondas de los 40 principales ‘forever’.

La sensación que a mí me dan algunas de estas personas que copan titulares y espacios públicos por doquier es que nunca van a morir. Pero, de repente, la vida y especialmente su norma más inamovible, la muerte, nos recuerda que nadie escapa de la única verdad que nos igual a todos, por mucho dinero, fama, cultura, genialidad o influencia que tenga.

Esta última semana han fallecido varias personas conocidas y de gran mérito y reconocimiento (más o menos merecido, según quien opine) como el escritor Arturo Maccantti. En el ámbito empresarial además de Botín, ha muerto Isidoro Álvarez, el presidente del Corte Inglés, mucho menos famoso y popular que el banquero que llevó el nombre de Santander a lo más alto de la banca europea.

Pero también han muerto otras personas anónimas. Gente cercana y querida por sus amigos, compañeros y especialmente por sus parejas, hijos e hijas. Personas que con mucho menos bullicio público, y sin titulares grandilocuentes, sin que medien tantos análisis públicos más o menos acertados sobre su trayectoria, han dejado un vacío irreparable en personas que a mí de verdad me importan.

Por ellos van estas líneas, reivindicando un espacio, para ellos y para todas las personas que han fallecido estos días, y para el dolor de quienes se quedan echándoles sinceramente de menos aunque no hayan dirigido grandes negocios, ni escrito poemas cuya belleza literaria pasará a la posteridad.

Un espacio para recordar sus méritos y deméritos, sus bondades y hasta sus maldades. Las que protagonizaron en vida e influyeron en las personas que les rodearon, haciéndoles quienes son ahora.

En definitiva, estas líneas de hoy son para ti y para mí y para todas las personas a las que queremos.