Los interlocutores del escritor, Natalia Ginzburg

Publicado el 06 septiembre 2017 por Kim Nguyen

Carlo Ginzburg

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Quien escribe corre dos peligros: el peligro de ser demasiado bueno y tolerante para consigo mismo, y el peligro de despreciarse. Cuando se desea demasiado bien para sí mismo, cuando se siente lleno de simpatía por todo lo que piensa y escribe, lo hace entonces con una facilidad y una fluidez que deberían despertar sus sospechas. No tiene sospecha alguna porque en su espíritu relampagueante de un vano fuego no hay lugar para sospechas o juicios y todo aquello que inventa, piensa y escribe le parece felizmente legítimo, útil y destinado a alguien. Cuando, por lo contrario, empieza a despreciarse, abate prontamente sus propios pensamientos, los derriba apenas se alzan y respiran, y amontona a su alrededor cadáveres de pensamientos, molestos y pesados como pájaros muertos. O bien, todavía, estando lleno de desprecio para consigo mismo, pero también de una oscura esperanza, escribe y resarciré la misma frase en un folio infinitas veces, con la confianza absurda de que de aquella frase inmóvil surjan de repente y milagrosamente la vitalidad y la reflexión.
Por eso quien escribe siente imperiosamente la necesidad de tener interlocutores. Necesita tres o cuatro personas a quienes someter lo que escribe y piensa, y hablar de ello. No necesita muchas: le bastan tres o cuatro. El público es, para quien escribe, una proliferación y una proyección de estas tres o cuatro personas en lo ignoto y en lo infinito.
Estas personas ayudan a quien escribe ya sea a no sentir por sí mismo una simpatía ciega, ya sea a no sentir por sí mismo un desprecio mortal. Le ayudan a defenderse de las sensaciones de desvariar y delirar en solitario. Le salvan de las enfermedades que crecen y se multiplican, como una vegetación extraña y triste, en la sombra de su espíritu cuando está solo.
La elección de los interlocutores es sumamente extraña, y quien escribe no busca, entre ellos, ninguna semejanza. Parecen pescados por casualidad y al azar entre las personas que le rodean. Dicha elección no obedece ni al afecto ni a la amistad ni a la estima; o mejor, el afecto, la amistad y la estima son necesarios; pero no suficientes. Naturalmente, uno espera siempre que el destino nos traiga nuevos interlocutores; y cuando envejece, casi no espera otra cosa.

Natalia Ginzburg
Interlocutores, agosto de 1970 
Nunca me preguntes

Foto: Carlo Ginzburg, hijo mayor e interlocutor de Natalia Ginzburg
“Mis interlocutores son, en el momento presente, unos cuatro: mi amigo C., dos amigas mías, L. y A.; y mi hijo mayor.”

Previamente en Calle del Orco:
El primer lector de Joseph Conrad, Enrique Vila-Matas