No fue el único que le apostó a una vida de comodidades y opulencias. Todo comenzó con la estertórea muerte del Milenio. De tal manera que cuando, celebrábamos el comienzo de otro, muchos sueños se dispararon en procura de conquistar la gran idea anhelada.
Sin embargo, en mi apreciación personal sigue palpitando el sueño de Efraín Santos y, Genaro, su pequeño hijo.
Para nadie es un secreto que desde el momento en que futbolistas, como Asprilla, Valderrama, Rincón, para citar a unos cuantos que triunfaron en tierras foráneas, ganando muy bien en euros y en dólares, hasta llegar a los James, Falcao, Cuadrado, y el Mina de nuestros días, son muchas las familias que ven en el fútbol la solución a sus dificultades económicas de por vida.
Esta situación no era ajena para Efraín Santos, a quien muchas veces observé con la curiosidad del que ayuda a un amigo y busca respuestas en el otro, es decir, qué hace Efraín para sobrevivir, porque casi siempre que me lo hallaba por la cancha de La Alameda tenía que regalarle el dinero para el autobús.
Esto del fútbol también transforma sociedades. Y en Cartagena de Indias, paraíso desde siempre para el boxeo y el béisbol, el deporte del balón poco a poco ha ido relegando al cuarto de San Alejo al boxeo y al béisbol. Y Efraín y su pequeño hijo eran una prueba de ello. Solo que el padre no tenía a un Messi ni a un Cristiano Ronaldo, incluso ni a un Neymar en la figura flaca y triste de Genaro.
Las espaldas del pobre tipo soportaban el madero de la crucifixión, Efraín lo cargaba con la modestia de quien espera en el horizonte el milagro o prodigio que le transfiera su salvación. Fue entonces cuando entendí, en uno de aquellos días en que me lo tropezaba por la cancha de La Alameda, que el pobre padre había depositado en su hijo las esperanzas cumplidas para los James, Messi o Neymar. Y es que cuando me lo encontraba Efraín no abandonaba la plática que siempre giraba en torno a Genaro jugando en el Real Madrid, y él, el padre, ocupándose de sus negocios como representante de la gran estrella de fútbol.
No sé qué pasó con el individuo pequeño y flaco que siempre me pedía dinero para el autobús. Sus ausencias se hicieron constantes en la cancha de La Alameda. Cuando ya lo creía olvidado alguien de entre los espontáneos, que llevaba a algún chico a entrenar un domingo por la tarde, lanzó aquella expresión que me recordó para siempre a Efraín:
–Qué no te pase cómo al “soñador”, quien creía que el hijo lo iba a sacar de pobre y una tarde cuando jugaba su mejor partido, se desplomó, y el médico aconsejó que más nunca pisara una cancha de futbol, si quería seguir viviendo…
Yo sentí una leve punzada en el pecho. No alcancé a imaginar el sufrimiento de Efraín y su sueño frustrado de representar algún día a su hijo jugando en el Real Madrid.
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