Los jefes de los emprendedores

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

por  Luis Gosalbez

Seguro que a estas alturas has escuchado a un montón de gurús pontificar sobre cuáles son las razones correctas para emprender. Yo, sin atreverme a tanto, en ocasiones me he permitido tratar el asunto en este blog.

Seguramente, cualquier texto que leas sobre las motivaciones de los emprendedores estará plagado de frases bonitas, mensajes ilusionantes o críticas sangrientas. No lo dudes, todos los autores de esos textos tienen razón, en su justa medida.

Hay muchos motivos para emprender y algunos aparentan, al menos desde lejos, ser mejores que otros. Sin embargo, si ahora tuviese que elegir el más absurdo, el más desgarrador, el más hiriente, maloliente y dramático, seguramente sería el clásico ”emprendo porque estoy harto de mi jefe“ o, aún mejor, ”emprendo porque quiero ser mi propio jefe“.

Es cierto, los emprendedores no tienen jefe. Tienen JEFES, así, en mayúsculas. Montones de ellos.

Desde el momento en que decidas independizarte y crear tu propio negocio, empezarán a lloverte los jefes, bajo la forma de personas que pasarán a decidir qué puedes y qué no puedes hacer con tu tiempo. El problema es que estos jefes ya no deciden sobre tu horario laboral, sino que tienen la potestad de decidir qué vas a hacer cada instante de los próximos, digamos, veinte años, incluyendo tus puentes -jejeje-, fines de semana -jajajaja- o tus presuntas vacaciones -pprrrffffff-.

A continuación te describo a cuatro de los muchos tipos de jefe que te vas a encontrar durante tu vida como emprendedor, para ayudarte a identificarlos lo antes posible. Es importante conocer bien al enemigo, y ellos lo son, no lo dudes, aunque al principio te va a resultar muy complicado esquivarlos. Vamos allá.

  • Tus clientes: Para muchos, tener como proveedor a un emprendedor equivale a disponer a su antojo de un esclavo que trabaja como una manada de chinos hambrientos a cambio de comida. Saben que necesitas sus cuentas y que dependes de ellos para llegar a fin de mes, así que intentarán pagarte a la española: poco, tarde y mal. Te pedirán trabajos el viernes para el lunes por la mañana y te amenazarán con dejar de pagarte -poco, tarde y mal, no lo olvidemos- si no cumples con lo que ellos consideran justo, indistintamente de lo que acordaseis en un principio. Al principio, tus clientes tendrán más poder sobre ti del que jamás tuvo tu jefe, pero no te preocupes: con un poco de mano izquierda y un látigo electrificado, conseguirás educarles.
  • Tus socios: Muchos equipos de emprendedores arrancan sus proyectos al alimón, fuenteovejunados: aquí somos todos iguales, la empresa es de todos y toda esa parafernalia asamblearia que, si no se corrige a tiempo, puede acabar con cualquier equipo. Cuando decidas emprender con alguien, piensa que sólo puede darse uno de los siguientes cuatro escenarios: que él acabe mandando sobre ti, que tú acabes mandando sobre él, que los inversores os pongan por encima a alguien que mande sobre los dos, o que uno -o los dos- os vayáis del proyecto. Las jerarquías y los organigramas, aunque en muchos casos se construyen sin pensar, son imprescindibles para garantizar la viabilidad de un proyecto. ¿Habéis escuchado hablar de esas sociedades que arrancan con tres o cuatro administradores solidarios, o lo que es peor, mancomunados, que tienen cada uno de ellos porcentajes idénticos? Pues eso. There can be only one.
  • Tus empleados: Cuando empieces un negocio como emprendedor, si tienes empleados, ellos saldrán del trabajo antes que tú, tendrán vacaciones y algunos fines de semana y, cuando la caja esté pasando por momentos difíciles, seguirán cobrando todos los meses a costa de tu propio salario, si es que lo tienes. Créeme, acabarás pensando que ellos son tus jefes. Y, en realidad, aunque te cueste admitirlo, en parte lo son.
  • Tus inversores: ¿Creías que tu jefe te controlaba? ¿Que tomaba decisiones que afectaban a tu trabajo o, incluso, a tu vida? Eso es porque aún no has tenido un inversor. Por supuesto, hay inversores cojonudos, que han aprendido el concepto americano de Pay and pray y saben que su mejor opción es confiar en que el equipo emprendedor será capaz de cumplir con sus expectativas porque les va todo en ello. Incluso hay business angels que pueden aportar a tu negocio experiencia y contactos que no podrías haber conseguido por ti mismo.

Sin embargo, hay un perfil de inversor que, por algún ignoto motivo, cree conocer tu producto y tu mercado mejor que tú mismo, y que te hará la vida imposible hasta que consiga, él solito y si no lo remedias, acabar con tu empresa a base de lanzar opiniones descabelladas -vinculantes, claro- sobre cómo deberían ser tus productos o forzar alianzas antinaturales con seres que parecen recién llegados del mismísimo averno.

También puedes encontrarte con el  perfil de inversor obsesivo-compulsivo que te obligará a dedicar un porcentaje increíble de tu precioso tiempo al noble arte del reporting, mediante cuadros de mando cada vez más complejos y absurdos que sólo sirven para distraerte de tus principales obligaciones; si cumples con los objetivos -no cuentes con ello, al menos al principio-, dará por sentado que iba a ser así. Pero si, por cualquier motivo, no cumples con alguno de los indicadores, pondrá el grito en el cielo y te amenazará a ti y a tu familia con el fuego divino y las siete plagas. Un inversor que pretenda exigirte a sangre y fuego que cumplas con tu plan de negocio durante los primeros doce meses de vida de tu negocio, o es un malvado o un ignorante. Y si has sido tan inepto como para aceptarle como socio, mereces todo el sufrimiento al que pueda someterte.

Recuerda: No hay peor jefe que un mal inversor y, si no tienes un buen pacto de socios, cualquiera de ellos es un arma de destrucción masiva potencial para tu proyecto. Elige a los buenos -los hay, créeme- y negocia las condiciones de la inversión sabiendo bien qué quieres. Siempre es mejor cerrar un negocio por falta de recursos que aguantar a un inversor que te haga malvivir durante años. Y en cuanto al resto, paciencia. Todos hemos pasado por ahí.

Autor Luis Gosalbez

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