En un primer momento, viendo la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en Londres, creía estar viendo El Señor de los Anillos. Tanto prado verde por el que se paseaban alegremente señores vestidos de época y ríos de lava fundida que se movían en círculos para formar lo que yo creía que era el Anillo Único, que luego resultó ser uno de los anillos del logo de las Olimpiadas, daba bastante rienda suelta a mi imaginación después de no haberla usado en todo el verano. Dejó de ser tan peliculero cuando hicieron su aparición cientos de coloridos Beatles ataviados como en el álbum de Sgt. Pepper's.
De lo que puedo recordar, esa noche se dieron cita desde tributos a las personalidades más groovies del swinging London hasta de los agitados 90, pasando por las hombreras, los calentadores y los bailes estrambóticos que décadas anteriores protagonizaron el ambiente de las calles de la capital mundial de la cultura.
Ni qué decir de la entrada triunfal de una reina octogenaria con complejo de chica Bond lanzándose hacia el estadio desde un helicóptero que, según el cambio de luz, llevaba dando vueltas sobre Londres desde el mediodía. Poco después, aterrizaba para disfrutar en primera fila de la insolencia del dj que puso a los Sex Pistols en su presencia. No es de extrañar entonces la cara de estreñimiento con la que Su Majestad nos deleitó durante toda la velada mientras se limpiaba las uñas y miraba de reojo mientras desfilaban aquellos países que le tocaban un pie.
Además de cientos de Mary Poppins que cayeron del cielo para atacar a un Voldemort de unos diez metros que se erguía en medio del estadio, Mr. Bean tuvo su momento estelar tocando una tecla en la Orquesta Sinfónica de Londres en la representación del tema de Carros de Fuego.
Durante el espectáculo en el que bailaron varias personas cubiertas de los pies a la cabeza con colores fluorescentes, sonaron de fondo algunas canciones míticas, adornadas con imágenes del grupo en una pantalla, como My Generation, de The Who; Satisfaction, de The Rolling Stones; All Day & All Of The Night, de The Kinks o She Loves You, de The Beatles mientras en el centro de la pista los bailarines formaban el símbolo de la paz.
La fiesta seguía su camino hacia los 70, con varios clones de Bowie disfrazados de algo similar a Ziggy Stardust mientras unos cuantos astronautas de colores se elevaban en el cielo londinense al ritmo de Starman, seguidos de Queen y la revolución punk de la mano de los Sex Pistols bajo la atenta mirada de la reina. Poco después, la noche se sumergía en los sintetizados 80 con Frankie Goes To Hollywood o la conocida Sweet Dreams y en los 90 con Firestarter y varias imágenes de Trainspotting.
Por otra parte, entre los portadores de la antorcha se pudo ver a un trajeado David Beckham conduciendo sin despeinarse una lancha por el Támesis, la cual debió de calársele a mitad de camino y por eso estuvimos media hora sin saber de su existencia.
Después de un desfile de todos los países que más tarde participaron en los Juegos y seguramente alguno más que se coló para saludar, les tocó el turno de actuar a Arctic Monkeys y al veterano Paul McCartney, que le hicieron esperar tanto para salir que yo creía que ya se había puesto el batín y las zapatillas en el backstage mientras se chutaba café. El legendario bajista del Höfner con forma de violín, después de unos problemas técnicos al principio de Hey Jude, consiguió que todo el estadio, y yo desde mi casa, coreara su característico "Nanana" al unísono.
A pesar de la blasfema ausencia de una triste referencia a The Rolling Stones, la ceremonia de clausura no se quedó muy atrás. También le quitó muchos puntos que esta vez la reina no saltara desde ningún sitio. Se ve que se encerró en su habitación y dijo que no, que si volvían a tocar los Sex Pistols no quería ir. Se quedó de morros toda la noche sirviéndose pacharán mientras veía la ceremonia por la tele y cantaba All By Myself.
Sin duda compensaron la falta de la jumping queen gracias a un emotivo homenaje a John Lennon, con un grupo de niños coreando Imagine bajo unas imágenes del mismo videoclip para después formar una escultura con el rostro del Beatle más descarado en medio de la pista. Ocurrió poco después de que una avalancha de mods se hiciera con el estadio a lomos de su fiel Vespa, que solo les faltaba gritar "Jumanji".
Fue una ceremonia bastante protagonizada por los cuatro de Liverpool, a pesar de que esta vez no hubo interpretación en directo, pero no faltaron como banda sonora cuando se escucharon de fondo algunas perlas como Here Comes The Sun, único recordatorio del segundo Beatle fallecido.
Y, una vez más, los organizadores volvieron a trollearnos colando todo tipo de imágenes, vídeos y canciones de David Bowie a mitad de la noche, pero ni rastro del rey del glam en carne y hueso. Pasé de imaginarme un Duque Blanco saliendo de una tarta gigante con plataformas y un cetro a vérmelo en el sofá de su casa comiendo palomitas, riéndose y pensando en nosotros con condescendencia. También ha habido rumores de que estuvo toda la ceremonia poniéndose hombreras y calentadores para su número y que cuando terminó de maquillarse eran las tres de la mañana.
Otro que tuvo su momento estelar fue George Michael, que no parece aceptar su edad con dignidad y se dedicó a pasearse por el escenario embutido en cuero y engalanado con gafas de sol.
Por otra parte, Brian May demostró que puede dejar embarazada a más de una con un solo de su guitarra e hizo su espectacular aparición para acompañar la pantalla gigante que mostraba un Freddie Mercury en uno de sus conciertos de antaño.
Poco después saltaba Muse al escenario, encabezado por Matt Bellamy, que parecía que se acababa de revolcar en pegamento antes de darse una ducha con purpurina. Después de cegar a todo el estadio con su traje de bola de discoteca, el grupo que dio banda sonora a los Juegos Olímpicos dejó paso a una exhibición carnavalesca llena de elementos exóticos y bailes caribeños recién llegados de Brasil, país en el que tendrán lugar los próximos Juegos.
Es por esto que casi me esperaba que Roger Daltrey entrara al escenario moviendo las caderas como un sabrosón a ritmo de samba antes de empezar a cantar Baba O’Riley, como si los 60 siguieran despiertos.