Ellos no pueden soportar a Rajoy al que consideran "padre" de esa "España de camareros" frustrante, en la que cientos de miles de licenciados y másteres universitarios se ven obligados a vender comida y a limpiar suelos, ganándose la vida angustiosamente en empleos precarios y sin estabilidad.
La desigualdad, la corrupción, la democracia viciada, el desprestigio internacional y la mentira entronizada en la cúspide del poder son rasgos deplorables de España, pero el rasgo clave, el que demuestra con solvencia el fracaso de la política y de la nación, es la "España de los camareros".
Los jóvenes no se fían de los viejos partidos, ni del PP ni del PSOE, ni de los nacionalismos egoístas e insolidarios que controlan Cataluña y el País Vasco, pero están perdiendo la fe también en las nuevas opciones, representadas por Ciudadanos y Podemos. lo que los deja en un triste y peligroso callejón sin salida, huérfanos sin esperanza y con rabia ante el presente y el futuro.
Para España, objetivamente, la desilusión política y el rechazo de sus jóvenes es el mayor de los problemas existentes, más incluso de la corrupción, que puede solucionarse fácilmente endureciendo las leyes. El problema de la falta de esperanza y horizonte en las nuevas generaciones, plasmado en la triste imagen de "la España de los camareros", aunque apenas se hable de ello en unos medios de comunicación mayoritariamente sometidos al establishment, que es el que les nutre de publicidad y recursos económicos, es el más grave y dañino para la política y los políticos profesionales españoles.
Esa España no es una entelequia, ni algo intangible, como la corrupción o el abuso de poder, sino algo visible, una realidad humillante e injusta con la que te encuentras en cada rincón del país, o si viajas a Londres, París, Berlín y otras capitales del mundo, donde ves a arquitectos, biólogos, investigadores, historiadores, músicos y miles de jóvenes españoles con una formación académica elevada limpiando suelos e inodoros o sirviendo hamburguesas o bebidas en bares y restaurantes que les pagan sueldos de supervivencia, con los que ni siquiera es posible planificar una familia o simplemente afrontar el futuro.
En Alemania consideran a los jóvenes españoles una bendición para su economía. Son muchachos que se pasan años estudiando en España (y el estado gastándose un dineral) para acabar en Alemania limpiando váteres o sirviendo hamburguesas.
Es una realidad tan deprimente y frustrante que millones de jóvenes y de ciudadanos indignados ya preparan su venganza en las urnas contra los culpables de tamaño desastre.
Francisco Rubiales