Una vez finalizado el filón de Harry Potter y Crepúsculo consumiendo la poca luz que le quedaba, Hollywood llevaba buscando una nueva serie (nada nuevo bajo el sol, dado que las sagas comenzaron en el cine en 1913 con Fantômas de Louis Feuillade, con 5 películas basadas en las 32 novelas de Pierre Souvestre y Marcel Allain) que parece haber encontrado en la trilogía de Suzanne Collins.
Se acabaron los magos, con los tiempos que corren lo único que sacan del sombrero son contratos temporales (y eso sí que es magia), y los vampiros ocupados en el Banco Central Europeo o dedicados a dirigir “técnicamente” repúblicas, en espera de que los ciudadanos regresen algún día a elegir a sus propios representantes, Hollywood ha decidido volver al realismo y a la crítica social.
El hambre no debería ser una Batalla Real
Mañana viernes, 23 de marzo, se estrena en EE.UU. Los Juegos del hambre (título digno de John Steinbeck) y espero que no se presente sólo como la lucha sin cuartel entre 24 jóvenes. Este argumento recordaría la intensa Batalla Real (2000) que, en realidad, trataba de la incomprensión de la sociedad japonesa frente a una juventud, alejada del respeto de las tradiciones, de sus mayores y las costumbres ancestrales, y que había caído en la violencia.
Esta película va más allá porque trata la angustia creada por los ataques del 11 de septiembre (magnífica escena de la explosión en la mina que acaba en la chimenea o la inversión de la caída de las Torres Gemelas) y el futuro incierto de una sociedad dividida entre los muy ricos (este año el número de multimillonarios en el mundo ha sobrepasado el del año 2008) y los muy pobres, en una sociedad del espectáculo que ha robado la posibilidad de un futuro a toda una generación.
“Hasta una fecha reciente, América no tenía ninguna conciencia social, ningún sentido de la responsabilidad… porque cada uno tenía una oportunidad, su opportunity. La América que yo descubro hoy es un país muy diferente y profundamente cambiado. La crisis actual dura y alcanza tal nivel que ha sacado a la luz numerosos problemas económicos y sociales de los que no se tenía conciencia antes. Las quiebras de los bancos, las huelgas, el paro… son de una violencia tan brutal que hasta el más natural y crédulo de los optimistas no puede resistir” escribía la extraordinaria Annemarie Schwarzenbach en un artículo de 1937.
La inspiración viene de la tele
Una noche Suzanne Collins, la autora de la trilogía, estaba haciendo zapping tumbada en el sofá de su salón cuando de repente se dio cuenta de la aberración que acaba de ver. Había pasado del programa tipo Gran Hermano (según tengo entendido, España es el único país del mundo que sigue organizando ediciones de este tipo de programas) al telediario, con la guerra del momento, y supo que tenía el argumento de su novela.
En un futuro, no muy lejano, América organiza un juego mortal que todos están obligados a ver. El país tiene 12 distritos que se dedican a producir los bienes necesarios, en algunos existen escuelas privadas pero la mayoría vive en la más absoluta miseria. Se eligen dos jóvenes entre 12 y 18 años para que se maten entre ellos hasta que sólo quede uno y, por supuesto, se graba todo y se emite 24 horas al día para distraer y controlar a la población, versión circo romano del futuro. Por supuesto, en el centro del país se alza el magnífico Capitolio, donde viven y disfrutan del sudor y del esfuerzo del resto de la nación los privilegiados. Si éste es el típico argumento de un blockbuster americano, a partir del 23 de marzo, Cine Invisible se convertirá en Cine Bien Visible.
Aunque yo tenga una edad para mí la literatura no la tiene. Una novela, destinada en principio a un público adolescente, puede ser tan interesante o más que cualquier libro de autor, siempre y cuando tenga las ideas y la agilidad de Suzanne Collins, la inteligencia de Memorias de una vaca de Bernardo Atxaga o la sabiduría de El principito de Antoine de Saint- Exupèry. No confundir lo sencillo con lo simple.
Repasando los clásicos
Gary Ross, en su tercera película tras Pleasantville (1998) y Seabiscuit, más allá de la leyenda (2003), sabe narrar bien con imágenes y, sobre todo, se ve que ha visto mucho cine. El film está plagado de referencias a lo mejor de su historia: la visión futurista de Metrópolis (1927) de Fritz Lang, la estética grandilocuente de Cabiria (1914) de Giovanni Pastrone, el realismo social de Qué verde era mi valle (1941) de John Ford o los excesos dictatoriales de Olimpiada (1938) de Leni Riefenstahl.
Pero lo más asombroso es que ha sabido combinarlo a la perfección con una recreación inversa de las imágenes del siglo XX, que han marcado todas las retinas (ese tren que lleva a la muerte es la horrible versión de lujo de los vagones de Auschwitz), o introduce formas arquitectónicas actuales (el cuerno de la abundancia, lleno de ángulos, y ya antiguo en el futuro en el que se desarrolla la película, próximo al Museo Guggenheim Bilbao de Frank O. Gehry frente a las curvas de la nave del Capitolio, cercana a las suaves formas de las obras de Zaha Hadid).
La apuesta doble o nada de la Lionsgate
La compañía americana, con 15 años de existencia, y que acaba de comprar en enero la Summit, se juega su futuro con esta arriesgada apuesta: un cine visible con un argumento invisible. Compatibilizar el espectáculo a gran escala con una historia digna que no se reduzca a “hola, mi amor, yo soy tu lobo” (los que tengan menos de 120 años no se acordarán de la Orquesta Mondagrón). Y para ello ha puesto toda la carne en el asador: Woody Harrelson, Donald Sutherland, Toby Jones, Lenny Kravitz y, sobre todo, Jennifer Lawrence. Una actriz tan maravillosa que me la creería hasta en el papel de manzana en Blancanieves.
Los indignados expulsados de Wall Street ocupan Hollywood
Katniss, la protagonista de la historia, joven y ya acostumbrado al “más golpes da la vida” tendrá que enfrentarse a un dilema: matar para sobrevivir y cumplir así la promesa de regresar a su casa o intentar cambiar unas reglas que han demostrado que no funcionan desde hace mucho, mucho tiempo (la escena de la niña del distrito 11 me emocionó y espero seguir siendo durante mucho tiempo sensible ante estas situaciones). Hay un frase excelente en el film: lo único más fuerte que el miedo de una persona es su esperanza. Yo me pregunto qué ocurriría en este mundo si conseguimos unirlas todas.