Los Juegos Olímpicos de la Antigua Grecia nacieron en 776 a. C. y durante cerca de 3.000 años, cada cuatro veranos, atletas de todas las partes de Grecia acudieron a su cita con la gloria y la fama atlética. El evento, creado para honrar a Zeus, que habitaba en el monte Olimpo –de ahí el nombre de olimpiadas- se convirtió en todo un acontecimiento. Personas de todos los rincones helenos asistían a la ciudad de Olimpia, entre los que destacaban algunos políticos, que aprovechaban la ocasión para establecer alianzas entre las ciudades, o comerciantes que hacían el agosto vendiendo de todo. También había artistas y poetas que participaban en festejos nocturnos o actuaban en los espacios públicos.
Estos primeros Juegos Olímpicos poco o nada tienen que ver con los que conocemos en actualidad. Al principio, constaban únicamente de una carera a pie de 185 o 190 metros. Más adelante se fueron añadiendo carreras más largas, luchas y el pentatlón, que comprendía lanzamentos de disco y jabalina, carreras de campo a través, salto de longitud y lucha libre. Posteriormente se agregaron también boxeo, carreras de carros y de caballos.
Dentro de las principales características en las que se efectuaban aquellas olimpiadas encontramos que los participantes, antes de comezar las competiciones, tenían la obligación de sacrificar un cerdo en honor de los dioses, así como que competían completamente desnudos, como forma mostrar con orgullo su condición física.
Mientras se celebraban los Juegos Olímpicos todas las guerras del mundo heleno cesaban en una tregua sagrada, la pena de muerte se suspendía y los competidores estaban a salvo. Las condiciones de esta tregua estaban inscritas en cinco aros en el disco sagrado del rey Iphitus de Elida, que en 884 a. C. declaró por primera vez el armisticio por indicación del Oráculo de Delfos. Los cinco aros fueron recuperados posteriormente por el Barón de Coubertin para crear la bandera olímpica, en la que los aros representan los cinco continentes.
Para participar en los Juegos Olímpicos era requisto ser hombre libre, hablar griego y ser de sexo masculino. Las mujeres que contravinieran tal disposición podían ser castigadas incluso con la muerte. Sine embargo, existían carreras para mujeres, las más famosas eran las que se celebraban en el estadio olímpico en honor a la diosa Hera.
Los participantes que resultaban vencedores no recibían medallas, sino una corona hecha con hojas de olivo que se les colocaba en la cabeza. Además, a los triunfadores se les concedía el honor de colocar una estatua con su efigie en la mítica villa olímpica. La fama que otorgaba el triunfo en unos Juegos Olímpicos hacía que se escribieran poemas en su honor y se les erigieran bustos en sus ciudades natales. Se les recibía como a héroes, con desfiles, etc. A veces se les daba compensaciones económicas, obsequios, etc. No existían premios para los segundos ni terceros.
A los participante que hacían trampa se les imponía una multa cuya cuantía se usaba para finaciar estatuas de bronce en honor de Zeus, que se ponían en el camino al estadio olímpico, en las cuales se escribía el nombre del tramposo y su ofensa.
Pero los Juegos Olímpicos de la antigüedad no sólo eran un evento atlético. También favorecieron el desarrollo cultural en diversos campos como en la escultura, arquitectura, matemáticas y poesía. Por ejemplo, destaca el Templo de Zeus en Olimpia, diseñado por Libon, en cuya edificación se usó un sistema de proporciones geométricas que se basó en los planteamientos de Euclides. En escultura, los juegos inspiraron el famoso Discóbolo de Mirón. En cuanto a la poesía, se conocen infinidad de odas (como las Olímpicas y los Epinicios), escritas por famosos poetas, como Píndaro y Simónides, para inmortalizar los triunfos de los atletas en las Olimpiadas.
La última celebración de los Juegos Olímpicos de la era antigua, con una larga lista de campeones, nombres y proezas, fue la del año 394, ya en la era cristiana. Luego fueron prohibidos por el emperador romano Teodosio I, por considerarlos un espectáculo pagano. 1503 años después, Pierre de Coubertin y un grupo de idealistas recuperaron el espíritu olímpico para la era moderna, aunque ahora dista mucho de los valores que el Barón y sus amigos pretendían.