Los kamikaze

Por Joaquintoledo

Avión japonés

1945 empezó mal para Japón, Iwo Jima se perdió y en Okinawa se pelaba intensamente metro por metro ya desde abril. Mientras las bombas de los b29 caían una tras otra sobre las principales urbes niponas, en el mar la marina de guerra imperial había sido reducida a la impotencia, mientras los submarinos japoneses eran disminuidos con mayor rapidez, los americanos lanzaron los suyos contra la marina mercante japonesa. Durante el primer semestre de 1945 las bajas fueron tales, a pesar de una exhaustiva defensa de los Zeros y otros cazas, que Japón estaba muriendo de hambre, casi ya nada se traía del exterior, y apenas llegaban algunas reservas desde China y otros territorios conquistados, donde los nipones también tenían los días contados.

Kamikaze

Con su marina mercante casi destruida y sin defensa alguna Japón estaba casi atrapado, pero no resuelto a rendirse. Como una de sus últimas fuerzas, la aviación, era aún considerable y relativamente poderosa, los japoneses decidieron paralizar a la Pacific Fleet, mediante el uso de un arma siniestra: Los Kamikaze o “viento divino”, que creían salvarían al Japón de la invasión y la derrota como aquel tifón que acabó con la flota mongola siglos atrás.

El patriotismo japonés, en palabras del capitán de navío R. Inoguchi, tenía su origen en la “convicción profundamente arraigada en el ánimo de todos estos hombres, de que la nación, la sociedad e incluso el universo entero se identificaban en la persona del emperador, y por esta causa estaban decididos a sacrificar sus vidas”. Entonces estaba claro que la base espiritual de los nipones estaba constituida por la absoluta obediencia a la autoridad indiscutible del soberano, inclusive a costa de la propia vida. En sí el comportamiento japonés era tan fanático que para ellos era absolutamente normal, era una orden más y debían cumplirla.

El entrenamiento de un nuevo piloto kamikaze duraba unos siete días, y se le entrenaba para toda clase de maniobras y para volar casi al ras del mar. El mismo era totalmente riguroso y enseñaban desde el estilo de vuelo, las maniobras especiales cargando una bomba de 250 kg, volar con lentitud y a veces a mantener el vuelo en llamas, hasta los puntos vitales que se quería para poder acabar con una determinada embarcación. Por ejemplo, en el portaviones el principal blanco era el elevador principal; seguían luego, en orden de frecuencia, el elevador de popa o el de proa; si eran otras unidades de guerra por lo general lo mejor era la base del puente de mando, algunas otras unidades como destructores y pequeños buques de guerra tenían como blanco un impacto preciso entre el puente de mando y el centro del navío, resultaba generalmente de gran eficacia quedando los navíos neutralizados.

Mientras en Okinawa ya se luchaba por cada metro de tierra y muchos jóvenes más se enrolaban voluntariamente para los ataques kamikaze, a las 12:45 del 7 de abril de 1945 el acorazado Yamato, el mayor del mundo, se lanza en una misión suicida, obviamente era el último ataque de la Marina de Guerra Imperial, pues debían cumplir con su deber de socorrer a los del ejército en Okinawa, sin embargo, acompañado de un par de barcos y sin ninguna protección aérea pues casi todos estarían entretenidos tratando de hundir la flota yanqui, se trataba a todas luces de una misión suicida.

Aproxiamadamente  menos de dos horas bastaron para que los yanquis reduzcan a un montón de chatarra al gigantesco acorazado, lo supervivientes que andaban por las aguas sencillamente fueron ametrallados por los americanos sin ninguna piedad, a todas luces un crimen de guerra, de 3332 marinos japoneses sólo quedaron 269 con vida, a las 14:23 horas exactamente el barco se hundió luego de ser despedazado hasta por sus propias bombas.

Dicha operación ha sido duramente criticada, más que todo porque era realmente innecesaria, el almirante Toyoda fue totalmente criticado por dicha operación, pero luego del conflicto dio su opinión al respecto: “sabía cuál sería el destino de los buques de guerra enviados a aquella misión sin protección aérea, como sabía también que las posibilidades de éxito eran mínimas. Pero a pesar de ello, debíamos arriesgarnos en aquella empresa temeraria. Creía que aun existiendo una mínima posibilidad de éxito, había que hacer todo lo posible para ayudar a nuestros soldados que combatían en Okinawa. Por ello, aunque aquella decisión pueda ahora ser condenada, no pretendo justificarme; solo quisiera añadir que en aquellos momentos no tenía otra alternativa”.


Mientras tanto, así como se peleaba en el Pacífico, en Lejano Oriente era testigo de cruentos combates entre los ingleses y los nipones. Desde octubre de 1944 hasta julio de 1945, ambos bandos pelearon en una campaña agotadora. Para abril, en Birmania, los ejércitos de Slim, habían desarticulado a los japoneses en el norte y centro del país, tomando Mandalay y en Meiktila además, se estaba empezando el empuje final hacia el sur donde el general Honda perdió batalla tras batalla, así como ciudades importantes tales como Rangún, para luego huir y resistir con un puñado de soldados hacia Malasia y Singapur (países donde los aliados tenían pensado lanzar sus próximas ofensivas) pero no llegaron sino hasta el río Sittang donde aguardaron un tiempo hasta la rendición de Japón. Las bajas fueron miles, y la resistencia nipona más que extenuante. Mientras tanto a cientos de kilómetros de allí, la batalla de Okinawa había tenido fin el 21 de junio de 1945, donde poco más de 100 mil japoneses pudieron mantener a raya a un medio millón de estadounidenses a lo largo de varias semanas…¿era así la resistencia de los nipones?, ¿Qué debía esperarles a los yanquis cuando se propusiesen el asalto mayor? La respuesta aún no se sabía, pero muy pronto se daría a conocer al mundo y correspondería al recientemente elegido presidente Truman tomar dicha iniciativa.

El ingreso de Truman a la escena

A los pocos días de iniciada la batalla de Okinawa, el 12 de abril en el lejano Berlín, Goebbels le leía al Führer un pasaje de la Historia de Federico el Grande de Carlyle, en el que se cuenta que durante la Guerra de los Siete Años Prusia se había salvado de la derrota justo en el último momento, por la muerte repentina de la zarina, la cual retiró a sus tropas. Irónicamente  el horóscopo de Hitler decía que Alemania conseguiría un gran éxito a fines de abril, y que la paz, siempre según el horóscopo, se firmaría en agosto. ¿Acaso sucedería algo? En la tarde de ese mismo día el presidente Roosevelt alegó retirarse a descansar luego de sentir un fuerte dolor de cabeza, que desembocó en una hemorragia cerebral que en pocas horas acabó con su vida, la vida de aquel hombre que había regido el destino de un país encaminado a potencia durante doce años. Ahora asumiría un modesto y prácticamente nada enterado de la situación mundial llamado, Harry Truman, él mismo dijo en algún momento a los periodistas: “Muchachos, ahora rezad por mí”. Cuando esto sucedió la batalla de Okinawa aún se peleaba y si bien Roosevelt y todos los estadounidenses conocían bien la obstinación de los japoneses, Truman aún ignoraba a grandes rasgos las operaciones, los planes de invasión y hasta los nombres de los generales. Sin embargo había algo de mayor envergadura que aún no conocía así como gran parte de los políticos de su entorno, se trataba del Proyecto Manhattan, de tipo ultra-secreto e impulsado por Roosevelt, el cual había reunido a los científicos más destacados de la época con el fin de crear una super-bomba capaz de destruir cualquier ejército o ciudad poniendo fin a las grandes batallas. ¿Qué decisión debía tomar el nuevo gobernante con respecto a Japón si casi un mes después Alemania se rendía y los japoneses demostraban ser más y más reacios en el combate? Sobre los hombros de Truman muy pronto descansaría la decisión que cambió al mundo entero.