‘Un bar ya prohíbe las gafas de Google’, y eso que aún ni han salido a la venta. Una vez más los avances tecnológicos y los límites de la privacidad individual se enfrentan cara a cara.
El debate está servido: dónde queda la privacidad de los demás cuando tus ojos se convierten en un objetivo panorámico que capta, almacena y difunde todo lo que está a su alcance. Ni luces, ni flash, ni parpadeo que te indique que ése que te mira lo está grabando todo para después quién sabe dónde difundirlo y con qué fin.
Un bar de EEUU ya las ha prohibido, aunque más como estrategia de promoción que otra cosa. Seguramente le seguirán instituciones gubernamentales, edificios públicos, museos y centros culturales que quieran preservar sus contenidos y locales de distinta índole que, simplemente, quieran proteger la intimidad de sus usuarios.
Y es que hoy día, aunque la gente es muy propicia al voyeurismo a través de las redes sociales y otras herramientas de comunicación, no debemos olvidar que las personas sólo exhiben la realidad que quieren mostrar, no la que capte la mirada de otros.
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