Marcel Schwob recreó a un poeta admirador de Teócrito, Herodas ("Herondas" para él), poco después de que se hubieran descubierto y editado sus Mimos: “El poeta Herondas, que vivía en la isla de Cos bajo el buen rey Ptolomeo, envió hacia mí una delicada sombra infernal a la que había amado en este mundo. Y mi habitación se llenó de mirra, y un ligero soplo heló mi pecho. (...) Entonces envié al poeta Herondas unos mimos nuevos perfumados con el perfume de las mujeres de Cos y con el perfume de las pálidas flores del infierno y con el perfume de las hierbas suaves y salvajes de la tierra. Así lo quiso aquella delicada sombra infernal.” (Mimos, traducción de Elena del Amo, Madrid, Siruela, 1997, págs. 103-104) Los mimos que aparecen a continuación son composiciones ficticias cuya verosimilitud viene avalada por los subtítulos griegos. En este caso, se han señalado afinidades con Pierre Louÿs, que había urdido libros apócrifos de tema griego como Poesías de Meleagro y Las canciones de Bilitis, publicadas el mismo año que los Mimos. En total, se trata de veinte mimos, con títulos como “El cocinero”, “La falsa vendedora”, “La golondrina de madera”, etc. Junto a los mimos más cercanos a su modelo griego, Schwob no puede evitar desarrollar sus habituales ejercicios de sincretismo de fuentes y de conferir a algunas de las piezas un sesgo dramático:
“Mimo XIII LAS TRES CARRERAS Las higueras han dejado caer sus higos y los olivos sus aceitunas, porque algo extraño ha ocurrido en la isla de Escira. Una muchacha huía, perseguida por un muchacho. Se había levantado el bajo de la túnica y se veía el borde de sus pantalones de gasa. Mientras corría dejó caer un espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él. Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a huir, perseguida por un hombre en la fuerza de la edad. Había levantado el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo la túnica, la adoró, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió ese algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Escira, lanzó dos gritos de horror y de pesar.” (Mimos págs. 116-117)
El mimo combina de manera genial y sutil el mito de Atalanta e Hipomenes con el mito de las tres edades del hombre, frecuentado en la pintura por autores tan esenciales como Velázquez o, ya más cercano en el tiempo a Schwob, el romántico Gaspar Friedrich. Francisco García Jurado