La llegada de Trump a la Casa Blanca fue concebida por políticos, analistas y ciudadanos como un apocalipsis sin precedentes en la primera potencia mundial. El giro de timón que se preveía iba a ser tal que trastocaría de forma irreversible multitud de aspectos dentro y fuera del país. Dos años después, es evidente que se han producido cambios importantes en la política de Washington —algunos contraproducentes para los intereses de Estados Unidos—, entre los cuales Trump atesora éxitos en materia interior y exterior.
El mandato del neoyorquino es atípico. Más allá de ser un presidente odiado y con baja popularidad, el actual inquilino de la Casa Blanca es polarizador: una buena parte del electorado lo rechaza mientras otro importante sector lo respalda incondicionalmente. En el medio quedan cada vez menos en un fuego cruzado que ha obligado a prácticamente toda la sociedad a posicionarse. El gran enigma, al menos en apariencia, no es conocer por qué se lo rechaza, sino los porqués de los apoyos. Además de su estilo irreverente y anti-establishment, la economía y las cuestiones internacionales han alimentado su contador de éxitos. A esto se añade un detalle a menudo obviado: Trum...
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