Han pasado varios días desde la matanza de Orlando y no soy capaz de reaccionar. Poner un comentario en Facebook o Twitter me parece excesivamente breve para tanto como quiero decir, aunque no sé si seré capaz de plasmar cuanto siento, u ordenar mínimamente mis ideas con una cierta coherencia. Por eso echo mano de este durmiente blog, que ya se sabe que me sirve de exorcismo, y que muy de vez en cuando sale de su letargo para permitirme un desahogo sin censuras ni cortapisas.A estas alturas de la vida me cuesta comprender el odio que campa a sus anchas por todas partes, la crispación en la que nos vemos sumidos, la ignorancia que produce la desinformación. Cierto es que cuando algo te toca de cerca te hace reaccionar de una manera diversa y empatizar más con quienes sufren. Sufrí y sigo sufriendo con todos los muertos inocentes que estos años perversos nos están poniendo sobre la mesa, los publicitados hasta la saciedad por los medios controlados por los poderes fácticos y los silenciados por los mismos, muchos de ellos procedentes de ese Oriente Próximo al que llevo dedicando varios años de mi vida profesional y que amo con toda mi alma. Muertos aquí o allá, de una nacionalidad u otra, de etnias, creencias, ideologías, edades diversas, pero seres humanos al fin y al cabo asesinados bien por el terrorismo llamémosle organizado, bien por el terrorismo mundial de estado alentado por el sistema. Nada humano me es ajeno, dijo alguien y lo subscribo, y por ello condeno toda muerte injusta y no distingo entre los que asesinan con armas, los que promueven guerras y los que dejan morir por hambre. Tan terroristas son los unos como los otros.
Sigo sin reaccionar y me detengo y pienso si es necesario que escriba estas letras o permanecer callado, si sacar lo que siento o si mejor digerirlo en silencio y soledad. He dejado reposar el primer párrafo unas horas y lo retomo, lo retomo porque es necesario hoy más que nunca proclamar en público lo que llevo dentro desde que soy consciente de la plenitud de mi ser, por lo que he luchado a mi manera y modo donde he creído conveniente y tengo que seguir haciéndolo día a día. Me importa muy poco la transcendencia que este post pueda tener y las consecuencias que me acarree, desde el momento en que lo publique asumiré toda la responsabilidad, como siempre he hecho. Me pregunto por qué no hay conmoción generalizada ante la masacre del Pulse, la mayor de Estados Unidos después de los atentados del 11S, por qué no se llenan las redes sociales de banderas y mensajes. Son estadounidenses, un pueblo que tiene innumerables defectos, pero una de sus grandes virtudes es el patriotismo y no veo en los medios de aquella nación la conmoción a la que nos tienen acostumbrados. Eran hombres y mujeres de distintas etnias, religiones, ideologías, pero sólo algo tenían en común, el tener una afectividad distinta a la generalmente imperante. Si hace meses hasta el habitante de la más remota aldea del mundo proclamaba que él era París aunque no lo fuera, ¿por qué ahora son muy pocos los que se atreven a decir que son homosexuales, aunque ésa no sea su condición afectiva? El miedo, los prejuicios, la discriminación, el odio siguen latiendo en esta sociedad nuestra tan presuntamente libre y democrática.
Dicen las noticias que el asesino frecuentaba el Pulse y usaba aplicaciones para ligar con otros hombres. Cada vez que surge algo nuevo todo me descuadra más. Ayer las portadas de innumerables medios señalaban su vinculación con el yihadismo, hipótesis que parece ser se difumina cada vez más, porque siempre hay que buscar un chivo expiatorio y en este caso el Islam, religión de amor y paz, como todas lo son en el fondo, al que culpabilizamos de todas nuestras fobias, precisamente en una nación como los Estados Unidos, donde el puritanismo cristiano ha hecho más daño a los homosexuales que en el resto del mundo civilizado. La religión no pervierte al hombre, es el hombre quien pervierte a la religión, como sucede con tantas otras cuestiones. Vemos como la Eurocopa ha convertido a Francia en un campo de batalla, cuando el deporte debería unir a los pueblos y no separarlos, pero las tensiones entre territorios se resuelven canalizando los más bajos instintos hacia el supuesto enemigo a través de estas manifestaciones multitudinarias. Moscú y Londres prefieren que sus anestesiados ciudadanos se enfrenten Marsella en lugar de hacerlo abiertamente en una guerra declarada, porque el conflicto armado ya existe, aunque todos los gobiernos se nieguen a admitirlo. Estos muertos, estos heridos, son el resultado de un odio latente, de una falsa aceptación. Cierto que el asesino ha sido sólo uno, que se intenta camuflar su monstruoso crimen ahora con problemas psicológicos, pero que lo cierto es que es el producto de una sociedad que ha disparado las armas a través de su dedo.
Continúo y pienso que esa matanza se podría haber realizado en cualquier lugar del mundo, que no estamos hablando de dictaduras apoyadas por Occidente que ajustician homosexuales por el mero hecho de serlo, que los muertos podrían ser amigos míos o incluso yo mismo, aunque no me hayan gustado nunca en exceso los lugares de ambiente. Confieso que no me han gustado jamás los ambientes cerrados, las capillas, ni los clubes más o menos selectos. Sé que estos lugares han servido y sirven para que muchas personas puedan sentirse a gusto y protegidas de esta sociedad cainita y sus prejuicios, pero es esa sociedad la que ha fomentado que esos sitios se formen desde hace tiempo. Cierto es que en ellos muchísimas personas que se han sentido presionados, observados, discriminados han encontrado un espacio donde poder vivir y respirar, porque no hay nada más agobiante que un encierro. Yo nunca he salido del armario porque nunca he estado en él. Desde que tengo uso de razón he vivido mi afectividad con naturalidad, sin esconderme ni hacer alardes y eso no ha sido nada fácil en el ambiente conservador en el que crecí, pero salir de Cáceres me dio la vida y pasar años fuera de ella y de España me hizo comprender que sólo se vive una vez y cuando regresé a esta ciudad, que amo y detesto a partes iguales, decidí liarme la manta a la cabeza y ponerme una coraza para poder sobrevivir entre hipocresías y maledicencias.
Esa sociedad provinciana llena de prejuicios pequeñoburqueses que te sonríe de frente y te apuñala cuando le das la espalda es el caldo de cultivo de la falsa compasión, uno de los peores lados de la homofobia. "Fíjate, tan de buena familia y tan de Misa y mariquita", "y además rojo", "pero es un buen niño y no hace daño a nadie". Comentarios como ésos te los tomas a risa o los ignoras, pero día tras día te van minando, como minaron la infancia y la adolescencia los insultos en el colegio, los desprecios, el miedo hasta el punto de no querer coger el autobús y hacerme todos los días varias caminatas, o meterme en cama con trece años, sin saber por qué no tenía fuerzas para levantarme. Hasta el día en que mis padres fueron a hablar con el tutor y les dijo que yo lo que tenía que hacer era darles una patada en los huevos a los que me insultaban (sic). A veces me pregunto cómo pude aguantar aquellos doce años de infierno, si no hubiera sido por los amigos y por la fuerza que he tenido, porque me refugié en los libros y en escribir para no volverme loco y soportar aquella situación. Cuando veo a antiguos compañeros no soy capaz de identificar a quienes se burlaban de mí, a aquéllos que me llamaban marica cuando yo todavía no sabía lo que era, sí sé, quede claro, quiénes no lo hacían. ¿Haberme cambiado de colegio habría sido la solución? No lo creo, si me hubieran llevado a otro o a un instituto, mucho me temo que todo habría sido igual. Confieso que mi familia ha estado siempre a mi lado y en ellos he tenido un apoyo enorme.
Al volver a esta ciudad triste y gris, unido al dolor de la muerte de Papá, me encontré con que mis amigos seguían fuera y no tenía nada en común con los que aquí quedaban, tuve que hacer nuevas amistades, abrirme nuevos grupos y entonces conocí a lo que fue el germen de la Asociación de Derechos Humanos de Extremadura, y allí comenzó, de alguna manera, lo que se puede llamar mi activismo, el cual continuó en mi etapa política. Cuando defendí en el pleno del Ayuntamiento una moción sobre diversidad afectiva (que salió aprobada por unanimidad) hable en todo momento en primera persona del plural. Esa tarde un periodista me llamó para preguntarme si yo había dicho alguna vez en público antes si yo era homosexual. Le pregunté si había alguien en esta ciudad que no lo supiera, que quien entonces era mi pareja me acompañaba a los actos públicos, pero él insistía en preguntarme sobre mi pronunciamiento público. Yo intenté hacerle comprender, aunque él había estado presente en el pleno, que en mi exposición había hecho constantemente referencia a la normalización y le dije lo que hace poco he escrito, que nunca había salido del armario porque nunca había estado en él. Pues bien, al día siguiente al leer la noticia me encuentro con una hermosa perla: "el concejal Francisco Acedo en ningún momento ocultó su condición sexual durante su intervención". Yo no tenía nada que ocultar, hablé en primera persona del plural porque pertenecía al colectivo del que se estaba hablando y lo de la "condición sexual" me remató. Mientras no se entienda que alguien es heterosexual, homosexual o bisexual no porque se acueste con personas de determinado género sino porque se enamora de personas, la sociedad no habrá acabado de entender el fondo de la cuestión. Imagino que físicamente sería capaz de acostarme con una mujer, pero no me enamoro de ellas, aunque las admire sin límites.
Éste es sólo un pequeño ejemplo de mi vida pública. el más grave, quizá, sea el comentario que un compañero de corporación hizo en la Misa de San Jorge, preguntando con sonrisita si a los maricones nos dejaban comulgar. Como el comentario se hizo en lugar público y ante testigos, en la primera comisión del Ayuntamiento en la que coincidimos le pedí públicas explicaciones. Hay que decir que se disculpó, pero cuando hubo que aprobar aquella acta me pidió que se borrara aquello, ya que se había disculpado. Mi respuesta fue la negativa, para que quedara constancia escrita de cómo se trataba a los homosexuales a comienzos del siglo XXI para futuras generaciones de investigadores. Podría continuar ad nauseam relatando insultos, vejaciones, infamias, calumnias, muchas de ellas colgadas en internet bajo pseudónimo y que se usaron contra mí como arma arrojadiza. Si lo único negativo que pueden decir de uno es que soy homosexual y no atacarme ni profesional ni políticamente, son ellos mismos quienes se están calificando. No entraré en exceso en el tema de mi agresión y en las versiones para todos los gustos que se vertieron, incluso después del largo y lento proceso que condenó a mi agresor. En lugar de preocuparse por haber estado a punto de perder la vida, a la gente les importaban más las versiones morbosas que corrieron como la pólvora. En aquellos momentos bastante tenía ya con superar el trauma (que nueve años después me obliga a seguir tomando medicación) porque si no a más de uno tendría que haberle interpuesto una querella criminal por injurias y calumnias.
Podría seguir contando y no pararía, pero creo que ha quedado bien claro que el precio que se paga por ser libre y feliz sin esconderse es alto y como yo lo han pagado la mayoría de los que no somos heterosexuales. La sociedad no es tolerante, es falsamente permisiva, los medios nos hacen flacos favores con sus clichés y estereotipos, tenemos que seguir soportando chistecitos, encajando bromas de pésimo gusto, soportando sambenitos. Doy sólo unos cuantos a modo ilustrativo: "yo soy muy tolerante con los gays, pero que adopten es una aberración porque un niño necesita un padre y una madre", "que vivan juntos, vale, pero que lo llamen matrimonio, no", "tengo muchos amigos gays, son muy divertidos y sensibles"... Pues un niño lo que necesita es amor, si algo no es para todos no es un derecho, sino un privilegio; y entre los gays hay gente aburrida y patanes como en cualquier otro colectivo. Estas frases repetidas hasta la saciedad, unidas a la repetición de comportamientos, están creando el caldo de cultivo de la homofobia en la que la matanza de Orlando se ha desarrollado. Ni yihadismo, ni lobo solitario, ni peras en vinagre, es la homofobia latente la que es culpable de la masacre de esos inocentes, la que es culpable de los ataques que empiezan a proliferar aquí, la que cercena la libertad y quiere a todos uniformados y con el encefalograma plano.
Esta sociedad es la que fomenta que existan "armarizados", que son personas que no es que no quieran hacer pública su condición afectiva, sino que la esconden y la desarrollan de una manera proscrita, muchos de ellos personas públicas que flaco favor hacen, cuando en muchos casos es de todos conocido. No seré yo quien juzgue a nadie, que bastante tengo ya con mi vida, pero la hipocresía que rodea ciertos ambientes y personas es verdaderamente enfermiza. Sé bien de lo que hablo, porque malgasté tres años de mi vida con un personaje de éstos, quien volcó sobre mí todos sus miedos, frustaciones y sadismos, anulándome completamente en lo personal y en lo profesional, controlando mi voluntad con sus tretas y habilidades, destruyendo mi autoestima, hasta que fui capaz de reaccionar y apartarlo por completo de mi existencia y que siguiera con sus vicios privados y públicas virtudes. Pensé que nunca más volvería a tener una pareja después de esa experiencia nefasta, pero, por fortuna, apareció cuando menos lo pensaba el hombre de mi vida, que me devolvió la sonrisa, la alegría y las ganas de vivir.
Pues buscando la alegría, el amor o pasar un buen rato, han muerto los mártires de Orlando, los muertos que pocos lloran, los muertos que a casi nadie importan. Obama fue más que comedido en su intervención, la condena del Papa ha topado con un filtro y no se menciona la palabra "homosexual" ni una sola vez, pese a su firmeza y rotundidad en el contenido y a la posición que abiertamente ha sostenido desde comienzos de su pontificado. Tibieza en todas las declaraciones internacionales, si los homosexuales somos ciudadanos de segunda, cuando nos asesinan, somos víctimas de segunda. Y esto en el 2016, hace unos años no habría tenido la más mínima repercusión. Echar un vistazo a las redes sociales y ver que un hashtag como #MatarHomosexualesNoesDelito se difunde alegremente y se utiliza de manera abierta, con energúmenos vomitando odio y nadie hace nada, mientras que cualquier protesta absurda se ve rápidamente cercenada y perseguida por la autoridad. Éste es el desolador panorama que tenemos, el responsable de las muertes, el causante del silencio, el culpable del miedo a sentirse identificado con los asesinados por no sentirse señalado. Detrás de esta masacre de inocentes no hay regímenes despóticos, está el despiadado y deshumanizado sistema occidental. No quiero pensar conspiraciones de largas manos que quieran usarlo para frenar ciertos movimientos políticos o que deseen encerrar a los homosexuales de nuevo en las catacumbas de la clandestinidad semiconsentida. Detrás de todo esto hay décadas de luchas, muertos por el camino, agresiones, suicidios, depresiones, incomprensión, abandono, soledad, que no podemos soslayar. La lucha por los derechos tiene que continuar, no pueden callarnos, no tienen potestad moral, y menos ahora, para hacerlo.