Si tuviera que definir la poesía de Leonardo Padrón con una sola palabra, no dudaría en utilizar el término “celebración”. No obstante, hay otras palabras con la cual podemos identificar su trabajo, al menos con el que está recogido en esta antología poética titulada Los materiales humanos. Una de éstas pudiera ser “urbanidad”, esa que recrea sus versos aunque peque de redundante en decirlo, de la fotografía constante que hace el yo poeta, el que se desdobla y se aleja del propio Leonardo pero que paradójicamente es el mismo.
Digo “celebración” porque de aquel objeto muerto, de la cosa inerte que está en la calle, en un centro comercial, en un edificio, en sus múltiples ventanas, entre otros elementos, también nace la poesía, que amén de llevarnos a una beligerante reflexión sobre lo que nos rodea a diario y le pasamos de largo, también nos lleva a ese elemento vital que Leonardo Padrón utiliza con frecuencia en sus telenovelas y que para mi sorpresa, también está en su poesía: el humor inteligente.
En esta poética con la que me encuentro por primera vez, parece no haber secreto alguno, truculencia de forma o estilo con pretensiones de grandeza, lo cual de por sí ya es un logro. Por el contrario, es de la sencillez de donde brota la mayor luminiscencia de estos versos, flotando como salvavidas en un mar de tragedias tan propio de la ciudad. La grandilocuencia no es su cometido, sino por el contrario, la palabra descarnada, directa, que es capaz de nombrarlo todo con sutileza y desgarramiento.
Los materiales humanos también lleva de por medio el amor, ese que el poeta siente por la ciudad, esa misma que te atrapa en un tráfico inamovible, pero que te dora la píldora con el vuelo rasante de las coloridas guacamayas y las escandalosas guacharacas que le cantan a la lluvia, como acompañándote en tu desdicha moderna mientras vas en tu burbuja de aire acondicionado con cuatro ruedas; también al amor nostálgico de las mujeres del pasado, sublime y carnal que despierta las del presente y del amor eufórico que se proyecta seguramente hacia la mujer del futuro.
“Caracas se derrama como un lento blues de cemento”, dice en alguna parte. Y es que no habría mejor música que acompañara a esta imagen –y a todo el poemario– que ofrenda el poeta, a pesar de que lo que pulula a diario es el infame reguetón, ese ritmo lacerante del buen sentido auditivo. Padrón construye su propia pinacoteca de versos citadinos para recrear la poesía que lo caracteriza, como cualquier mortal que va por un mercado popular o por un boulevard repleto de buhoneros. Da igual, al poeta de estas calles, de estos versos, le da igual. Mire lo que mire en el descalabro evidente de la ciudad, su poética irá con precisión, sencillez que no simpleza, “tomando lo simple por el tallo” como dice el hermoso título y poemario de Edda Armas.
La antología poética Los materiales humanos se lee de una sentada, y además te alimenta la vista con las estupendas pinturas de Alirio Palacios. Una manera distinta de ver a Leonardo Padrón más allá del show televisivo en el cual también ha sembrado triunfos. La editorial bogotana Común Presencia Editores, debo decirlo, apostó muy bien con este trabajo.