Es curioso, pero ayer mi tren se transformó en una antigua redacción de periódico, de aquellas repletas de máquinas de escribir aporreadas sin descanso. Por momentos, creí que me había equivocado de vagón, o de puerta o, qué digo yo, incluso de realidad.
Mi escenario acostumbrado cambió completamente cuando entraron dos chavales. Iban presumiblemente juntos, pues se sentaron uno al lado del otro. Llegaban abducidos por sus teléfonos móviles del tipo Blackberry, la mirada fija en sus pantallitas, guiados hasta sus asientos por piernas dirigidas no sé bien por qué mágicos poderes. Escribían como posesos, cada uno a lo suyo, como si de la velocidad del ejercicio mecanográfico dependiera todo su próximo mes de conexión a internet, o semejante celeridad fuera imprescindible para mantener llena la batería de aquellos chismes.
En fin. Tal vez sigamos divagando. O no.