En teoría, los medios de comunicacion deberían ser objetivos.
La función del periodista es la de informar y oficiar como un mensajero pero, ¿esto realmente sucede? la respuesta es simple e indignante: No.
Al encontrarse en un alto grado de poder, los medios administran la información a su antojo, de modo que pueden beneficiar o perjudicar dependiendo los intereses que representen.
Nótese como endiosan gobiernos y destruyen otros a la luz de todos y como, al tiempo, pegan un giro y están alabando a quienes habían hundido.
Lo curioso es que lo hacen con un alto grado de impunidad. Saben que se encuentran en una posición privilegiada para inclinar la opinión publica hacia donde quieran.
Esta ultima reflexion me hace pensar que nosotros (la audiencia) algo no estamos haciendo bien.
¿Por qué permitimos que se nos mienta de esa forma? ¿por qué dejamos que se nos oculte información que beneficiará a otro u otros que, claramente, se encuentran en una posición económica y nivel de vida mejor que la de muchos?
El periodismo nunca está de parte de la verdad, sino de sus interés y los de otros, pero insisto: Que podemos hacer nosotros en esta situación?
Es posible que muchos hayan llegado a la amarga conclusión de que no tenemos el poder suficiente como para rebelarnos y decir que estamos hartos de que se nos manipule, y por el contrario, nos entregamos a la frase conformista de “que se le va a hacer”. Y así mentirnos a nosotros mismo poniendo la tierra bajo la alfombra.
Aunque en realidad, siendo brutalmente honesto, creo que estamos demasiado ocupados sacándonos las vísceras entre nosotros y lo que realmente sucede se nos termina escapando de la vista.
Entonces, ya que en los medios no se puede confiar, sugiero humildemente que se investiguen las cosas a fondo, que se analice todo en detalle y, ante alguna situación, cambio o decisión, simplemente preguntarnos: ¿a quien beneficia esto?
Nada sucede porque sí, nada es aleatorio. todo tiene una justa explicacion…aunque muchos nos quieran alejar de ella. Todo opera como un gran ajedrez al que nos han obligado a jugar con los ojos cerrados y las manos atadas.