“Los mejores años de nuestra vida”: Ángeles caídos… y rescatados

Publicado el 29 abril 2011 por La Mirada De Ulises

Quizá sea una de las películas que mejor reflejen la sociedad americana tras la Segunda Guerra Mundial, con el debate nacional en torno a la participación en el conflicto y con una difícil reincorporación de los veteranos al mundo civil. “Los mejores años de nuestra vida” de William Wyler es el espejo de un pueblo que debía superar los destrozos de las bombas caídas sobre Londres o Hiroshima pero que también habían dejado su huella en unos hombres que arrastraban pesadillas, que llegaban mutilados o que se sentían desarraigados al volver a su país. Es lo que les sucede a Fred, Homer y Al cuando regresan a sus hogares con más miedo del que sintieron en el frente de batalla… al descubrir que el mundo que dejaron ha cambiado mucho en esos años, que deben adaptarse a los nuevos tiempos y dejar atrás sus temores.

La crítica de William Wyler a la política de intervención y a cierto patriotismo es la que se respiraba en el país, entre el miedo de apoyar una causa animada por los comunistas y el peligro de unos regímenes dictatoriales en Europa y Japón. Sin embargo, el director imprime un aliento de esperanza a cada situación desde la unidad y el trabajo, desde la honradez y la solidaridad… Es la esencia del espíritu americano en donde todos tienen la misma oportunidad de hacerse a sí mismo y prosperar… sin necesidad de aval alguno, de recomenzar una nueva vida en una granja, en una industria de chatarra o en un Banco que debe crecer con el nuevo panorama de empréstitos. Cada arma del ejército y grado militar, cada edad y estado civil está representada de manera paradigmática en unos protagonistas que no dejan de ayudarse aunque les sobre algo de orgullo, que no quieren compasión pero sí un poco más de apoyo y gratitud.

Son individuos heridos y con más dificultades de las previsibles para coger el tren de la vida, que en más de un momento parecen venirse abajo por la falta de trabajo o de acogida… pero que encuentran en la familia y especialmente en la mujer el sostén para recomenzar. El maduro Al lo tiene más fácil porque su esposa Milly es una gran mujer y su hija Peggy no le anda a la zaga… y ambas le sostienen y acompañan en sus primeros pasos, entre tumbos y borracheras. La suerte también acompaña a Homer, pues le ha estado esperando una buena y comprensiva Wilma, su novia desde que eran niños, siempre dispuesta a ser sus manos y lo que sea necesario. Es Fred quien tendrá que capear el temporal más adverso con una mujer más superficial y egoísta con la que se casó en vísperas de ser reclutado… pero tras los tiempos duros, también llegarán los maduros… Con todo, la mujer se convierte en bastión para la nueva sociedad, y los valores familiares en fundamento para una nueva época.

La película de William Wyler recibió siete Oscar® (Mejor película y Mejor director incluidos) tras estar nominada para nueve candidaturas. En su reparto todos hacen el papel de su vida, con Fredric March o Myrna Loy como matrimonio que congenian a las mil maravillas, o Dana Andrews como personaje atribulado a quien la dulzura de Teresa Wright servirá de bálsamo. La cruz le cae a Virginia Mayo con un papel ingrato pero resuelto con brillantez, porque su personaje de esposa frívola y ligera va contracorriente y tiene que evolucionar desde una cálida y entusiasta acogida hasta la frialdad de un divorcio anunciado… y lo hace magistralmente.

Son muchas las escenas recordadas por todos los que han visto la película, pero quizá aquellas en que Harold Rusell muestra su habilidad con los ganchos (se trata de un ex-combatiente inválido auténtico, actor que no era profesional pero que se llevó el Oscar® como secundario) o cuando se desprende de ellos… son las que más se recuerden, junto a aquella otra en que trata de abrazar a su novia, en una imagen tan impactante como emotiva. Al inicio, las tres acogidas en sus hogares se esperan con expectación, la borrachera se ve con gracia y simpatía, y en la boda final… el espectador está más pendiente del cruce de miradas entre Fred y Peggy que de la pareja que se está casando, gracias a una profundidad de campo a la que Wyler saca todo su partido… pues trabaja una puesta en escena que muestra la realidad sin tapujos y que permite al espectador elegir lo que quiere ver entre varias posibilidades (algo parecido ocurre en la escena de la llamada telefónica en el bar): es lo que le hacía merecedor a Wyler del título de autor para los críticos de Cahiers que abanderarían la Nouvelle Vague francesa.

Un alegato sobre la ingratitud hacia los veteranos de guerra, pero tratado de modo optimista, esperanzado y constructivo, a partir del sistema de los Grandes Estudios y del star system. Sin duda, William Wyler acertó al poner el dedo en la llaga y tratar en 1946 un tema difícil –reciente como estaba el final de la guerra– que llegó al espectador americano con un gran éxito de taquilla. Una obra maestra, conmovedora y plagada de matices en el retrato de los personajes, realizada a partir de un extraordinario guión y que contó con un gran equipo de profesionales (mención especial merece la fotografía Gregg Toland en su trabajo con la cámara) dispuestos a rescatar a unos ángeles caídos… que necesitaban adaptarse a una nueva sociedad.

En las imágenes: Fotogramas de “Los mejores años de nuestra vida”, © 1946 The Samuel Goldwyn Company. Todos los derechos reservados.

&

Publicado el 29 Abril, 2011 | Categoría: 9/10, Años 40, Drama, Filmoteca, Hollywood, Romance

Etiquetas:Dana Andrews, Fredric March, Gregg Toland, Harold Rusell, Los mejores años de nuestra vida, Myrna Loy, Teresa Wright, Virginia Mayo, William Wyler