Los meses de María

Por Alvaromenendez

Miguel Ángel, Pietá (1498-99), detalle

El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, publicado en 2002 por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, expone claramente el sentido de los denominados 'meses de María' (números 190-191). Erróneamente denominados, diría yo, dado que a menudo ofrecen, como el propio Directorio afirma, una vivencia paralela al verdadero espíritu del tiempo litúrgico y del ciclo del año. Veamos:
Dice el Directorio (las negritas y la nota son mías):
Los "meses de María"
190. Con respecto a la práctica de un "mes de María", extendida en varias Iglesias tanto de Oriente como de Occidente, se pueden recordar algunas orientaciones fundamentales. En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en una época en la que no se hacía mucha referencia a la Liturgia como forma normativa del culto cristiano, se han desarrollado de manera paralela al culto litúrgico. Esto ha originado, y también hoy origina, algunos problemas de índole litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente. 191. En el caso de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María" en Mayo (en algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno tener en cuenta las exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles, su maduración en la fe, y estudiar el problema que suponen los "meses de María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia local, evitando situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los fieles, como sucedería, por ejemplo, si se tendiera a eliminar el "mes de Mayo". Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos del "mes de María" con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo, durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el acontecimiento de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de relieve la función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la tierra, "aquí y ahora", en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. En definitiva, se deberá seguir con diligencia la directriz de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la necesidad de que "el espíritu de los fieles se dirija sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso del año" (SC 108), misterios a los cuales está ciertamente asociada santa María Virgen. Una oportuna catequesis convencerá a los fieles de que el domingo, memoria semanal de la Pascua, es "el día de fiesta primordial". Finalmente, teniendo presente que en la Liturgia Romana las cuatro semanas de Adviento constituyen un tiempo mariano armónicamente inscrito en el Año litúrgico, se deberá ayudar a los fieles a valorar convenientemente las numerosas referencias a la Madre del Señor, presentes en todo este periodo [1].
NOTAS [1] Respecto al Adviento, en el número 101 del susodicho Directorio se había afirmado: «Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María"». Por otra parte, la prudencia señalada acerca de no eliminar el mes de mayo se sitúa en el contexto según el cual esta práctica ha nacido en un ámbito paralelo a la liturgia y que, siendo así acogida, ha provocado una situación de desorientación originaria a la que se añadiría una desorientación más si se dice la verdad sin explicarla: mayo nunca ha sido litúrgicamente mes de María, ciertamente. Mas los fieles poco instruidos en esto pueden sentir esto como una afrenta o algo así. Sin embargo, cuando la cosa se ha explicado adecuadamente la mens de los fieles puede reconducirse mejor a la espiritualidad del ciclo litúrgico, que es lo que claramente desea la Iglesia, como se ve en la cita de Sacrosanctum concilium 108: «Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso del año. Por tanto, el cielo temporal tenga su debido lugar por encima de las fiestas de los santos, de modo que se conmemore convenientemente el ciclo entero del misterio salvífico». Así pues, los liturgistas también tenemos como tarea iluminar este aspecto, sin que se empañe la verdad de los tiempos litúrgicos distribuidos en el ciclo del año, de modo que −permítanme la expresión− no pase como cuando uno imparte una clase: que la enseñanza del profesor está en un punto y la cabeza de los alumnos (los fieles) está en otra. La verdad es que el ciclo del año litúrgico, por mucho que traten de inventar, es el mejor plan pastoral de toda diócesis y, por ende, de toda parroquia.


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