El miedo es una sensación que perturba al niño por algo que percibe como amenaza, ya sea real o imaginaria. Hasta cierto punto los miedos son necesarios, pensemos en un niño que no tiene miedo a nada y que no reacciona con alarma ante las situaciones desconocidas, está expuesto a muchos más riesgos ya que su ausencia de miedo le lleva a cometer imprudencias.
En función de la edad del niño y de su conocimiento del mundo tendrán miedo a unas cosas u otras.
Cuando son bebés de pocos meses se asustan ante ruidos fuertes y movimientos repentinos e inesperados. A partir de los ocho meses suelen reaccionar con temor ante personas y reacciones extrañas. A partir de ahí podrán desarrollar unos miedos u otros en función de sus circunstancias personales. Suele ser habitual que a los 4 años de edad manifiesten miedo a la oscuridad, a estar solo, a personajes imaginarios o a elementos de la naturaleza como las tormentas. Cuando llegan a los 8 años lo que les angustia está relacionado con miedos más existenciales, como la muerte por ejemplo.
Lo más importante es educar al niño con una educación no basada en el miedo al castigo o amenazas
Todos ellos son miedos naturales que el niño va a experimentar, no se trata de evitarlos, la labor de los padres será otorgar el clima de confianza y seguridad que ellos necesitan para que el miedo no se convierta en su estado permanente. Para ello se deben tener en cuenta una serie de pautas.
Lo primero sería educarle sin miedo, esto es, sin amenazas ni castigos. Esta forma de actuar provoca miedo en los niños, lo que no favorece la seguridad en si mismos Tampoco se debe utilizar el miedo como forma de control, el coco y otras figuras similares deben quedar desterradas.
Jugar a dar sustos no es muy recomendable, ni tampoco causar temor con la oscuridad. Si lo que queremos es que no tenga miedo a la oscuridad debemos normalizarla, por ejemplo, cuando se despierte calmarle con la luz apagada.
Es necesario controlar lo que ve en la televisión, puede que parezca que unas imágenes concretas no le han afectado, pero los niños son muy sensibles a lo que percibe por lo que no hay que dejar que vea la tele sin supervisión.
Ser valiente es ser consciente del peligro y aun así superarlo
Cuando demuestre un comportamiento valiente, que no temerario, se le debe reforzar, a la vez que le enseñamos a enfrentarse sin temor a situaciones de la vida cotidiana. Hacer cosas por si mismo, sin la permanente protección de los padres, les ayuda a ser más autónomos y a no temer enfrentarse a los problemas.
Pese a todo, los miedos van a aparecer, en ese caso la actitud de los padres debe ser de respeto a sus temores, no se deben ridiculizar, porque es algo importante para él. Tampoco sirve mentirle, se debe afrontar el problema con sinceridad para que no se sienta engañado. Querer acabar con el miedo de forma radical no es la mejor idea, es un proceso paulatino que llevará su tiempo, poco a poco se irá acostumbrando y en este proceso el papel de los padres será el de acompañante, ayudando al niño a afrontar el problema para poder superarlo.