Los milagros… no existen?

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

por Marcelo Molina

La palabra milagro encuentra su raíz en el latín miraculum que significa “mirar”. Los latinos llamaban miraculum a aquellas cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades. Así entonces, miraculum proviene de mirari, que en latín significa “contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción”.

A partir de una sentencia atribuida a Albert Einstein: “Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro” es que puedo abrirme a la posibilidad de que creer o no en los milagros, es una elección!

Dos elementos han de concurrir para que algo cause admiración, o que sea admirable: que la causa del suceso sea oculta y desconocida por quienes presencian el suceso, y que el hecho en cuestión sea o parezca contrario a lo que debiera resultar.

Normalmente, cuando la causa del suceso es desconocida y el hecho en cuestión parece contrario a lo que debería resultar, lo que nos causa no es admiración, sino… enojo! ¿Cómo puede ser que, frente a la posibilidad de constituir al fenómeno en algo que nos abra posibilidades (como podría ser estar viendo un milagro), elijamos constituirlo en algo que nos cierre posibilidades (en el caso de que el enojo nos cierre posibilidades)?

Las respuestas a este interrogante pueden resultar infinitas… Y siempre, por debajo de cada una de estas respuestas habrá, sosteniéndola, un compromiso. Y entonces, se me ocurre preguntar: ¿Cuál es el compromiso para el cual elijo mirar la vida creyendo que no existen milagros? ó, ¿Cuál es el compromiso para el cual elijo mirar la vida creyendo que todo es un milagro…?

Elegir mirar la vida desde la posición “no existen los milagros”, supondría la idea de que conozco las causas de todo lo que ocurre, y si ocurre, es por alguna causa, y dependerá de la justificación que encuentre para dicho suceso, la emoción resultante final. El “problema” surge cuando no encuentro justificación para explicar lo que está sucediendo (y no estoy hablando aquí solamente de sucesos supranaturales).

Elegir mirar la vida desde la posición “todo es un milagro”, supondría la posibilidad de admirar y dejarse sorprender por todo lo que acontece, sin buscar la explicación, simplemente admirar… Casi puedo estar escuchándote decir: “Si, si, por supuesto. ¡Es un milagro que se me haya pinchado el neumático! ¡Qué bueno, qué admirable es estar en esta situación….!” Es obvio que ninguna persona del planeta (sin entrenamiento) se le ocurra decir esto. Ahora te invito a considerar la posibilidad de que puedas hacerlo. Que mires el fenómeno sin querer explicarlo, sin querer racionalizarlo. Que observes eso que ha ocurrido y que interrumpe en tu continuo fluir de la vida, te está impidiendo algo, y también te está permitiendo algo, por ejemplo, un aprendizaje…

Preguntarse ¿Por qué me pasa esto a mí? ó preguntarse ¿Qué puedo aprender de esto que me sucede?, consumen la misma energía. Pero la resultante emocional es muy diferente. Cuando resisto lo que está sucediendo la emoción resultante es de cierre de posibilidades. En cambio, cuando acepto lo que sucede, la emoción resultante es de apertura de posibilidades.

Autor Marcelo Molina

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