En Vano. Me parecio verla entre el gentio meta baile. Pero fue solo mi ilusión.
Quizá fuera el viernes, o el sábado. El tiempo para el que espera y para el que esta enamorado no tiene correlación ninguna. El caso es que bajábamos tardíos de la explanada en donde se yergue el museo Nacional de arte de Cataluña, con las escaleras mecánicas dormidas y las avanzadas sombras del parque, cobijando algunos amores furtivos. Bajábamos digo, con el Pibe Pergamino y Raul, ellos aun con la experiencia imborrable y el alma en alza, a pesar de los consabidas marcas de callos, ampollas y algún pisotón. Yo, con el temperamento retraído, aun queriendo ver en algún vestido fugitivo y negandome aun al estribillo que canta Vargas: "no vendrás y yo esperándote estoy, mi bien".
Y mientras dejaba atrás la montaña Mágica, al decir de Thomas Mann, se me ocurrió que en esto que dicen que es la realidad, todos estamos en barcos a punto de naufragar, a merced de la tempestad y la furia y el capricho de ballenas blancas o de capitanes dementes. Todos vamos en busca del cachalote blanco y a veces solo percibimos un chorro que como nuestros anhelos, se desboca y quiere inundar el mundo elevándose en la oscuridad de la noche y volviendo a caer para perderse en el mar, o calle abajo.
Cuando llegue a casa comprobe que la humedad del agua había borrado mis versos de la libreta. Apenas me quedaba alguna inspirada estrofa y algún verso suelto.
Allí afuera, en un rato el sol secaría el manantial artificial creado por la ballena.
Y ella, como la muchacha de los vestidos floreados, estaría lejos, muy lejos.