En una sociedad en la que este circo se vende muy caro, es un caramelo al que ninguna empresa, sea de comuniación o no, va a renunciar. El show no ha hecho más que comenzar: películas, documentales, exclusivas, videojuegos… Hay que rentabilizar esta historia mientras tenga tirón. Y no sólo lo harán esas firmas, sino que tratarán de exprimirlo al máximo los propios mineros. Y lo harán legítimamente, pues todos en su situación harían exactamente lo mismo.
Tras la información necesaria y obligada sobre un acontecimiento histórico (es muy discutible si el excesivo despliegue en el rescate era necesario), hay que darle paso a la frivolidad y el espectáculo. Entre medias no se afronta, con todas las consecuencias, un debate serio sobre las causas de este desastre, sobre las medidas de seguridad en la minería o sobre las condiciones económicas y sociales de los trabajadores de este sector en todo el mundo. Eso ya no interesa. No divierte, no genera dinero. Eso ya hace daño y es mejor dejarlo como está.
Y al margen de la llegada de la frivolidad, es digna de reseñar la actitud del presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien ha utilizado de forma descarada este suceso para aprovechar horas y horas de televisión. Su índice de popularidad, a pesar de contar con un historial y una familia cuanto menos peculiar, ha subido como la espuma. Pero, no lo olvidemos, a costa de todo este circo.