Por desgracia, la inmensa mayoría de las veces, cuando te instalas en el “capitalismo real” (no en el de las películas), vas a comprender enseguida que las posibilidades son muy restringidas y que, generalmente, la vida te obligará a escoger las primeras que te pasen por delante, aunque resulten poco atractivas. De entrada, necesitarás varios empleos, ya que habrá que pagar un dineral para alquilar algún sitio modesto donde vivir, para que tus hijos asistan a la escuela, para recibir servicios médicos. Por no hablar (todavía) de la jubilación. Es probable que tengas que adaptarte a vivir en barrios muy humildes, donde hay drogas, pandillas, gente capaz de cualquier cosa. ¿Podrás ahorrar para comprarte un arma? Si ganas lo suficiente en EEUU, eres “libre” de adquirir legalmente un arma. El hecho es que tu “libertad” irá difuminándose bajo la urgencia desesperada de hacer dinero. Aprenderás que los pequeños “emprendedores” se arruinan fácilmente ante la arremetida de los mayores. Y sabrás que en el mundo competitivo y feroz del “capitalismo real” son muy pocos, poquísimos, los llamados “triunfadores”. El propio ámbito profesional (si llegaras a acceder a él) está regido por esa competitividad despiadada, y allí también los peces grandes devoran a los chicos. Conozco a muchísimos profesionales cubanos, graduados con las mejores notas, que hoy viven en distintos países ejerciendo oficios rudimentarios, que no requieren ningún tipo de preparación.
Las demás restricciones a tu “libertad” son más sutiles. Has dejado de ser propiamente un “ciudadano” para convertirte en un “consumidor”. La publicidad a través de los medios tradicionales y de las redes va a crear en ti, en tu familia, en tus hijos, nuevas necesidades, muchas veces falsas, que te empujarán a buscar más y más dinero para consumir más y más. Te verás obligado continuamente a desechar equipos a causa de dos tipos de “obsolescencia”: la que ha sido incorporada tecnológicamente al equipo para limitar su vida útil y la que está asociada a la percepción subjetiva de que “pasó de moda” y, obviamente, hay que sustituirlo por uno más nuevo. En Navidad, para celebrar el nacimiento de Cristo, tendrás que traicionar las esencias originarias del cristianismo, pedir dinero prestado y comprar regalos y supercherías. Te habituarás a vivir con dinero prestado. Si tus hijos quieren estudiar en la universidad, tendrán que pedir un préstamo al banco, que estarán pagando muchos años después de graduados. Deudas, hipotecas, incertidumbre, son fantasmas a los que tendrás que acostumbrarte.
Los vestigios que quedan en ti de tu condición de “ciudadano”, de persona interesada en participar en la política, recibirán una fuerte presión del sistema concebido para conducir a los electores y aplastar definitivamente su “libertad”. Ya hablé antes de cómo la capacidad manipuladora de este sistema (entrenado en la publicidad comercial) alcanzó un inusitado nivel de sofisticación con el empleo de las redes sociales y de las innumerables trampas que trabajan la subjetividad de los individuos para guiarlos hacia un candidato específico. La idea es que creas que estás actuando “libremente” cuando te han convertido en un títere de la maquinaria.
El capitalismo es por definición enemigo de la libertad de los seres humanos. El arte, la literatura, la cultura, las expresiones más hondas y estremecedoras del hombre y de la mujer, han sido reducidos a vulgares mercancías. El mercado ha sido el Censor por excelencia. Así mutilaron la canción protesta de los 60, el grito antirracista y emancipatorio del rap, la poesía que apuesta por la vida. El entretenimiento, la diversión vacua, el placer del instante sin pasado ni futuro, han sustituido a la gran tradición humanista de Occidente.
En el campo socialista europeo y en la URSS se cometieron errores muy graves en el campo de la política cultural y en la relación con el movimiento intelectual. Hubo suspicacia, censura, persecuciones, injusticias. Adoptaron el “realismo socialista” como estilo oficial y clausuraron la experimentación de vanguardia que había caracterizado al arte soviético en los primeros años de la Revolución de Octubre. Al propio tiempo, fueron derrotados en la guerra simbólica frente al Occidente capitalista. En amplios sectores de la población que vivía en los países socialistas europeos, se abrió espacio una candorosa idealización de Occidente y una especie de complejo de inferioridad con respecto a sus propios valores, a su propia historia.
Orwell quiso describir en su novela 1984 el ambiente de vigilancia extrema, agobiante, del estalinismo. Paradójicamente, hoy, en el capitalismo del siglo XXI, la distopía de Orwell se ha cumplido. Todo el mundo es vigilado, espiado, seguido, estudiado, desde Angela Merkel hasta el más común de los habitantes de Nueva York. Las nuevas tecnologías y un Imperio sin escrúpulos han hecho realidad la pesadilla de 1984.
La Revolución Cubana rompió con los dogmas del “realismo socialista” y convocó a los intelectuales y artistas de todas las generaciones y tendencias a sumarse a la obra de renovación educacional y cultural emprendida en 1959. Fidel sentó las bases, en junio de 1961, con sus Palabras a los intelectuales, de una política cultural unitaria y lúcida.
Al propio tiempo, Fidel sabía, como Martí, que “sin cultura no hay libertad posible”. Que la persona ignorante, incapaz de entender el mundo en que vive, termina siendo una criatura fácilmente manipulable. Cuba alfabetizó a su pueblo; le permitió crecer; lo dotó de libros, de escuelas, de universidades; lo hizo culto y libre.
La auténtica emancipación, uno de los más bellos sueños de la humanidad, solo puede lograrse en el socialismo. En el espacio solidario, fraterno, de una sociedad que crea, como quería Martí, “en el mejoramiento humano”.
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