Dicen que en febrero de 2015 China abrió en Wuhan el laboratorio de investigación más avanzado y seguro del mundo. En teoría allí se estudiaban los virus y las bacterias más peligrosas del mundo para buscarles vacunas y curas, pero hay quien dice que el verdadero objetivo del laboratorio era crear cepas mortíferas capaces de matar a cientos de millones de personas si se emplearan en guerras bacteriológicas. Es curioso que el nuevo y mortal coronavirus haya surgido en la misma ciudad donde se encuentra ese laboratorio avanzado.
Se dice también que el virus puede expandirse con demasiada facilidad en un mundo globalizado y surcado por millones de turistas en movimiento continuo. En el pasado, las epidemias avanzaban a paso lento, pasando de una ciudad a otra y tardaba años en rebasar las fronteras de un continente. Hoy, ya sea a través del turismo o de los paquetes del comercio electrónico, el virus puede infectar al mundo entero en apenas una semana.
También se comenta que el principal beneficiado del virus es Estados Unidos, un país que llevaba décadas asustado ante el avance chino y que no para de estudiar cómo evitar que China desplace a Estados Unidos como primera potencia mundial, algo que estaba a punto de ocurrir cuando estalló la epidemia de Wuhan. Por esa razón, algunos conspiranoicos sospechan que el virus podría ser un producto "made in USA" soltado en el corazón de China para paralizar su economía y hacerla retroceder como gran potencia.
Los más exagerados hablan de que el verdadero número de infectados y de muertos por el coronavirus es al menos diez veces superior al que se publica. Otros creen que las trompetas del Juicio final han empezado a tronar en Wuhan.
Ante el fenómeno, lo único que cabe decir, desde la sufrida ciudadanía obligada a obedecer, es que no nos mientan, como es habitual, que los gobiernos informen y abrecen la verdad, al menos por una vez, abandonando esa bajeza moral que infecta los palacios, parlamentos y cancillerías de todo el mundo, convertidas muchas veces en nidos de corruptos e indeseables. No sabemos si el mundo se enfrenta o no a una crisis dramática, ni si las trompetas del Juicio Final ya están berreando, pero tenemos derecho a saberlo y a exigir que nuestros dirigentes den la talla, aunque sea por una vez.
Francisco Rubiales