Manuela Astasio - Nokton Magazine A lo largo y ancho del Parque Enrique Tierno Galván, ubicado en el distrito madrileño de Legazpi, se repiten las estrellas y los triángulos, y las columnas, las farolas e, incluso, los escalones se distribuyen en grupos de tres o de cinco. Todos son símbolos asociados a la masonería, una institución ligada al poder y odiada y admirada a partes iguales, con la que se suele vincular al propio Viejo Profesor (*). La escuela Estudio de las Artes ofrece los sábados visitas guiadas por este “epicentro del poder masónico” en Madrid. Arturo Sacristán, historiador y profesor de Estudio de las Artes, explica a Nokton Magazine que Madrid está lleno de huellas masonas, que han estado expuestas a ojos de todo el mundo incluso durante los años de persecución franquista, pero protegidas gracias a su ausencia de significado para los no iniciados. Uno de los principios masones, apunta, es que “hay que saber leer los símbolos”. Sacristán cuenta que, precisamente, Enrique Tierno Galván (1918-1986) demostró, durante su trayectoria política, un gran conocimiento de los símbolos. Sus años como alcalde de Madrid, recuerda, estuvieron salpicados de gestos tan simbólicos como la devolución de los patos al Río Manzanares y las flores a los parterres públicos. O como aquel “el que no esté colocado que se coloque y al loro” que tanto entusiasmo y ampollas levantó, pronunciado durante un concierto de rock en 1984, en plena Movida. “Él le daba mucha importancia a los símbolos, y sabía trasladarlos a la política”, señala el historiador. En 2012, todo el archivo personal de Tierno Galván fue cedido indefinidamente por el único hijo del difunto político a la Biblioteca Arús de Barcelona, que atesora uno de los fondos sobre masonería más importantes de Europa. Un parque cargado de simbolismos El Tierno Galván se levanta sobre los terrenos de la antigua estación de Renfe en Delicias, una zona hasta entonces abandonada. Comenzó a construirse en 1986 y se abrió al público en 1992 y, según Sacristán, “no hay ninguna partida de ese año en los presupuestos municipales dedicada al parque”. Dicen que se desconoce quién pagó su construcción y por qué tiene todos esos símbolos, que fueron minuciosamente descritos por el propio arquitecto del parque, Manuel Ayllón, en el libro El acercamiento profano al arte sagrado (Colección Parteluz, 1993). Ayllón se esforzó en dicha obra por disipar cualquier duda de que los simbolismos que surgen en torno a la Puerta Sur del Tierno Galván sean fruto de la casualidad: desde el hecho de que la columna de acero que allí se levanta mida 49 metros (49=7×7; siete son las virtudes que debe tener cualquier masón: humildad, generosidad, castidad, mansedumbre, templanza, amor fraterno y diligencia) hasta la circunstancia de que el parque se encuentre en el cruce entre dos ejes, uno que discurre desde la Iglesia de la Santa Cruz de Atocha hasta Jerusalén y otro que une el Observatorio Tierno Galván con el Cerro de Los Ángeles, el centro geográfico de la Península Ibérica. Para ser masón, hay que saber leer los símbolos, insiste Sacristán, y Ayllón se dejó la piel en ello en este parque, cuyo suelo, decorado con franjas blancas y negras, representa el conocimiento y la alquimia. Las franjas se alejan entre sí cuanto más se acerca el visitante a la puerta, pues “cuanto más se sabe, más difícil resulta adquirir conocimiento nuevo”. Para los masones, señala el historiador, “todos somos piedras que se van puliendo poco a poco gracias al conocimiento y a la acción de dios, al que consideran el gran arquitecto”. La numerología acecha todos los rincones del parque: en el anfiteatro hay cinco columnas, porque el cinco es, para los masones, el número de la luz y el matrimonio; el acceso sur tiene cinco farolas; el acceso norte tiene diez (dos veces cinco); para entrar a la plazoletilla hay que subir tres grupos de tres escalones… y, bajo la Puerta Sur, el piso es ajedrezado, un estampado que simboliza el cambio de los estados de la materia y que, para Sacristán, retrotrae al trabajo de los alquimistas, quienes, según la filosofía masónica, eran los grandes pensadores de la ciencia y la tecnología. Los respetaron porque no los entendían Sacristán insiste en que en las fachadas y plazas públicas de la capital se ocultan muchos otros símbolos masónicos: entre otros lugares, en el Ministerio de Agricultura, en la Glorieta de Emilio Castelar, en los frescos de la Ermita de San Antonio de la Florida y en el Paseo de Las Acacias (no en vano, la acacia fue, según la Biblia, el árbol con el que Noé construyó su arca). Si muchos de ellos sobrevivieron a décadas de una dictadura tan desquiciadamente antimasónica como la franquista fue, según el historiador, porque sus autoridades “ni los sabían leer ni les dieron importancia”. La manía persecutoria que Franco parecía acumular contra la manida “conspiración judeomasónica” procedía, según las malas lenguas, de su frustración contra una institución en la que el dictador quiso entrar de joven pero en la que nunca fue admitido. Desde entonces, recuerda Sacristán, el franquismo cultivó el discurso de que los masones eran “quienes gobernaban el mundo y controlaban el dinero”. Hoy, cuando los ecos de aquellos contubernios judeomasónicos resuenan algo más lejanos, Estudio de las Artes organiza visitas periódicas a este parque madrileño con cierto aire espectral, por el que niños y perros corretean alegremente, ajenos a numerologías, estrellas, triángulos y logias. Los recorridos de Estudio de las Artes cuestan 6 euros por persona y, los cursos anuales, 50 euros al trimestre. Estudio de las Artes fue fundada hace cuatro años por un grupo de profesores –historiadores e historiadores del arte- que se dedican a enseñar “Madrid por fascículos” y a impartir cursos de Historia y de Historia del Arte. Es posible contactar con ellos a través de su web o del correo electrónico info@estudiodelasartes.com. Fuente: Nokton Magazine (*) La supuesta pertenencia de D. Enrique Tierno Galván a la Masonería es pura especulación.