Desde que, siendo veinteañero, vi “Amadeus” (M. Forman-1984), sigo preguntándome si alguien capaz de componer la música más celestial que nunca se haya creado podía ser un infantocretino de calibre sideral. Mucho me temo que la imagen que nos dejó impresa Ton Hulce del genio salzburgués nos acompañará toda la vida, aun a pesar de presenciar una vez más su inmortal “Don Giovanni” (ayer en la Sala Principal de Les Arts) o escuchar su maravillosa Sonata para piano n.º 13 interpretada por Sokolov (el sábado pasado en el Auditorio de Les Arts).
Cierto es que, despuntar en un área de la vida, no supone hacerlo en las demás y quizás sean muchos más los genios desequilibrados que quienes armonizaban calidades en todo su actuar. Pero, seamos sinceros, con independencia de lo que nos diga la Historia, a los mitos los vemos como esos seres superiores que se encuentran por encima del bien y del mal. Por esto, lo de mitificar no es más que engañar a la verdad, en especial tras el fallecimiento de cualquier mortal (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2014/11/08/hay-que-estar-muerto-para-ser-superior/).
Grigory Sokolov es un mito de la interpretación y para llegar a serlo, estoy convencido de que, además de un imprescindible talento natural, en su vida no ha cabido más que el piano, dejando aparcado todo lo demás. De nuevo triunfó en Valencia (al igual que cada una de las veintiocho temporadas anteriores), regalando seis bises, como también lo hiciera en 2020, cuya reseña escrita pocos días antes del confinamiento, para este concierto sirve igual (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2020/02/21/solo-sokolov/).
“Don Giovanni” (W. A. Mozart-1787) contiene dos mitos: el de la propia ópera, como una de las cimas de la lírica universal y el de su protagonista, que encarna la figura literaria del Don Juan. Mozart y da Ponte no eligieron mal al fijarse en el “Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina para retratar con humor y bondad a ese desalmado rompecorazones, de cuyo juicio histórico el libreto hoy se salva por el castigo final. Una historia de realismo mágico que, sin buscarlo, anticipa lo que en la actualidad se ha convertido en una desnaturalizada cruzada que nadie sabe bien adónde va.
Pero a la música de Mozart le ocurre lo mismo que a James Stewart en su carrera profesional y es que nunca pudo ser malvado, aun en los personajes que lo requerían (como Colorado Jim), por más que lo llegase a intentar. El Cuadro 5º del Segundo Acto de “Don Giovanni”, en el que acontece la expiación de culpa antes mencionada, es de tal armonía musical que en su terciopelo azul asistimos sin ese atisbo de venganza que Clint Eastwood nos genera en cada ocasión que tiene de desenfundar. Todo en Mozart es exultante belleza y facilidad, incluso la muerte, a la que dedicó un Réquiem por el que la mayoría de dioses matarían para que sonase en su funeral.
Este encanto luminoso y amable de las composiciones mozartianas, en sus óperas casi siempre encaja mal con propuestas escénicas vanguardistas, produciéndose encontronazos estéticos que resultan difíciles de asimilar. Por fortuna, la producción de La Fenice de Venecia, ofrecida ayer en su estreno en Valencia, no pretendió polemizar y compaginó con una partitura que tampoco busca molestar. Apuntando a la discreción cromática, tanto los decorados como el vestuario de época se tiñeron de desvaídos grises para dejar claro que la música era lo principal, aunque no se puede negar que el ingenioso entramado circular que encadena sin solución de continuidad ambientes de una misma casa señorial resulta un tanto mareante llegados al final. Además, algunas escenas que en esta ópera transcurren en el exterior (las afueras de Toledo o el jardín de Don Giovanni), pierden su naturaleza al presentarse en el interior como todo lo demás. Los personajes atienden a una coreografía impecable, que atesora momentos de gran brillantez, como la escena de seducción cantada en “La ci darem la mano” y ese acercamiento de espaldas y sincrónico entre Don Giovanni y Zerlina, que luego se volverá a repetir con Doña Elvira, subrayándonos que para ese tenorio todas las conquistas son igual. Sin embargo, Damiano Micheletto se toma algunas licencias de discutible rigurosidad, como la de los poderes hipnóticos de Don Giovanni o la sustitución de la cena final por una explícita bacanal.
Las voces, que en la ópera siempre es lo más difícil de garantizar, triunfaron por su calidad general, tanto en la emisión como por adecuación al estilo que Mozart requiere y resulta tan personal. El Don Giovanni de Davide Luciano mantuvo la tensión de su arrogancia durante las tres horas de protagonismo estelar, con una línea de canto viril que acompañaba su acertada gestualidad. Las Doñas Anna y Elvira (Ruth Iniesta y Elsa Dreising) no quedaron atrás, brillando en sus respectivas arias, al igual que el Don Ottavio de Giovanni Sala, todo sentido y sensibilidad. Gran Zerlina la de Jacquelyn Stucker, mezzo equilibrada y de gran sensualidad. Los bajos Adolfo Corrado (Masetto) y Gianlucca Buratto (el Comendador) destacaron por la potencia de su voz, pero no exenta de intención, que es lo que se debe pedir a los registros graves, cuyo peso lastra su agilidad. Quien estuvo por debajo del nivel general fue Riccardo Fassi en su composición de Leporello, bien en lo actoral pero demasiado plano en lo vocal.
Quizás Riccardo Minasi sea el Director de expresión gestual más elegante que hay en la actualidad. Su especialización en música barroca le beneficia con Mozart, alejando su propuesta de toda tentación romántica, lo que la Orquesta de la Comunidad Valenciana también supo muy bien interpretar. Esto propició algo que no suele acontecer en Les Arts y es que pudiéramos escuchar las voces sin dificultad.
Bien también el Coro de la Generalitat, que alternó sus breves intervenciones entre el escenario y el foso, para los hombres, en su acompañamiento del Cuadro final.
Se llenó la Sala Principal de Les Arts, pese a la competencia de otro partido del siglo más, lo que prueba que el aficionado a la Ópera responde cuando se programa lo que le gusta de verdad.
Yo disfruté menos que el resto del personal, torturado por la pantalla del teléfono móvil que una señorita de la fila anterior se empeñó en utilizar durante toda la representación para comunicar por una conocida aplicación de chat. No quise afearle su conducta, en la seguridad de que lo consuetudinario hoy es elevar el móvil a rango de santidad y por encima de cualquier derecho de los demás.
Aun así, este “Don Giovanni” es quizás el mejor que he presenciado (Festival de Salzburgo-2010 incluido) y por ello recomiendo no dejarlo pasar, pues no lo encontraremos mejor en la Scala o en el Metropolitan…
NOTA: El título y la primera parte de este texto (hasta llegar a mi opinión sobre la representación) fue escrito antes de la conferencia de Ramón Gener.
De las innumerables grabaciones de esta popular obra, una de las más interesantes es la que dirigiera en 1961 para EMI y con asombroso sonido estereofónico, Carlo Maria Giulini, al mando de la Orquesta y Coros Philharmonia que arropaban las incomparables voces de Wächer, Sutherland, Alva, Frick, Schwarzkopf, Taddei, Cappuccilli y Sciutti.