Se decía de este personaje que era capaz de saber todo el futuro sin más que observar el presente, del que debía conocer no solo la posición de cada objeto, sino también su velocidad y masa. En épocas anteriores tal poder solo se atribuía a algunos dioses, quienes, a partir del reinado de Newton, pugnan con del Demonio de Laplace por el culto en los altares, sobre todo entre las clases educadas. Se le dio el nombre de demonio y no el de dios para resaltar su carácter materialista frente al sobrenatural del mito anterior.
De las historias que se relataban acerca de este demonio, y que todavía perduran en algunas narraciones modernas, destaca la que lo relaciona con el Libre Albedrío, un personaje mucho más antiguo, cuya existencia siempre fue objeto de debate. Incluso entre los que afirmaban que el Libre Albedrío sí existía el debate se refería a su lugar de residencia. La mitología antigua necesitaba de este personaje para completar su cosmología, pero nunca desarrolló un relato completo y consistente de sus atributos. La llegada del Demonio de Laplace vino a hacer más difícil encontrar una morada para el Libre Albedrío.
Las historias posteriores en que aparecen los dos personajes son contradictorias. Mientras que en algunas pierde protagonismo el Libre Albedrío, en otras se consigue mantener el sentido arcaizante mezclándolo con nuevos mitos. Así, algunas leyendas más recientes intentan eliminar la parte sobrenatural del culto antiguo para situar al Libre Albedrío entre qualias, postulando la existencia de estos seres creadores de la consciencia, o entre quantas, aprovechando la indeterminación que prevalece en las sagas de la mecánica cuántica.
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