Desde hace un par de noches le hemos visto dar un paso más: nos pide que apaguemos la luz del pasillo para conciliar mejor el sueño. Tras temporadas de intenso miedo a los ruidos y una profunda obsesión por el lobo, creo que la búsqueda de la oscuridad es una batalla enorme de mi hijo a los grandes miedos de todos los niños. Realmente no hace muchos años que yo superé mis temores nocturnos y cuando duermo sola en la casa aún corro nerviosa por los pasillos encendiendo todas las luces posibles con el corazón en vilo. Algunos adultos creen que transmitir miedo a los niños es eficaz: los previenes de que el mal existe, los alertas de los posibles peligros venideros, pero para alguien que ha sido tan miedosa prefiero insuflar seguridad y alegría, no temor.
Decenas de variantes de cuentos con lobos buenos aparecieron en nuestras noches previas al sueño en la época del gran miedo al lobo. Una amiga me llegó a prestar un bonito libro que reseñaré aquí antes de devolvérselo sobre un lobo que aúlla porque está solo. Todo por ahuyentar su obsesión lobuna. Mi hijo no va a verse ante el peligro real de un lobo, ¿por qué entonces atemorizarle con ese animal? Ya lo iremos previniendo de otras posibilidades más factibles cuando sea necesario, igual que hemos hecho ya con los coches en las calzadas. Ahora lo que me preocupa es transmitirle alegría, creatividad y bondad, entre otras virtudes. La valentía procuro trabajarla siempre que presenta pequeños o grandes temores, dándole apoyo pero dejando que él solo los supere para después elogiar su logro. Pero, ¿miedo? ¿Para qué me sirve que mi hijo se vuelva un miedoso? Debo decir que el peque es miedoso de por sí, aunque intentamos cambiar ese adjetivo poco a poco por simple "precavido". ¿Para qué más temores?
El final de la historia, que no voy a desvelar, concluye cómo estos seres normalmente temidos se unen en defensa de la casa ante un peligro real. Es todo un hallazgo el arte con que Sergio Mora ilustra la historia de Pere Vilà i Barceló. Un aire a las pelis de serie B americanas, con vestuario y peinados perfectamente estudiados y un estilo retro en su forma de superponer el color a modo de impresiones y trazos compactos, llena de carácter propio unas tintas que parecen haber esperado años al sol hasta lograr el tono idóneo al texto. Llama la atención las peculiares guardas de este libro. Aún no he conseguido saber si es lima, lija o qué, pero su tacto sorprende y suma inquietud al acto de leerlo. Todo un puntazo de libro.