Los montajes del año

Publicado el 31 diciembre 2012 por Juliobravo
Se acaba el año y proliferan las listas con lo mejor y lo peor de 2012; mi sobrino Pablo me anima a elaborar la mía y rescatar de la memoria los diez montajes teatrales a mi juicio más destacables de este año. Me resisto a utilizar la palabra mejores, porque los términos absolutos, en las artes escénicas, deberían estar desterrados. Aquí están los diez que, de alguna u otra manera, más me han impresionado este año que está a punto de terminar. Elegirlos es una manera de ser injustos con otros trabajos en los que también he disfrutado; es una lista personal y arbitraria, con la que no pretendo que estéis de acuerdo. No están todos los que son, pero sí son todos los que están. No he puesto, a propósito, ningún musical, pero los ha habido magníficos, claro, empezando por Follies y Sonrisas y lágrimas. Y otra cosa: el orden es aleatorio.

Agosto (Condado de Osage).

Empiezo haciendo trampa, porque esta obra del estadounidense Tracy Letts, dirigida por Gerardo Vera, se estrenó en diciembre de 2011, pero la considero uno de los mejores trabajos de la escena española y por eso quiero incluirla entre lo mejor de 2012. Y lo es por el texto que, como escribí entonces, "posee pulso, tensión, humor, vitriolo, poesía, dolor, calor...", con unos personajes "arrancados de la tierra, que tienen carne, sangre y, sobre todo, un corazón que late en todas sus palabras y en todas sus acciones"; y por sus interpretaciones, tan sinceras, tan emocionantes, tan vibrantes, como las que ofrecían, encabezando un reparto magnífico, Amparo Baró y Carmen Machi. Su corta temporada en el teatro Valle-Inclán la hizo a teatro lleno, y es una pena que no pudiera seguir. Sé que hay un intento de la empresa privada por volver a ponerla en pie, pero no creo que sea fácil.

La vida es sueño. 


El primer montaje de la admirable Helena Pimenta como directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico fue este título de Calderón, todo un miura. No pude verlo en su estreno en Almagro, y hube de esperar a que se trajera al Pavón en septiembre. No se puede hacer La vida es sueño si no tienes un Segismundo de primera división... Bueno, en realidad sí, porque Helena Pimenta lo hizo con una Segismundo: Blanca Portillo, a la que no le asustan los retos ni los saltos mortales. Porque encarnar a este fascinante personaje masculino lo es. Pero Blanca ha demostrado una vez más que es una actriz descomunal, superlativa. Escribí entonces: "Blanca Portillo no "hace" de hombre, no fuerza su voz (sí la trabaja) ni lo intenta con los gestos. Es su actitud, la sutileza de su movimiento y sus palabras, las que le otorgan credibilidad. Tanto como la profundidad de su dicción, el eco grave y dramático con que tiñe cada monólogo y parlamento, el furor de su mirada acerada y el vigor de sus acciones". Todo ello enmarcado en un montaje que presentaba una versión transparente de Juan Mayorga y una acertadísima dirección.

De ratones y hombres


Miguel del Arco ha firmado, en los últimos años, varios de los montajes más destacados de la escena española. Desde La función por hacer a Juicio a una zorra, pasando por este De ratones y hombres, un emblemático texto de John Steinbeck. que presenta, como escribí en abril,  una historia trágica, la "de dos amigos, dos parias que viajan de lugar en lugar en busca de un trabajo con el que poder subsistir en los agobiantes años de la gran depresión". Su autor creó un "lóbrego aguafuerte donde la tinta dibuja el negro sudor de los trabajadores, casi esclavos". En medio de esta historia amarga, oscura y penosa, Miguel del Arco supo abrir las ventanas de la función para que entrara el humor y nos sintiéramos cómplices de aquella pareja de desgraciados, y al tiempo de sus compañeros de fatigas. Es -todavía está de gira- un espectáculo por encima de todo emocionante, sincero y vivo, gracias sobre todo a sus intérpretes, encabezados por los sobresalientes Fernando Cayo y Roberto Álamo, con mención especial también para Irene Escolar, uno de los grandes valores jóvenes de nuestro teatro.

El veneno del teatro


Admiro mucho a Miguel Ángel Solá, un actor que ha pasado en los últimos años por varios momentos difíciles, de los que ya parece haber salido. Por eso me ha encantado verle de nuevo sobre las tablas, a bordo de un interesante proyecto teatral de vocación iberoamericana: El veneno del teatro, de Rodolf Sirera. Se trata de un texto escrito hace al menos treinta años en catalán y que se estrenó en castellano, en el teatro María Guerrero, con José María Rodero y Manuel Galiana. Solá ha contado aquí con Daniel Freire como compañero de reparto, dirigidos ambos por Mario Gas, en su primer trabajo tras dejar el Español. Escribí en su día, tras el ensayo general, que creía que éste iba a ser uno de los acontecimientos de la temporada teatral. "Impactante, magnética, hipnótica, es un sugestivo thriller con gotas de filosofía teatral que, al igual que la ponzoña del título, se inocula en los espectadores y los va paralizando lentamente". El texto plantea un inquietante juego escénico sobre la realidad y la interpretación, y es precisamente ésta la que brilla en este montaje, con un magnífico Daniel Freire y un descomunal Miguel Ángel Solá, que llena de infinitos colores la paleta de su actuación. 

Elling


También es un duelo interpretativo entre dos actores en estado de gracia: Carmelo Gómez y Javier Gutiérrez, dirigidos en este caso por Andrés Lima. Adaptación de David Serrano de la novela del  noruego Ingvar Ambjornsen. Narra, con humor, ternura y gotas de ácidez, el viaje de dos enfermos mentales hacia su integración en la sociedad y su "normalización". Era una función ágil, entretenida, con excelentes interpretaciones Escribí entonces: "Carmelo Gómez y Javier Gutiérrez consiguen que los espectadores se enamoren de sus dos personajes. Los dotan de humanidad, los dibujan con maestría, sin traspasar nunca (con lo difícil que eso resulta) la frontera de lo grotesco ni llegar a la caricatura. Hay un admirable trabajo de concentración que se hace todavía más encomiable ante la cercanía y la visibilidad del público. Resultan tiernos, frágiles, compadecibles, pero en ningún momento patéticos".

¿Quién teme a Virginia Woolf? 


Un despiadado texto de Edward Albee, punzante como todos los suyos, y cuya versión cinematográfica protagonizaron Elizabeth Taylor y Richard Burton. El escenario se convierte en un cuadrilátero y, más que una obra de teatro, asistimos a un combate de boxeo entre los dos protagonistas; sus tres actos son, en realidad, tres asaltos en los que un matrimonio (un profesor de universidad y su esposa, que es además la hija del rector) saca a relucir todas sus miserias y las lanza despiadadamente contra el otro. En el fondo subyace una tragedia nunca superada. La función, dirigida por Daniel Veronese, llegaba a Madrid procedente de Barcelona con un cambio, la incorporación de Carmen Machi, que tenía como oponente al magnífico Pere Arquillué. Los dos, pesos pesados de nuestra escena. Escribí tras su estreno: "La primera (y eso que yo creo que el de Martha no es un personaje que le siente bien) pone toda la carne en el asador, y se vacía en escena, como de costumbre; su trabajo para dar vida a una mujer frustrada y excesiva es fabuloso. Él brinda una interpretación magnífica, llena de matices y sabiduría, convincente, emocionante y punzante".

La escuela de la desobediencia.


Aunque vi esta función en el verano de 2011, poco después de su estreno, llegó al teatro Bellas Artes de Madrid, donde volví a verla, en junio de este año. Seguramente no era el mejor momento (Eurocopa de fútbol y buen tiempo) para una aventura teatral que, creo, no tuvo la respuesta merecida. Luis Luque dirigió la obra, escrita por Paco Bezerra a partir de dos textos de Piero Aretino (Raggionamenti) y Michel Millot (L'École des filles ou la Philosophie des dames). Escribí tras verla que la función era "elegante, pícara, sensual, atrevida, expuesta, y una difícil y hermosa partitura que las dos actrices cantan afinadas y empastadas". Las dos actrices eran María Adánez y Cristina Marcos, sobresalientes ambas (con matrícula de honor la primera, que daba naturalidad y color a su cambiante personaje). Luque hacía caminar el espectáculo por el sendero del buen gusto y la elegancia, rechazando el trazo grueso que, seguramente, hubiera sido el camino más fácil.

El manual de la buena esposa.


Vi muy tarde este montaje, que se convirtió en un inesperado éxito en el teatro Lara, donde permaneció varios meses. Se trata de un trabajo dirigido por Quino Falero a partir de textos de Miguel del Arco, Yolanda García Serrano, Verónica Fernández, Ana R. Costa, Juan Carlos Rubio y Alfredo Sanzol. Es éste último, si no me equivoco, el primero en poner en escena este tipo de obras, compuestas por diversas historias independientes pero con el denominador común de la nostalgia, la memoria, el humor y la ternura: ahí están, por ejemplo, las magníficas En la luna y Delicadas. Historias de la buena esposa viajaba hasta nuestro pasado reciente (de 1934 a 1977) con la Sección Femenina como protagonista. Eran historias sencillas, que mostraban lo mucho que ha tenido que luchar la mujer española para alcanzar el lugar (el que le correspondía) que tiene ahora en la sociedad. Todo ello con humor, con ternura, con delicadeza y con las dosis de crítica necesarias. Y tres magníficas interpretaciones: Natalia Hernández, Llum Barrera y Cristina Alcázar.

Orquesta de señoritas.


Juan Carlos Pérez de la Fuente es un director valiente, además de brillante. Un francotirador de nuestra escena que no se alinea en grupos ni tendencias, que cree en un teatro comprometido al tiempo que directo y elaborado. Sus montajes tienen siempre precisión de relojero, inteligencia, emoción y mimo. Este verano presentó en Madrid Anfitrión, estrenado en el festival de Mérida, y Orquesta de señoritas, de Jean Anouilh. Me consta que este montaje ha pasado por numerosos problemas durante su gestación, y no fue sencillo ponerlo en pie. Interpretado íntegramente por hombres (recogiendo una sugerencia del propio autor), y trasladada la acción al Madrid de nuestra posguerra, Pérez de la Fuente firmó "un espectáculo magnético y emocionante -escribí-, salpicado de músicas de la época, y con unos actores entregados, donde destacan los trabajos de Víctor Ullate Roche, Juan Carlos Naya y Emilio Gavira".

Tres años. 


También he tardado en acudir a La Guindalera, una de esas salas del circuito alternativo que se han convertido en uno de los más potentes motores de nuestra escena bajo la dirección de Juan Pastor, responsable de Tres años, el montaje que comento. Texto de Chéjov, lo que equivale a teatralidad, pero también a profundidad, a carnalidad en los personajes, a historias llenas de dramatismo.  Escribí tras verla: "Todo está hecho con una sensibilidad y un buen gusto extraordinario. Unos pocos muebles -cubiertos al principio con sábanas, con un efecto evocador- componen la escenografía, y con tan pocos elementos son los actores y su relato -en varias ocasiones se dirigen al público- quienes tienen todo el protagonismo. La interpretación es luminosa aunque a veces, según lo requiera el momento, tenga el tono del ocaso, Es primorosa, delicada, detallista, artesanal y muy a menudo divertida". Teatro de terciopelo, en definitiva.

Y estos son mis diez montajes de 2012. Pero no quiero olvidarme de otros que también me conmovieron, me emocionaron o me divirtieron, como La rendición o Cuatro estaciones y un día, ambas en Microteatro; Los hijos se han dormido, Noche de Reyes, La verdad, Agonía y éxtasis de Steve Jobs, El inspector, Shirley Valentine, El show de Kafka, Antes te gustaba la lluvia, El diccionario o La comedia que no escribió Mihura... Y otros que no pude ver y seguramente merecerían estar en esta lista ¡Larga vida al teatro y feliz 2013 a todos!


Y por último, una nota personal. Quienes me seguís sabéis que este año ha sido muy especial para mí. Por fortuna, mi recuperación es casi completa. He sacado muchas cosas positivas de mi percance; sobre todo, comprobar el aprecio que me tenéis. He recibido, y recibo todavía, tantas muestras de cariño, que me siento, aun más, un privilegiado. He escuchado o leído palabras de elogio que me han conmovido y emocionado, y he vivido gestos que nunca hubiera imaginado vivir. Por todo ello, por vuestra fidelidad y vuestra presencia, ¡¡MUCHAS GRACIAS!!