Sin embargo, nadie exige el arrepentimiento y castigo de los musulmanes, cuyos pecados, que incluyen el asesinato, la tortura, la amputación, la marginación de por vida, el estímulo del terrorismo y la persecución religiosa de los que practican otra religión, son centenares de veces más graves y numerosos que los cometidos por los sacerdotes católicos.
El vandalismo asesino del extremismo islamista no es obra sólo de asesinos dementes como los talibanes afganos, detrás de los cuales se oculta el terrorismo indiscriminado de Al Queda, sino también del wahabismo, doctrina musulmana rigorista, seguida y propugnada por Arabia Saudí, uno de cuyos objetivos es destruir todo lo que no sea estrictamente ortodoxo.
No sólo en Irán matan a homosexuales y mujeres adulteras y transmiten por televisión las ejecuciones. Las adulteras son secretamente perseguidas y castigadas hasta en el mismo corazón de Europa, donde centenares de imanes enloquecidos predican el wahabismo radical en las mezquitas, estimulando el odio a los infieles europeos que les acogen con tolerancia en su civilización.
Hay miles de mujeres muertas, marginadas de por vida, condenadas a mendigar, rociadas con ácido por hombres a los que rechazaron y marcadas por distintos tipos de violencia en el mundo islámico:
Gobiernos aparentemente civilizados y moderados como los de Marruecos, Egipto o Siria, entre otros muchos, no practican la reciprocidad y, mientras exigen facilidades y hasta subvenciones para abrir mezquitas en Europa, persiguen a hasta asesinan a los cristianos en sus territorios, donde no toleran iglesias de otras religiones, ni siquiera la práctica secreta de las mismas o el matrimonio entre musulmanes y cristianos.
Mientras la Iglesia Católica es fustigada por sus pecados, merecidamente, sorprende la tolerancia cobarde e injusta de las comunidades y países occidentales con el Islan, cuyos crímenes y abusos son cientos de veces más numerosos, criminales, salvajes e inhumanos.