Los nenes franquistas

Por Cayetano

Solo los que ya tenemos una edad podríamos añorar aquellos tiempos vividos, pero no por el franquismo, sino porque éramos jóvenes, de niños jugábamos mucho en la calle, y ya de adolescentes íbamos a la universidad, teníamos salud, conocíamos chicas o chicos, nos enamorábamos…


Pero no me cabe en la cabeza que chavales de hoy, con toda la libertad y poder adquisitivo que tienen, puedan pensar que aquello era mejor que esto.

Si hubiera una máquina del tiempo me llevaría a esos chicos ignorantes a aquellos años terribles de privaciones y silencio, años grises y tristes, en blanco y negro como en el Nodo. No soy un sádico que desee mal a nadie, solo me los llevaría una temporada,  como a Mr. Scrooge del cuento de Dickens, para que miraran y compararan.
Qué "bien" se vivía en los años 40 y 50…

sin derechos ni libertades, con cartillas de racionamiento, con miedo a ser detenidos arbitrariamente y con miles y miles de compatriotas nuestros emigrando a Suiza y Alemania para quitarse el hambre, porque en España se pasó hambre.
Qué bien lo pasábamos en el colegio en los años 60...

Sí, muchos sufríamos castigos físicos, aguantábamos cantos patrióticos o religiosos, éramos adoctrinados obligatoriamente en la religión católica, y no podíamos opinar nada, ni de religión, ni de política, ni quejarte de los malos tratos...  Si los maestros te daban un par de collejas, en casa no decías nada porque te podrías llevar alguna más:

"Algo habrás hecho", era lo que se decía normalmente.

-A fulano le han fusilado.

-Algo habŕa hecho.

Había en algunos centros educativos métodos humillantes, como ponerte orejas de burro, castigarte con los brazos en cruz y de rodillas...
Qué bonito es que en un viaje nocturno en tren le pidan a tu madre delante de ti el permiso del marido para viajar "sola" o con los hijos. Algo que se me quedó grabado para siempre. Yo tendría ocho o nueve años.
En aquellos tiempos se pasaba de la tutela del padre a la del marido, qué bien lo pasaban las mujeres cuando no podían trabajar ni abrir una cuenta bancaria sin permiso de su esposo.

¿Y los que no eran heterosexuales? Los homosexuales lo tenían crudo, tenían que disimular su condición si no querían que les dieran una paliza o les aplicaran la ley de vagos y maleantes.

¿Y los que tenían otras creencias religiosas? Pues ajo y agua. Solo estaba permitida una religión, la oficial. Y las demás como si no existieran.


¿Y la mili obligatoria? Para muchos, entre los que me cuento, era un secuestro legal. En mis tiempos no había objeción de conciencia. Ibas a la mili o al calabozo.

Qué bien lo pasábamos durante el período de instrucción, abandonando estudios o trabajos, reptando bajo las alambradas con todo lleno de barro, haciendo instrucción o maniobras bajo la lluvia, fregando perolas y centenares de platos cuando te tocaba cocina, haciendo guardias, aguantando insultos y vejaciones por parte de los mandos, perdiendo un tiempo precioso de tu vida mientras servías a la patria retirando escombros de la casa del teniente, que había pensado hacer reforma en su casa a costa del trabajo gratuito de los soldados. Y esto lo digo porque lo sufrí en carne propia. Igual que de niño sufrí en carne propia la bofetada que me soltó el cura aquel, que me tiró al suelo y “se me aflojaron los esfínteres” meándome patas abajo.
Pues nada, ya que parece que la máquina del tiempo no funciona, invito a todos esos chavales a informarse por su cuenta un poco, a que lean e investiguen sobre lo que fue la España franquista, la inmensa suerte que tienen de no haberla padecido, y a no creerse siempre las mentiras del amigo falangista, o del vecino ultracatólico, o del pariente que vota a la derecha extrema.