ORANGES AND SUNSHINE
data: http://www.imdb.com/title/tt1438216
Destacamos “Oranges and Sunshine” no por sus cualidades cinematográficas. El guión de Rona Munro sobre el libro de Margaret Humphreys no innova demasiado, ni en estructura ni en diálogos. Es una película correcta para desarrollar una historia emotiva. La dirección de Jim Loach (el hijo de Ken Loach) también se apega a la corrección, más aún siendo ésta su ópera prima. No, no son los elementos ajenos a la historia, ni la excepcional actuación de Emily Watson la que motivó que esta película nos llamara la atención para garabatear un post. Lo singular de “Oranges and Sunshine” es el peso específico de la trama, esa clase de historias que cuestan trabajo creer que hayan sido posibles. “Orange and Sunshine” trata de los niños perdidos del Imperio, los 130 mil niños de hogares pobres del Reino Unido que, entre finales del siglo XIX y 1970, fueron subidos a un barco y dejados en Australia, Canadá y otros lugares del Commonwealth, usados como mano de obra esclava, sin ningún tipo de control por parte del gobierno inglés que, vale recordar, era formalmente su tutor.
La oscura operación de los niños perdidos del Imperio fue revelada por la heroica labor de Margaret Humphreys, una asistente social de Nottingham que, buscando los familiares de una mujer australiana, pone al descubierto la vastedad e iniquidad de esta trama oculta. Niños separados de sus padres, con el prejuicio de que provenían de hogares pobres, hermanos separados, remitidos a la otra punta del planeta para ser explotados laboral y, en más de un caso, también sexualmente. Humphreys interactúa con los adultos que llevan aún las cicatrices emocionales de esa trágica infancia. Seres que boyan en sus vidas, sin identidad, desarraigados de ancestros y terruños.
Humphreys debe luchar con la indiferencia de una burocracia que se niega a echar luz sobre ese capítulo olvidado y con la complicidad de los que tapan las vergüenzas de las organizaciones cristianas que participaron de esta deportación en masa, una reubicación forzada con fuertes tintes racistas. La tarea es abrumadora: por su amplitud y por el dolor que lleva implícito.
Emily Watson se pone en la piel de Humphreys con su habitual capacidad interpretativa; pero, especialmente, Watson expresa la tensión subterránea que soporta su personaje a través de su mirada. Los ojos de Watson dicen más que cualquier parlamento. Hay un interesante trabajo de actores: los adultos que pasaron la pesadilla de su infancia se han insensibilizado para sobrevivir; salvo alguna excepción, cuentan los abusos con una neutralidad extraña. Hasta uno de ellos (Len, uno de los principales personajes) insiste que ha pagado su deuda con los Hermanos Cristianos, como si él hubiera debido algo por su “educación”. La imposibilidad de sentir de los adultos adoptados tiene un reflejo: Margaret Humphreys. Ella siente por todos. Y el peso de esa cruz, por un momento, la doblega. Sólo la interacción con Len, “resuelve” el conflicto, en un muy buen diálogo final.
Queda claro que no es nada original ni excepcional. Pero es un filme sincero y sin golpes efectistas. Vale la pena tenerla en cuenta.
Mañana, las mejores frases.